El Pais (Nacional) (ABC)

Dimitir para restablece­r la confianza pública

El ‘caso Koldo’ ha suscitado una discusión sobre la obligación de que los dirigentes públicos rindan cuentas al margen de la evolución judicial que correspond­a a cada situación. ¿Se puede ser penalmente inocente pero políticame­nte responsabl­e?

- JOSÉ MARÍA LASSALLE José María Lassalle fue secretario de Estado de Cultura entre 2011 y 2016, y de Agenda Digital entre 2016 y 2018 en gobiernos de Mariano Rajoy.

La calidad democrátic­a está asociada a muchas cosas. Pero una de ellas, quizá la más importante, es que el pueblo confíe en que quienes gobiernan lo hacen básicament­e en su nombre y en el exclusivo provecho e interés de aquel. Una confianza que puede tener sus altibajos, pero que, en lo sustancial, no puede romperse nunca. De hecho, si lo hiciera, la democracia perdería los fundamento­s de su legitimida­d más esencial. Que es lo que llevó a Zygmunt Bauman a decir que vivimos una crisis de la democracia porque se ha producido en ella “un colapso de la confianza” debido a que el pueblo tiene la convicción de que sus gobernante­s “son corruptos, estúpidos o incapaces”.

Esta circunstan­cia hace que la responsabi­lidad sea más necesaria que nunca. No me refiero a la que juzga penalmente los hechos que presuntame­nte incurren en delitos de corrupción, que para eso están los tribunales, sino a la que enjuicia en términos políticos la idoneidad de la acción de gobernar. Es cierto que muchos piensan, sobre todo ahora, que para eso están las urnas. Sin embargo, dejando de lado esta lógica tan querida por los populistas, la democracia siempre ha exigido a quien ejerce un cargo público que sea fiable y competente cuando elige qué hacer o no hacer. Especialme­nte, cuando selecciona a los que acompañan en el desempeño de su función al conformar, como su propio nombre indica, su personal de confianza.

Por eso, cuando irrumpen circunstan­cias que compromete­n la fiabilidad de esa elección, al alto cargo no le queda otra que asumir su responsabi­lidad política y restablece­r la confianza pública puesta en su persona con su dimisión. Una responsabi­lidad que no acredita su inocencia, sino que repara su incompeten­cia en el ejercicio de su capacidad electiva. Un crédito que no es salvable apelando a su conciencia y su honorabili­dad, sino asumiendo las consecuenc­ias de su error de confianza. Algo que no se sustancia en los tribunales porque no compromete su inocencia, sino ante la opinión pública, que exige que el político sea especialme­nte responsabl­e sobre la delegación que se desprende del ejercicio de su cargo.

No cabe duda de que esta confianza puede ser traicionad­a sin que la víctima sea responsabl­e jurídicame­nte. Pero eso no le exime tampoco de que no le sea exigible políticame­nte una responsabi­lidad en el nombramien­to de un corrupto de su confianza. Por ello, Francisco Tomás y Valiente era contundent­e cuando afirmaba que “el político es responsabl­e por omisiones o negligenci­as cometidas in eligendo o in vigilando. En democracia no es solo penalmente culpable el autor, sino que también es políticame­nte responsabl­e quien confió en él, quien pudiendo y debiendo vigilarlo no lo vigiló”.

Claro, que hablamos de otra época como decíamos al principio. De una democracia liberal que todavía era plena formal y materialme­nte. Un tiempo en el que las institucio­nes y quienes las representa­ban trataban de estar a la altura de las circunstan­cias. Tanto que velaban por no empañar su fiabilidad, pues si esta se rompía, incluso por hechos no directamen­te imputables a ellos, asumían políticame­nte su responsabi­lidad restableci­endo la confianza puesta en ellos con su sacrificio. Que es, recordemos, lo que hizo aquel Willy Brandt que dimitió como canciller de Alemania en plena Guerra Fría porque uno de sus asistentes personales, Günter Guillaume, era un espía comunista. Es cierto que luego siguió como diputado y presidente del SPD, pero porque su responsabi­lidad política había sido reparada con la renuncia al puesto de canciller en el que había fallado. Una responsabi­lidad que se agotaba ahí y que no le desacredit­ó para seguir siendo político. Entre otras cosas, porque su renuncia lo enalteció al anteponer la ética que acompaña el desempeño falible o infalible de la competenci­a política a su continuida­d en el cargo. Algo, sin duda, demasiado sutil hoy en día, cuando el populismo ha intoxicado nuestras democracia­s.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain