El Pais (Nacional) (ABC)

La mala salud de hierro de la economía de Estados Unidos

La anunciada recesión no llega y la primera potencia mundial crece con un mercado laboral fuerte. Sin embargo, el país también tiene puntos débiles, como la alta deuda y el excesivo déficit público

- Por Miguel Jiménez

La economía de Estados Unidos va muy bien. O muy mal. Según como se mire y, sobre todo, quién lo mire. La resistenci­a del crecimient­o, la fortaleza del mercado laboral, la pujanza del consumo, la atracción de inversione­s, el incremento de la productivi­dad y los máximos históricos de la Bolsa han desafiado todas las expectativ­as. La persistenc­ia de la inflación, los altos tipos de interés, el déficit desbocado y la creciente deuda pública pesan en el otro lado de la balanza. En año electoral, la percepción de los ciudadanos es también paradójica: la mayoría considera buena su situación, pero mala la del país.

“Llevo oyendo todos los meses que va a haber recesión el mes que viene”, dijo el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a mediados del año pasado. “No creo que la haya”, añadió. Biden acertaba donde muchos economista­s se equivocaro­n. Los propios técnicos de la Reserva Federal pronostica­ban una recesión que nunca llegó. En lugar de ello, la economía de Estados Unidos creció un 2,5% el año pasado, frente al 0,5% de la zona euro, y ha entrado a velocidad de crucero en 2024, casi inmune hasta ahora a las subidas de tipos de interés más agresivas desde la década de 1980 para hacer frente a una inflación que era igualmente la más alta en cuatro décadas.

Los precedente­s históricos jugaban en contra de la tesis del aterrizaje suave, un término sacado de la carrera espacial. Igual que el módulo Odiseo tropezó recienteme­nte con unas rocas y cayó de lado al posarse en la Luna, los economista­s daban por hecho que la economía tropezaría con la subida de los tipos de interés y entraría en recesión. Solo una vez, en 1994, con Alan Greenspan al frente de la Reserva Federal, se había evitado ese desenlace. El propio presidente del banco central, Jerome Powell, advertía que haría falta causar daño a familias y empresas para controlar la inflación.

La economía, sin embargo, ha seguido creciendo y creando empleo a muy buen ritmo mientras los precios se contenían. En su reciente discurso del estado de la Unión, el presidente de Estados Unidos cantaba victoria: “El aterrizaje es y será suave”. Powell, sin embargo, no lo hace. En la aproximaci­ón a la estabilida­d de precios falta aún la última milla, el paso de una inflación del 3,2% como la actual al objetivo del 2%.

Hay riesgo tanto de que se acabe el combustibl­e de la economía como de que los precios sigan volando. Aun así, los economista­s dibujan en sus pronóstico­s el escenario deseado. En su actualizac­ión de esta semana, los miembros del Comité Federal de Mercado Abierto de la Reserva Federal prevén que a final de año la inflación se sitúe en el 2,4% y que la economía crezca un 2,1%. El Fondo Monetario Internacio­nal ha elevado las previsione­s de crecimient­o de Estados Unidos para este año 0,6 puntos, hasta el 2,1%, frente al 0,9% de la zona euro y de Japón y el 0,6% del Reino Unido.

Despertar del coma

Estados Unidos no solo es la gran economía que más crece, sino también la única que ha recuperado la tendencia interrumpi­da por la pandemia. “Imagina que te hubieras dormido a finales de 2019 y te despertara­s a principios de 2024. Como si hubieras estado en coma”, decía Justin Wolfers, profesor de economía de la Universida­d de Míchigan, en un reciente acto en Washington organizado por la Brookings Institutio­n. “Lo primero que haces es preguntar por las estadístic­as económicas. Bueno, al menos yo lo haría. Y descubrirí­as que el PIB, de hecho, es más alto de lo que esperabas cuando te dormiste. Y entonces le dirías al celador de tu coma: Dios mío, ¿qué cosas positivas le han pasado a la economía mientras dormía? Y te quedarías atónito al saber, de hecho, que habías dormido durante una pandemia y una recesión mundial. Y a pesar de esas cosas estamos donde estamos”, añadía.

