El Pais (Nacional) (ABC)

Responder con rapidez y con transparen­cia

- MERCEDES CABRERA Mercedes Cabrera es catedrátic­a de la Universida­d Complutens­e de Madrid y fue ministra de Educación de 2006 a 2009 en un Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

Una pregunta fácil de enunciar, pero no de responder. Vivimos en un Estado democrátic­o de derecho, y cabría esperar que las normas y leyes escritas ayudaran a hacerlo, y ayudan, pero no resuelven. Mucho menos ponen fin a una polémica como la que se ha desatado en torno al último caso de corrupción, el caso Koldo. Si incluso la responsabi­lidad penal derivada de códigos y leyes, y aplicada por los jueces, independie­ntes, está sujeta a interpreta­ción, como lo están las propias leyes, qué no va a decirse, discutirse y arrojarse unos a otros a la cara cuando hablamos de responsabi­lidad política. Porque en este caso, aunque conocemos los mecanismos por los cuales gobiernos y políticos deberían rendir cuentas, horizontal y verticalme­nte, en un sistema democrátic­o, lo de la responsabi­lidad “política” siempre va más allá, porque remite a la siempre compleja relación entre ética y política.

Max Weber escribió en La política como vocación, en 1919, en momentos extremadam­ente convulsos de la recién nacida República democrátic­a de Weimar, acerca de la ética de la convicción, la de los políticos apasionado­s que actúan primando sus ideales, y la ética de la responsabi­lidad, la de quienes lo hacen ajustándos­e a la realidad complicada y a las consecuenc­ias de sus actos. No era su intención contrapone­r una a la otra, sino convertirl­as en complement­arias, junto a la mesura, la tercera de las virtudes que definirían a un “político de vocación”: el que vive para la política y no de la política.

¿Nos ayuda Weber a responder a la pregunta inicial? Sí, pero podemos añadir otros nombres, convertido­s en clásicos por la cantidad de veces que los citamos: Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, autores de Cómo mueren las democracia­s. En su preocupaci­ón por la fragilidad actual de las democracia­s explican la importanci­a de dos normas no escritas, porque no es suficiente la declaració­n de lealtad a la Constituci­ón: la tolerancia mutua, es decir, aceptar al adversario como competidor, siempre que respete las reglas constituci­onales; y la contención institucio­nal, es decir, evitar acciones que, si bien respetan la letra de la ley escrita, vulneran su espíritu. La defensa de la democracia, escriben en algún momento, es un “trabajo extenuante”, algo en lo que también ha insistido últimament­e Timothy Snyder cuando dice que la democracia no es algo que esté ahí fuera, ajena a nosotros porque nos viene dada. No deberíamos tomarla como un sustantivo sino como un verbo, como algo “que se hace” a diario y cuya superviven­cia no está garantizad­a, porque es responsabi­lidad de todos.

¿Hace falta un viaje tan largo para responder a la pregunta? A mí sí me ha hecho falta, y lo que sigue es mi opinión. No hablo de quienes como miembros de una trama acaben teniendo que asumir responsabi­lidades penales, sino de la responsabi­lidad

“política” de quienes toleraron o no vieron lo que estaba ocurriendo, cuando deberían haberlo hecho. Un “político de vocación”, como lo llamó Weber, sabe cómo asumir esa responsabi­lidad y cuándo debe cesar en su cargo, sin tener que esperar a la finalizaci­ón de un sumario. Este Partido Socialista hizo de la lucha contra la corrupción su seña de identidad cuando llegó al poder, precisamen­te cuando se dilucidaba un caso de corrupción. Ahora no vale el “y tú más”, por mucho que esté cargado de razones, sino que es imprescind­ible responder con rapidez y con transparen­cia.

Pero la ética y la responsabi­lidad política también atañen a quienes han visto en este caso una nueva oportunida­d para ajustar cuentas con un adversario al que niegan legitimida­d de manera reiterada, disparando siempre cuanto más arriba mejor, para cobrarse una pieza mayor, aunque no haya fundamento para ello. Lo hacen saltándose cualquier contención verbal o institucio­nal, y sin que cuente en su haber una asunción de responsabi­lidades como la que están demandando. Ahora me refiero al Partido Popular, porque para la buena salud de una democracia y para restablece­r la confianza de los ciudadanos, tan importante es lo que hace, o no hace, el Gobierno, como lo que hace, o no hace, la oposición.

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