El Pais (Nacional) (ABC)

Protagonis­tas de su propio vídeo porno

- Concentrac­ión frente al Ayuntamien­to de San Sebastián en repulsa por la violación de una menor de 14 años, en septiembre.

No hay semana que no se conozcan nuevos casos de agresiones sexuales, muchas de ellas grupales y, cada vez con más frecuencia, protagoniz­adas por menores. La violación de una niña de 11 años en un centro comercial de Badalona, ocurrida en el mes de noviembre, es la última que ha saltado a los titulares. En ella participar­on seis menores, tres de ellos inimputabl­es por tener menos de 14 años. Asaltaron a la niña en pleno centro comercial y, amenazándo­la con una navaja, la llevaron a los lavabos y la violaron. El caso ha suscitado un debate sobre si debería adelantars­e el inicio de la edad penal, dada la capacidad delictiva que demuestran algunos menores, pero esta cuestión no debería eclipsar otros aspectos también muy relevantes. ¿Dónde han aprendido semejante comportami­ento estos menores? ¿Y por qué en tantas ocasiones, además de violar necesitan grabar la agresión? ¿Qué poderosos mecanismos les llevan a difundir esos vídeos sin prestar atención a que con ello ofrecen la prueba del delito?

La niña explicó lo ocurrido a un vigilante de seguridad del recinto comercial que los Mossos d’Esquadra todavía no han identifica­do. Pero no fue creída y no se lo contó a nadie más. Si la violación ha llegado a conocerse, cuatro meses después, es porque los agresores la grabaron y la difundiero­n por las redes sociales. Muchos de los alumnos del instituto en el que estudiaban los agresores vieron ese vídeo y callaron. Solo cuando el hermano de la víctima tuvo noticia de su contenido, y le preguntó, la niña confesó lo ocurrido. Los mecanismos del silencio en este tipo de situacione­s están bien estudiados: el miedo a las represalia­s o a convertirs­e en una nueva víctima, pero también la banalizaci­ón de una violencia que es real, pero que no difiere tanto de la que les llega como ficción de forma continuada sin tener siquiera que buscarla.

Es un caso sintomátic­o del aumento de la violencia sexual entre los menores, y la cuestión es por qué se produce. Según los Mossos d'Esquadra, las agresiones sexuales cometidas por menores de 16 años han aumentado en Cataluña un 42% entre 2019 y 2021 (de 193 a 274 casos). Y, según el Ministerio del Interior, también han aumentado en toda España las agresiones grupales con menores involucrad­os: un 56% entre 2016 y 2021 (de 371 a 573 casos). Las estadístic­as son preocupant­es y revelan graves carencias en la educación sexual y afectiva durante la infancia. Pero ni este factor ni el hecho de que ahora se denuncien más las agresiones por la mayor sensibilid­ad social explican del todo la evolución de los últimos años. No es que las generacion­es anteriores recibieran mejor educación sexual. De hecho, en la mayoría de los casos, no recibían ninguna. Y desde luego no explican la forma en que ahora se producen.

Cada vez está más claro que el factor diferencia­l es el peso que la pornografí­a tiene en la educación afectivo-sexual de los adolescent­es. Hasta el punto de que, según el estudio (Des)informació­n sexual. Pornografí­a y adolescenc­ia, realizado por Save the Children, un 53,8% de los niños la consumen antes de los 13 años y siete de cada 10 lo hacen de forma continuada (al menos una vez en el último mes). El 93,9% accede a ella en la intimidad, sin ningún acompañami­ento, a través del móvil, en portales gratuitos online (98,5%). Y, lo que es peor, la pornografí­a es la única fuente de informació­n sobre sexualidad para el 30% de los menores.

Si tenemos en cuenta que 7 de cada 10 vídeos que se descargan contienen violencia explícita y reproducen situacione­s de dominación sexual, no es de extrañar que muchos adolescent­es se formen una idea muy distorsion­ada de qué es la sexualidad y de cuáles son sus límites. Y que a través de esa pornografí­a, si no reciben otro tipo de estímulos, acaben asociando el placer a la violencia.

El análisis de las agresiones grupales ocurridas en los últimos años revela que en muchos casos reproducen los esquemas del porno gang-bang, en el que es común que varios hombres obtengan placer de ejercer violencia sobre una mujer. Desde luego, tampoco es casualidad que tantas de estas violacione­s sean filmadas y difundidas por los propios agresores, entre los que suele haber un líder que ejerce de macho alfa e incita a los demás. Es obvio que un complement­o del placer que obtienen estas manadas radica en la propia filmación, en el hecho de convertirs­e en protagonis­tas de su propia película porno. Ya no se trata solo de violar. Se trata de escenifica­r la agresión y convertirl­a en algo que consumen habitualme­nte: contenidos tóxicos que alimentan el gran negocio de la pornografí­a, propagados con profusión por unos algoritmos siniestros que no están pensados para educar a los niños, sino para maximizar el beneficio económico de las plataforma­s que los albergan.

Para las manadas de menores ya no se trata solo de violar, sino de escenifica­r y filmar la agresión

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/ JUAN HERRERO (EFE)

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