Quizá a Wolfers le daría un ataque al ir a hacer la compra después del coma, pero lo real es que hay cierto consenso en que la economía ha ido mucho mejor de lo esperado. “La recuperaci­ón de Estados Unidos ha sido espectacul­ar y la tasa de desempleo ha bajado de forma realmente brusca”, decía en el mismo acto Jason Furman, exdirector del Consejo Económico Nacional de la Casa Blanca con el presidente Barack Obama y profesor de la Universida­d de Harvard. “Se ha tardado meses o un año o dos en lograr lo que se tardó una década en la crisis financiera. Ahora tenemos lo que parece un aterrizaje suave. Creo que eso es poco menos que milagroso”, argumentab­a.

A la hora de repartir méritos, buena parte correspond­e a la Reserva Federal, pero el presidente Biden también ha sacado pecho

por la parte que le correspond­e. Su política económica continuó con la inyección de liquidez a familias y empresas que ya había iniciado su antecesor, Donald Trump. A eso unió una política de estímulo a las inversione­s (en microproce­sadores, con la Ley Chips; en obras públicas de carreteras, puentes, ferrocarri­l, aeropuerto­s y otras, con la ley de infraestru­cturas, y en energía verde, con la Ley de Reducción de la Inflación), de apoyo a los sindicatos (llegó a participar en un piquete de la huelga del motor en Míchigan), de fomento de la competenci­a (con casos antimonopo­lio, la oposición a grandes fusiones y medidas para abaratar los precios de las farmacéuti­cas y las comisiones abusivas de las empresas, entre otras) y de proción económico (patente en sus ayudas, pero también en la oposición a la compra de US Steel por Nippon Steel).

A ese cóctel empezaron a llamarlo los medios Bidenomics y él acabó por adoptar la etiqueta. “Lo llaman Bidenomics. No sé qué demonios es eso, pero está funcionand­o”, señaló el presidente en un mitin en Filadelfia el 17 de junio del año pasado al usar por primera vez la expresión.

El presidente ha hecho gala de esa etiqueta con frecuencia en los últimos meses. Sin embargo, Americans for Prosperity (AFP), la poderosa e influyente red conservado­ra fundada por los multimillo­narios hermanos Koch, le ganó por la mano y se hizo con el dominio Bidenomics.com. Desde esa página web, AFP, que apoyó sin éxito a Nikki Haley en las primarias republican­as, hace una enmienda a la totalidad de la política económica de Biden, señalando principalm­ente la inflación, el déficit, la deuda y los altos tipos de interés.

Son problemas reales. Los precios han subido cerca del 20% durante el mandato de Biden y han hecho mella con frecuencia en artículos de primera necesidad, como los alimentos y la gasolina (que estaba anormalmen­te barata por la pandemia).

Además, el país ha entrado en una espiral de déficit y deuda que se originó en la Gran Recesión, se agravó con la pandemia y no se ha solucionad­o después. El déficit público efectivo se duplicó el pasado ejercicio por la caída de los ingresos, hasta el equivalent­e al 7,5% del PIB, pese a que la economía atravesaba una fase de crecimient­o y creación de empleo.

La deuda pública bruta se situó en el 121% del PIB, aunque esa cifra es engañosa. Hay unos siete billones de deuda intraguber­namental, por lo que el dato relevante es la llamada deuda en manos de los inversores. Ese dato se situó en el 98% y, según las proyeccion­es de la Oficina Presupuest­aria del Congreso, un organismo independie­nte, amenaza con superar antes del final de la década el máximo histórico: el 106% del PIB de 1946, después del esfuerzo que supuso la Segunda Guerra Mundial. Estaba en un sano 35% en 2007, antes de la crisis financiera.

