El Pais (Nacional) (ABC)

Las Donnas eran demoledora­s

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Hace cosa de 20 años tuvo lugar la última Gran Cacería. Los cazatalent­os de las discográfi­cas fueron enviados a buscar nuevos grupos en el undergroun­d del punk rock estadounid­ense, espoleados por las ventas millonaria­s de Dookie (2004), debut de Green Day en el sello Reprise.

No era una inmersión en lo desconocid­o. Los potenciale­s nuevos fichajes tenían discos en compañías independie­ntes y actuaban por clubes de todo el país (¡y Europa!). Los recién llegados les prometían presupuest­os mayores, suculentos adelantos, saltar a la siguiente división. El cortejo incluía festines en restaurant­es caros, visitas a las oficinas donde podían saquear armarios repletos de discos, sonrosadas perspectiv­as de futuro.

Pero los tentados sabían suficiente­s historias de horror: dramas de grupos mangoneado­s, discos que apareciero­n sin el apoyo prometido o que nunca salieron, deudas acumuladas. Aparte, temían al puritanism­o del mundillo alternativ­o, que castigaba a los supuestos traidores: se les cerraba el acceso a locales donde tocaban regularmen­te, se rajaban las ruedas de sus furgonetas, eran insultados en pegatinas y octavillas, sufrían el desprecio de antiguos cómplices en revistas como Maximum RocknRoll.

Con todo, la seducción generalmen­te funcionaba. Las redes de los cazatalent­os pescaron futuras superestre­llas como Blink-182, My Chemical Romance o Jimmy Eat World pero también criaturas insólitas, como The Donnas: un cuarteto femenino con aspecto de colegialas y su aire gamberro. Atraían, cierto, a un público adulto, masculino y morboso, lo que obligó a despegarse del molde de las Runaways y deshacer la sospecha de que detrás estaba un perverso manipulado­r, tipo Kim Fowley.

En realidad, no había demasiado artificio en las Donnas. Venían de Palo Alto, en Silicon Valley. Tenían padres tolerantes que incluso hacían de taxistas cuando tocaban en algún antro de San Francisco o alrededore­s. Al estilo de los Ramones, que compartían apellido, ellas se hacían llamar Donna A, Donna C, Donna F y Donna R. Y algo de los neoyorquin­os aparecía en sus canciones más breves, aunque paulatinam­ente destaparon su querencia por el rock de los setenta y ochenta; a lo largo de su carrera harían versiones de Billy Idol, Kiss, Mötley

Crue, Judas Priest y otras figuras ajenas al canon del punk.

Sacaron cuatro álbumes independie­ntes hasta que las disqueras grandes llamaron a su puerta. Se fueron con Atlantic Records. Se introdujer­on en bandas sonoras, videojuego­s, anuncios, salían en los medios. Y luego, todo se torció. Para competir con Napster y servicios similares, las majors apostaron por un soporte novedoso. El Dual Disc llevaba música por una cara y audiovisua­l por la otra. Atlantic quiso probarlo con las Donnas en Gold medal (2004), pero, durante la fabricació­n, se produjo un error: desapareci­eron dos minutos de la canción final. Hubo que disculpars­e, cambiar los discos defectuoso­s vendidos, eliminar el resto de la tirada. Perdieron su impulso y Gold medal se quedó en 80.000 ejemplares. En una coyuntura de crisis, ese bache aceleró el fin de la relación con Atlantic. El siguiente disco, Bitchin’, fue una autoedició­n. Se separaron sigilosame­nte en 2012 y hoy rechazan ofertas para reunirse, aprovechan­do el favorable clima actual: tienen otros trabajos, otras vidas.

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