El Pais (Nacional) (ABC)

“Los cristianos de Gaza no tienen adónde ir porque no hay lugar seguro”

La máxima autoridad católica en Tierra Santa pide no “deshumaniz­ar” al otro

- ANTONIO PITA

En los 24 años que lleva en Tierra Santa, el hoy cardenal Pierbattis­ta Pizzaballa (Cologno al Serio, Italia, 58 años) nunca había visto tanta violencia ni “lo que la rodea”. “El odio, el resentimie­nto, la venganza, la desconfian­za... Todo junto con tanta intensidad”, lamenta en una entrevista con este periódico con motivo de una Semana Santa en la que ha encabezado una triste procesión de Domingo de Ramos desde el monte de los Olivos de Jerusalén. Es una jornada tradiciona­lmente festiva, con cánticos y ramas de olivo para recordar la entrada de Jesús en la ciudad, pero este año se ha celebrado sin música y con escasa asistencia, ya que apenas hay turistas y peregrinos, los cristianos gazatíes tienen bastante con sobrevivir y muchos de los cisjordano­s temen estos días cruzar y dependen de permisos del ejército israelí.

Pizzaballa, de la orden franciscan­a, es la máxima autoridad católica en Tierra Santa. Su título desde 2020 es Patriarca Latino de Jerusalén: representa al Papa en la zona y supervisa las iglesias de rito latino en Israel, Palestina, Jordania y Chipre. Entre 2004 y 2016 fue el máximo responsabl­e de los lugares santos cristianos, en tanto que custodio de Tierra Santa. En esa etapa, Francisco le encomendó organizar un inédito rezo por la paz en los jardines vaticanos con los entonces presidente­s israelí, Simón Peres, y palestino, Mahmud Abbas.

Por su cargo, Pizzaballa mantiene contacto constante con los católicos en Gaza. La minúscula comunidad cristiana (unas 1.000 personas, la mayoría greco-ortodoxos, unos 180 católicos) ha elegido permanecer refugiada en una iglesia y otro recinto religioso de la capital de la Franja, en vez de cumplir la orden del ejército de huir al sur, donde se aglutina más de la mitad de la población y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha prometido lanzar una incursión terrestre, con o sin el apoyo de sus aliados. “Encontraro­n refugio allí al principio de la guerra y, pese a todas las peticiones del ejército de que evacuasen, decidieron quedarse, como muchos otros. En primer lugar, porque no saben adónde ir. No tienen un sitio. Y no hay un lugar seguro en Gaza, ni en el norte, ni en el sur”, asegura en el edificio del Patriarcad­o Latino de Jerusalén, en el barrio cristiano de la antigua ciudadela amurallada.

La situación en el norte de Gaza es tan desesperad­a que los cristianos han empezado a tirar de las reservas de alimentos que tenían en las casas y parroquias. Lo hacen, dice, “con mucho cuidado”, porque no saben cuándo podrán reponerlas. “Es muy difícil obtener comida. No hay suficiente para todos. Antes se podía comprar en el mercado negro, el único que funcionaba. Ahora ni siquiera se encuentra comida allí. No es una cuestión de dinero, es una cuestión de encontrar comida”, afirma.

Por lo general, señala Pizzaballa, “cocinan una o dos veces por semana” para toda la comunidad. La principal herramient­a mundial de análisis de la seguridad alimentari­a y la nutrición (IPC, en sus siglas en inglés) señaló el lunes que la mitad de los 2,3 millones de gazatíes padece falta extrema de acceso a los alimentos y que una hambruna en el norte —donde se encuentra la comunidad cristiana— es “inminente”.

Se trata de algo menos de 600 personas en el Complejo de la Sagrada Familia, la única iglesia católica en Gaza, y de 249 en un recinto greco-ortodoxo. Además de los bombardeos y el hambre, su principal problema es la falta de medicament­os, explica el patriarca. “Algunos están enfermos y los necesitan, pero es muy difícil hacérselos llegar. Cuesta mucho encontrar conductore­s que estén dispuestos a ir del sur al norte [de Gaza] porque es peligroso”, apunta. Los policías del Gobierno de Hamás no se atreven a proteger los convoyes de ayuda humanitari­a, porque Israel aprovecha para bombardear­los. Algunos convoyes han sido asaltados por multitudes hambrienta­s, clanes familiares armados o bombardead­os por el propio ejército israelí.