Los tipos de interés, mientras, han subido desde un nivel cercano a cero hasta el 5,25%-5,5%. Eso impacta de lleno en el coste de las nuevas hipotecas, con lo que dificulta el acceso a la vivienda, y encarece la financiaci­ón de consumo, donde la morosidad se está disparando.

Esas subidas de tipos, sin embargo, no han impedido que la tasa de paro se mantenga por debajo del 4% durante 25 meses consecutiv­os, el periodo más largo en más de medio siglo. Desde que Biden tomó posesión, se han creado 15 millones de empleos, un récord histórico, aunque en parte marcado por la recuperade la pandemia. El mercado laboral da algunos síntomas de enfriamien­to relativo, pero sigue pujante y absorbiend­o la llegada de inmigrante­s con naturalida­d.

Los economista­s han estado buscando explicacio­nes a la insospecha­da resistenci­a de la economía estadounid­ense a las subidas de tipos de interés, los conflictos internacio­nales, las turbulenci­as bancarias, las huelgas y demás contratiem­pos. El consumo ha sido el principal motor de la economía por el lado de la demanda. Los estímulos fiscales de la pandemia y el menor gasto por las restriccio­nes sanitarias dejaron a los estadounid­enses con la hucha llena. Los economista­s de la Reserva Federal cifraron el exceso de ahorro en un máximo de 2,3 billones de dólares en el tercer trimestre de 2021. Calculaban que seguía habiendo 1,7 billones a mediados de 2022. Estudios más recientes discrepan sobre si esa bolsa se ha agotado o cuánto queda de ella, pero sin duda ha sido un sostén de la economía, alimentand­o lo que se ha llamado la venganza del consumo, un fenómeno estudiado por los psicólogos.

Mercado hipotecari­o

Aunque ha dificultad­o el acceso de la vivienda en propiedad, la subida de los tipos tampoco ha hecho mucha mella en quienes ya tenían una hipoteca, pues en Estados Unidos lo habitual son los préstamos a largo plazo a tipo fijo.

El mercado laboral se ha beneficiad­o también de la sensación de escasez de mano de obra. Durante mucho tiempo ha sido más difícil encontrar trabajador­es que encontrar trabajo. Eso ha frenado los despidos en los momentos en que la economía parecía enfriarse y ha evitado la clásica espiral de las recesiones. “Los directores generales no querían dejar marchar a la gente porque decían: ‘Bueno, hemos gastado mucho tiempo y energía en reunir a estas personas, y ahora tenemos que ocuparnos de mantetecci­onismo

Wall Street está en máximos gracias al pujante sector tecnológic­o

Muchos ciudadanos dicen que su situación económica es buena, pero mala la del país

Así que no vamos a dejar que se vayan, incluso si pensamos que puede haber una recesión corta y superficia­l”, explicaba Dana Peterson, economista jefe de The Conference Board, en un reciente encuentro con correspons­ales. Peterson, sin embargo, cree que el frenazo económico está a la vuelta de la esquina: “Prevemos un crecimient­o plano hacia mediados de este año, sobre todo teniendo en cuenta que no creemos que los consumidor­es puedan mantener el ritmo de consumo o gasto que asumieron, especialme­nte en el segundo semestre del año pasado”, decía.

La energía también ha contribuid­o a la fortaleza del crecimient­o. Exprimiend­o sus yacimiento­s de esquisto mediante la fragmentac­ión hidráulica (fracking), Estados Unidos ha batido récords de producción de petróleo y de exportacio­nes de gas natural licuado, lo que ha mejorado su balanza comercial. El bajo precio del gas en el mercado interior ha abaratado costes industrial­es.

Incentivos fiscales

A todo eso se suma una política de incentivos fiscales que aún tiene mucho que dar de sí, pero que ya se deja notar. Mark Zandy, economista jefe de Moody’s Analitycs, el servicio de estudios de la agencia de calificaci­ón, daba desde Nueva York el mes pasado algunas cifras: “Si nos remontamos a antes de la pandemia, los fabricante­s de Estados Unidos invertían aproximada­mente 75.000 millones de dólares al año para construir nuevas fábricas o renovar las existentes. Últimament­e, la cifra supera los 200.000 millones de dólares anualizado­s, lo que da una idea de la magnitud y lo dramático del cambio. Esta dinámica está en pleno apogeo, y no veo que cambie pronto”.

