El Pais (Nacional) (ABC)

Disfrazada de cáncer

- ANATOMÍA DE TWITTER / REBECA CARRANCO

Las caras del cáncer son siempre aterradora­s, incluso para quienes no lo padecen. Desde el inicio, cuando un médico en un frío pasillo de urgencias encuentra un segundo para anunciar el diagnóstic­o: no hay nada que hacer, el puntal en tu vida morirá en seis meses. O cuando el amigo que lleva un tiempo muy cansado llama llorando porque los análisis de sangre han salido muy mal: “Quieren mirar qué hay”. O cuando esa otra amiga sigue esperanzad­a con el último tratamient­o de quimio imposible para su madre, que no puede más. O cuando desde la otra punta del país suena el teléfono de madrugada: “Se ha ido”. O cuando hay que apretar mucho los dientes para disimular el desconsuel­o del adiós en la última visita a quien fue el alma de la fiesta.

El cáncer es despiadado. Cuando aparece, arranca todas las capas de cebolla con las que se reviste la vida y deja desnudos y solos ante el miedo a quienes lo sufren. De ahí que muchos tuiteros hayan explotado contra el gesto de la modelo Tamara Gorro de ataviarse con una calva falsa, su mejor sonrisa y un maquillaje de ensueño para pedir más investigac­ión que permita acabar con la enfermedad en la gala de los Premios Ídolo.

“Solo el hecho de reducir la imagen de los pacientes de cáncer a una calva ya está mal”, arranca en un hilo en Twitter Yaiza Cumelles, que conoce bien la enfermedad, “esto solo alimenta la idea de que lo que más nos debe importar en el diagnóstic­o es el pelo”. “Buena intención, mala ejecución”, considera, por no mencionar alguna fundación a la que dirigirse, alguna manera práctica de ayudar. “El cáncer no necesita visibilida­d, no es una enfermedad desconocid­a para la sociedad y no es una enfermedad minoritari­a”, insiste. Y lo remacha recordando que “el cáncer no es bonito, no es un look. El cáncer es doloroso, da miedo, te destroza cada parte de tu vida”.

El reel en Instagram de la modelo Tamara Gorro, explicando el porqué de su calva, acumula más de 6.000 comentario­s. Muchos de ellos de personas enfermas que le reprochan el gesto. “Te invito a una sala de quimiotera­pia a ver el glamour del que hablas”; “Tu mirada tiene luz, tu piel, color, y tu cara, cejas y pestañas perfectas. La imagen de la enferma no es así”; “No estás calva, estás disfrazada, no estás sintiendo los dolores, penas, miedos y tristezas que hay detrás de la mujer calva de verdad”… También, todo sea dicho, algunas personas le agradecen el gesto.

Hace unos días murió la periodista Marta Molina, a los 46 de años, de cáncer. “Periodista cronopia cancerosa”, se lee en su biografía de Twitter. Desde que le diagnostic­aron la enfermedad, ya en un estadio demasiado avanzado, Marta fue explicando cómo se sentía en su blog Los años del cangrejo. Compartí con ella máster en EL PAÍS, en esas épocas en las que todo va demasiado rápido. Me quedé con las ganas de decirle que lo sentía, que ojalá se pusiese bien y que qué puta mierda, en resumidas cuentas. El pudor exagerado ante el dolor ajeno nos impide a veces tomar la decisión correcta y mostrar un poco de cariño a los demás, como explica el director Cesc Gay en Truman. Me pregunto qué hubiera opinado Marta del gesto de Gorro.

A pesar de todo, la iniciativa de la modelo no ha sido en balde. “Gracias, Tamara, por habernos hecho enfadar tanto como para sacar las pocas fuerzas que tenemos para alzar la voz y quejarnos”, ironiza Cumelles. Y concluye que no por ello se merece “todo el hate que le está cayendo”. Ella se ha disculpado: “Me salió mal, lo siento”.

Muchos tuiteros explotan contra Tamara Gorro por ataviarse con una calva y su mejor sonrisa para pedir más investigac­ión

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