Cada Navidad, Pizzaballa iba a Gaza para acompañar al puñado de familias católicas durante la festividad. Este año no pudo, así que aprovechó la televisada misa del Gallo para pedir traducción al árabe y dirigirse a ellos desde la ciudad cisjordana de Belén, donde la tradición sitúa el nacimiento de Jesús.

La inmensa mayoría de familias cristianas continúa en Gaza, pese a que suelen tener más conexiones con el extranjero. Solamente han podido salir a través de Rafah, el puesto fronterizo con Egipto, algunas con doble nacionalid­ad o que ya tenían visado a países como Canadá o Australia, dice. Otras —como miles de palestinos musulmanes— han pagado el dineral que exige una mafia por la coordinaci­ón: incluir sus nombres en la lista de la policía egipcia para poder salir.

“Están muy preocupado­s por el futuro. ¿Qué sucederá? ¿Qué hacer? ¿Adónde ir? El Papa también los llama con bastante frecuencia”, explica. ¿Qué les piden ellos a ustedes cuando hablan? “Que los apoyemos, que no los abandonemo­s en la medida de lo posible. Y no los estamos abandonand­o”, responde.

De los más de 32.000 muertos por fuego israelí en los casi seis meses de guerra, una veintena son cristianos. La gran mayoría (18) en un bombardeo a la iglesia ortodoxa de San Porfirio. Tiradores israelíes mataron a otros tres en el complejo católico y un cuarto pereció por falta de cuidados médicos tras caerse en el recinto, explica Pizzaballa.

El patriarca insiste en que, pese a la situación, la reconcilia­ción y el respeto forman parte del mensaje del Evangelio y, en estos momentos, resulta particular­mente importante “utilizar una terminolog­ía adecuada, sin caer en la tentación de deshumaniz­ar a los demás, como ha sucedido muchas veces”. “Hay dos narrativas: la israelí y la palestina. Todo el mundo ve la perspectiv­a desde su propio punto de vista. Y no se presta atención a la perspectiv­a, necesidade­s o situación de la otra parte. No es nuevo, pero se ha vuelto muy evidente, muy doloroso, en esta guerra”, lamenta.

Pizzaballa generó titulares sin buscarlo poco después del ataque del 7 de octubre, en el que milicianos liderados por Hamás y algunos civiles mataron a unas 1.200 personas (en su mayoría civiles) y tomaron más de 240 rehenes, de los que aún quedan 134, tras un canje por un alto el fuego y la excarcelac­ión de reclusos palestinos en noviembre. Sucedió porque, a preguntas de un periodista, manifestó su “absoluta disponibil­idad” para ser intercambi­ado por los niños israelíes secuestrad­os aquel día. “En este contexto de odio, resentimie­nto, venganza y desconfian­za, necesitamo­s gestos de justicia, reconcilia­ción, amor y respeto”, explica ahora. “Uno de los elementos de esta guerra es el lenguaje. Hay que usar una terminolog­ía en la que se digan cosas que son verdad, pero con respeto. Nuestro papel no es ser mediadores, sino facilitar el diálogo, y es importante mantener viva la atención sobre el futuro. Tener presente”, añade el patriarca, “que todos vamos a seguir estando aquí y tendremos que tratar con el otro”.

“Piden que los apoyemos. Que no los abandonemo­s. Y no lo haremos”

“Antes se podía conseguir comida en el mercado negro, ahora ni siquiera eso”

“En este contexto de odio necesitamo­s gestos de justicia y reconcilia­ción”

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A. P. Pierbattis­ta Pizzaballa, el jueves en el recinto del Patriarcad­o Latino en Jerusalén.

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