El proteccion­ismo económico de Biden, a través de ayudas e incentivos, ha superado el de Trump, que echó mano de la retórica y de algunos aranceles más bien simbólicos. Biden se ha beneficiad­o del interés de las compañías en acercar su cadena de suministro tras las interrupci­ones de la pandemia, pero su nacionalis­mo económico ha sido también vocacional. Cuando arreciaron las críticas de otros países, especialme­nte de la Unión Europea, las rechazó: “Estamos siendo criticados internacio­nalmente por centrarme demasiado en América. Al infierno con eso”, dijo el año pasado en un acto con los sindicatos en Springfiel­d, a las afueras de Washington, en el Estado de Virginia. Su oposición a la compra de US Steel por parte de la japonesa Nippon Steel es la última muestra.

El aumento de la productivi­dad es la otra buena noticia. Hay discusión sobre cuál es la causa y más bien parece que han confluido varias. La normalizac­ión pospandémi­ca ha ayudado. La escasez de mano de obra ha llevado a las empresas a ser más eficientes y a automatiza­r procesos. Las inversione­s en infraestru­cturas y en nuevas fábricas han puesto su parte. Y la inteligenc­ia artificial es la guinda.

Por más que Trump diga que son las perspectiv­as de su regreso las que han impulsado las cotizacion­es, es la fiebre por la inteligenc­ia artificial la que ha llevado la Bolsa a máximos históricos, con las tecnológic­as a la cabeza y Nvidia como estandarte. Los llamados Siete Magníficos (Microsoft, Apple, Alphabet, Amazon, Meta, Nvidia y Tesla, aunque esta última anda de capa caída) han tirado del mercado, desafiando las subidas de tipos. Wolfers bromeaba con que si en diciembre de 2019 alguien hubiera recibido el soplo de que iba a haber una pandemia que iba a cerrar la economía (y además guerra en Ucrania y en Gaza), cualquiera habría vendido. Sin embargo, el S&P 500 ha subido un 40% desde entonces.

Los estadounid­enses, sin embargo, no están contentos con la economía, según muestran una y otra vez las encuestas. Y ni siquiera cuando suben los índices de confianza (como ha pasado en los últimos meses) la aprobación de la gestión económica de Biden mejora. Hay dos tipos de razones para ello. Unas tienen que ver con la diferente naturaleza de los logros y fracasos. Otras son de tipo demoscópic­o.

Con respecto a lo primero, una forma de verlo es que los precios han subido para todos, mientras que el empleo solo se ha creado para una parte de la población. “El enormement­e impresiona­nte mercado laboral no se ha reflejado en una mejora del sentimient­o de los consumidor­es”, explicaba Furman. El desempleo ha sido menos grave y duradero que en otras crisis. “Había menos ansiedad sobre si se podría conseguir un trabajo, lo que hacía que un trabajo en sí mismo fuera menos valorado. La

El Gobierno ha conjugado estímulos con importante­s dosis de proteccion­ismo

mayoría de la gente tenía trabajo antes de esto y sigue teniendo trabajo, no estaba tan ansiosa por la pérdida de su empleo”. En cambio, por culpa de la inflación, los salarios reales han aumentado a menos ritmo del habitual, salvo para el decil más bajo de la población, así que “para el público en general, el juicio sobre la economía puede ser menos bueno de lo que sería un juicio progresist­a”. “Este tema me parece infinitame­nte fascinante e infinitame­nte confuso”, concluía.

Además, aunque la inflación haya bajado, el nivel de precios no lo ha hecho. “La gente sigue molesta por el hecho de que todo cuesta mucho dinero, especialme­nte los productos básicos, como los alimentos y la energía. Los niveles de precios son altos y la gente lo nota”, sostiene Peterson. “Muchos consumidor­es siguen muy disgustado­s por no poder comprar las casas que quieren, porque aunque los tipos hipotecari­os ya no son del 8%, siguen mucho más altos que en los últimos años”, añade.

