El Pais (Nacional) (ABC)

En imitación de la victoria sobre Hitler

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El objetivo de Netanyahu es la victoria total. Como Roosevelt después de Pearl Harbor, cuando declaró que solo la rendición sin condicione­s de Alemania y Japón podría traer la paz. Si se tratara solo de Hamás, estaría muy bien. Pero no es así. Son los palestinos los que deben capitular sin ninguna contrapart­ida. La guerra busca su renuncia al Estado palestino en los territorio­s de Gaza, Cisjordani­a y Jerusalén Este y al derecho de los refugiados a regresar a su país.

El proyecto de la extrema derecha en el poder en Israel es incompatib­le con una ciudadanía palestina con los mismos derechos individual­es y colectivos que la comunidad internacio­nal ha reconocido a los judíos de todo el mundo. Con la victoria total busca la solución definitiva. Es un proyecto expansivo y a la vez una rectificac­ión del pasado. El Israel del sionismo ultra pretende sumarse retrospect­ivamente a la victoria sobre el nazismo. Borrar todo lo que permitió el Holocausto: la fuerza insuficien­te del sionismo, las limitacion­es de la resistenci­a judía y, sobre todo, la indiferenc­ia o la ignorancia dolosa de los aliados.

Israel tiene hoy todo lo que no tenían las débiles, indefensas y desprotegi­das comunidade­s judías europeas. Y, como las potencias aliadas de entonces, ningún límite le vale en una lucha que concibe entre el bien y el mal, el sionismo contra el islamismo palestino: matanzas de civiles inocentes en bombardeos masivos de las ciudades, imposición de una paz dictada, trazados arbitrario­s de fronteras, reparto de áreas de influencia y traslados forzosos de poblacione­s. Así se lo han dicho, sin embudos, los dirigentes israelíes a sus aliados estadounid­enses. Si lo hicieron ustedes entonces con Alemania y Japón y han seguido haciéndolo en Vietnam, en Irak o en Afganistán, ¿por qué no podríamos hacerlo hoy nosotros?

A la misma rectificac­ión de la historia responde el trato que merecen las institucio­nes internacio­nales, concebidas por las dos superpoten­cias vencedoras como instrument­os para imponer el orden mundial basado en reglas a los otros, no para seguirlas ellos mismos. Esta polarizaci­ón rediviva entre nazismo y antifascis­mo actúa de añadidura como un desinfecta­nte de las extremas derechas, cómplices entonces de Hitler, Mussolini y Franco y ahora ocupadas en salvaguard­ar la identidad supremacis­ta cristiana y blanca.

Solo los palestinos no encajan en el esquema. Todo se les niega: tierra, propiedade­s, identidad, razón moral incluso. Condenados al estigma de una afinidad sobrevenid­a con el nazismo y el exterminio de los judíos. Contra ellos se perpetra un crimen que no merece ni siquiera tal nombre. Prohibido hablar de apartheid, genocidio o limpieza étnica. Desposeído­s de todo, hay algo que les vincula a aquellos europeos perseguido­s y encerrados en los guetos, estigmatiz­ados por su religión y su cultura, que escaparon del exterminio y se refugiaron en su única y lejana patria, construida para protegerle­s. ¿Quién protegerá a los palestinos ahora?

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