Pogacar puede contra el mundo
El ciclista de UAE da otra exhibición y gana en solitario su tercera etapa del certamen
Podía ser conservador, guardar fuerzas para la última subida y correr con la calculadora, pues la Volta ya la tenía en el bolsillo desde que ganara dos etapas de carrerilla. Pero Tadej Pogacar
no entiende de pausas sino de ataques, de dignificar el oficio desde el espectáculo, arrebatos sin igual, corredor con piolet, gloria al nuevo ciclismo. Así, a falta de 30 kilómetros, cuando le quedaba un puerto y medio por hollar, lanzó un ataque preventivo primero y otro virulento después, lo necesario para quedarse solo como a él le gusta, para citarse con la meta, para explicar al mundo que él no solo gana sino que destroza, que no deja ni las migajas. Al menos en la Volta, solo discutido y de lejos por un Mikel Landa fabuloso, el primero de los mortales.
Aunque Mollema (Trek) y Carthy (EF) pretendieron hacer lo imposible con una fuga nada más abrirse el telón —les valió para coronar antes que nadie los dos primeros puertos—, el UAE les hizo darse de bruces con la realidad al absolrberles cuando estrechaban la mano al tercer monte, todo un que-brantapiernas de 15 kilómetros y pendientes del 18%, el Coll de Pradell (hors catégorie). Empezaba lo bueno, que no lo mejor.
A la que se empinó la carretera, Robert Gesink y Kruijswijk (Visma) asumieron el papel de liebre, ritmo como en los viejos tiempos que quemaba los gemelos y desgranaba al pelotón, apenas 25 corredores en pie. Hasta que por el pinganillo dieron el stop; Kuss no daba para más, cabezadas y pájara. Brindis en el UAE, que con Marc Soler al frente rizó el rizo, electrificó la carrera y señaló a los elegidos, ya solo 10 ciclistas como avanzadilla. Un tormento para todos menos para uno, que parecía morderse las uñas para no atacar antes de tiempo. Era, claro, Pogacar. Y quedaban 60 kilómetros, dos puertos más: la Collada de Sant Isidre (1ª) y la llegada a meta, en subida, a Queralt (1ª).
Impulsivo y sin miedos, irreverente y showman, Pogacar demarró en la siguiente subida, todavía con mucho por trazar. Solo Landa pudo mantener el tipo, por más que no pudiera seguirle, un cohete sin frenos ni resistencias. Aunque después pidió la vez Egan Bernal (Ineos), que parece aparcar el grave accidente que sufrió hace dos cursos y que dejó su cuerpo hecho un puzle, que recuerda a ese coloso que ganó el Tour y el Giro no hace tanto.
Pero el cuento de hadas lo volvió a relatar Pogacar, que en la última subida, abrazado por los pasillos humanos que alimentaban sus pedaladas con gasolina y que ofrecía un paisaje de amor a las dos ruedas y el manillar, encontró su cadencia de ciclista con capa, recital y deleite que tuvo su recompensa al coronar Queralt, hat-trick de etapas y jaque mate a la Volta. Nada nuevo para un corredor que reta al mundo y es capaz de vencerle.