Y luego está la demoscopia. “Hay una enorme polarizaci­ón en la forma en que la gente responde a las encuestas”, sostiene Wolfers. Los economista­s Ryan Cummings y Neale Mahoney, de la Universine­rlas.

El ahorro que guardaron las familias tras la covid se ha ido gastando

dad de Stanford, lo han estudiado y lo han llamado “amplificac­ión asimétrica”. “Hemos descubiert­o que los republican­os aplauden más cuando su partido está en el poder y abuchean más cuando su partido está en la oposición, y que ajustar el nivel de decibelios para que republican­os y demócratas animen con el mismo volumen explica el 30% de la diferencia actual entre el sentimient­o del consumidor observado y lo que se podría predecir utilizando los fundamento­s económicos”, sostenían en una publicació­n reciente. Junto a eso apuntaban a otras explicacio­nes, como la inclinació­n de las redes sociales a amplificar las malas noticias, el partidismo de algunos medios de comunicaci­ón o la tesis de que las respuestas pesimistas sobre la economía son una forma de “dolor referido” a preocupaci­ones más amplias sobre acontecimi­entos nacionales y geopolític­os.

¿Cómo influirá la economía en la reedición del duelo entre Biden y Trump? En las legislativ­as de noviembre de 2022, asuntos como la defensa de la democracia y el aborto pesaron más en los votantes que la inflación, que en aquel momento estaba disparada. En el camino hacia las presidenci­ales, esos mismos temas, junto a la edad del presidente Biden, de 81 años (y en menor medida la de Trump, de 77), las imputacion­es penales del expresiden­te, la política exterior, la insegurida­d y, de modo muy especial, la inmigració­n y la frontera parecen importar más que la situación económica.

Quizá sea pronto para decirlo. “Si la economía estadounid­ense, y en particular su mercado laboral, se acercan a las elecciones con su actual nivel de dinamismo, y con una inflación más moderada, esto podría favorecer al actual presidente. Por el contrario, en caso de un aterrizaje brusco de la economía o de un cambio en la dinámica inflacioni­sta que la empuje de nuevo al alza, el contexto sería más favorable al candidato republican­o”, sostiene Ricard Murillo, de CaixaBank, en una nota de análisis.

Encuestas

Wolfers, por su parte, a pesar de las encuestas y del descontent­o reinante, cree que la situación económica es un punto a favor del presidente: “Dado el estado de la economía, yo predeciría que el presidente Biden va a ser reelegido”, sostiene, aun admitiendo que hay muchas cosas que determinan el voto.

Naka Matsuzawa, analista de Nomura, señalaba en un informe a clientes de este mes que “a diferencia de las elecciones presidenci­ales de 2016, la victoria de Trump no es un riesgo imprevisto, y de hecho es el escenario principal en este momento, no ‘si Trump’, sino ‘muy probableme­nte Trump”. “Muchas encuestas han revelado que los índices a favor de Trump están subiendo, superando a Biden. Sin embargo, no está claro en qué dirección ese ‘muy probableme­nte Trump’ empujará a los mercados y hasta qué punto los mercados han descontado esta posibilida­d. Las opiniones del mercado sobre el impacto de una victoria de Trump están divididas”, añadía.

Zandi, por su parte, pone el acento en el riesgo electoral: “Es muy probable que las elecciones presidenci­ales sean muy reñidas y potencialm­ente cuestionad­as. Esto podría generar una gran volatilida­d en los mercados financiero­s y minar la confianza de los consumidor­es”, afirma. “Es ciertament­e una amenaza en el muy difícil entorno político que existe hoy en el país”, concluye.

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D. ANGERER (GETTY) Joe Biden, en un acto en Baltimore, en enero de 2023.
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S. KNOWLES (BLOOMBERG) Ambiente en una zona comercial de Nueva York, el 24 de enero.

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