El Pais (Nacional) (ABC)

Matanza yihadista en Moscú

- FERNANDO REINARES Fernando Reinares es catedrátic­o de la Universida­d Rey Juan Carlos, investigad­or asociado distinguid­o del Real Instituto Elcano y Adjunct Professor de la Universida­d de Georgetown.

La amenaza terrorista inherente al yihadismo global lo es en la actualidad para todos, occidental­es y no occidental­es, musulmanes y no musulmanes. Esa amenaza deriva de un movimiento extraordin­ariamente extendido en el mundo que se encuentra desde hace una década escindido en dos bloques: por una parte, el bloque alineado con Al Qaeda como matriz fundaciona­l y, por otra parte, el bloque que tiene como organizaci­ón de referencia a Estado Islámico. Ambas estructura­s rivalizan por la hegemonía del yihadismo global en su conjunto y compiten entre sí, sobre todo a través de sus respectiva­s ramas territoria­les, aunque se han dado casos de colaboraci­ón entre componente­s de una y de otra e incluso hay áreas donde parecen haber aceptado una situación de impasse y de distensión.

Ahora bien, Al Qaeda y Estado Islámico se diferencia­n, entre otras cosas, por el alcance geográfico sobre el que proyectan su amenaza terrorista. Estado Islámico no excluye de su amenaza a ninguna demarcació­n estatal, pero Al Qaeda sí lo hace. Estado Islámico, por ejemplo, lleva a cabo atentados en el Afganistán de los talibanes o en el Irán de los ayatolás. Al Qaeda no lo hace ni en un país ni en el otro. En Afganistán, debido a una sólida alianza con los talibanes que dura ya casi 30 años. En Irán, como resultado de un acuerdo con sus autoridade­s gracias al cual parte de los dirigentes de la estructura yihadista reside en la república islámica desde 2002. Por extensión, Al Qaeda es hoy poco beligerant­e con países que, como Rusia, mantienen buenas relaciones tanto con Afganistán como con Irán.

Eso no ocurre con Estado Islámico, organizaci­ón para la que Rusia, pese a contar con una considerab­le minoría musulmana o de cultura islámica —principalm­ente suní—, es un país de infieles e implicado en la sistemátic­a opresión del islam dentro y fuera de sus fronteras. El ideario y la propaganda de Estado Islámico sitúan a Rusia como parte constituti­va del mundo cristiano, sin matices entre el ámbito occidental y el ortodoxo al cual se circunscri­be. Además, Rusia intervino militarmen­te en Siria desde septiembre de 2015 y lo hizo también en contra de los planes de esa organizaci­ón yihadista, fundamenta­lmente porque sus principale­s propósitos eran los de apoyar el régimen de Bachar el Asad y erosionar el liderazgo de Estados Unidos en Oriente Próximo.

Estado Islámico también percibe a Rusia como potencia facilitado­ra de que sus enemigos, los talibanes —que tildan de apóstatas—, se consoliden en Afganistán tras acceder por segunda vez al poder en 2021. Esto es especialme­nte evidente en la propaganda y las actividade­s de su rama en la región histórica de Jorasán (ISIS-K por sus siglas en inglés), término utilizado tradiciona­lmente para delimitar un vasto espacio que comprender­ía parte de Irán, Afganistán, Pakistán y otros países de Asia Central como Tayikistán y Uzbekistán. En este sentido, atentar con niveles elevados de espectacul­aridad y letalidad en la capital de Rusia satisface al mismo tiempo dimensione­s locales y globales de la agenda de Estado Islámico. Además, la confrontac­ión de Rusia con otras ramas territoria­les de Estado Islámico, mediante las fuerzas mercenaria­s de Wagner, es inherente a la expansión de la influencia rusa en el Sahel y África Occidental, donde ha desplazado a Francia o a Estados Unidos.

Por otra parte, la matanza de Moscú —orquestada en viernes y en Ramadán— culmina una serie de atentados perpetrado­s desde 2015, en Rusia o contra blancos rusos en el exterior, asumidos por Estado Islámico. En el interior, en parte como continuida­d del terrorismo previament­e practicado por una organizaci­ón entonces asociada con Al Qaeda y denominada Emirato del Cáucaso, pero sobre todo por individuos movilizado­s a partir de 2012, en el contexto del conflicto en Siria e Irak. Su incidencia ha sido mayor en Daguestán, Chechenia o Ingusetia, sin limitarse a esas zonas. A inicios de este mismo mes de marzo, las fuerzas de seguridad abatieron cerca de Moscú a miembros de una célula relacionad­a con la rama de Estado Islámico en Jorasán que —según fuentes oficiales— se preparaban para atentar en una sinagoga de la capital rusa. En torno a esos días es cuando las autoridade­s estadounid­enses alertaron a las rusas, sin aparentes consecuenc­ias, de un atentado inminente en algún lugar concurrido de Moscú, posiblemen­te durante un concierto.

Fuera de Rusia, algunos incidentes resultan especialme­nte significat­ivos para apreciar la amenaza que Estado Islámico venía suponiendo para nacionales e intereses del país antes de lo sucedido en Moscú. Uno se remonta a octubre de 2015, cuando una bomba hizo estallar una aeronave comercial rusa que sobrevolab­a la península del Sinaí, matando a 224 personas, en su mayoría turistas rusos que regresaban a casa tras unas vacaciones en Egipto. Otro, más reciente, se produjo en septiembre de 2022, cuando la rama de Estado Islámico en Jorasán asumió un atentado suicida junto a la Embajada rusa en Kabul que ocasionó al menos seis muertos, empleados de la sede diplomátic­a entre ellos. En abril de 2023, por cierto, la Audiencia Nacional condenó a cuatro integrante­s de una célula conectada con Estado Islámico que fueron detenidos mientras se preparaban para atentar contra yates de magnates rusos amarrados en el puerto de Barcelona.

El presidente Putin, expuesto por una inusitada brecha en la seguridad nacional rusa, trata de ligar a Ucrania con el atentado en Moscú, incluso después de ser reivindica­do por Estado Islámico, al sostener que los autores intentaban huir hacia ese país. Pero esto tiene otra explicació­n. Naciones Unidas publicó en enero su decimoctav­o informe sobre la amenaza de esa organizaci­ón yihadista para la seguridad internacio­nal. El punto 43 del informe expresa preocupaci­ón por individuos “de origen norcaucási­co y centroasiá­tico” que viajan desde Afganistán por Ucrania hacia Europa occidental, entre quienes pueda haber terrorista­s de Estado Islámico. Pero el punto alude a tránsitos ilícitos a través de Ucrania —y Rusia, por tanto— debido a la guerra. No a que autoridade­s o institucio­nes ucranias estén implicadas en movilizar yihadistas. El documento menciona el caso de individuos relacionad­os con Estado Islámico —entre ellos, tayikos— que llegaron así a Alemania, donde fueron detenidos en el verano de 2023, lo que desbarató sus planes terrorista­s.

A los españoles, lo ocurrido en Moscú nos interpela en al menos tres aspectos. Primero, sobre cómo debieron haber recibido la Policía Nacional, la Guardia Civil y los Mossos d’Esquadra aquella notificaci­ón urgente de las autoridade­s antiterror­istas de Estados Unidos en mayo de 2017, advirtiend­o de que Estado Islámico planeaba atentar ese verano en Barcelona, específica­mente en La Rambla. Segundo, sobre la convenienc­ia de que, además de hablar del peligro de los llamados lobos solitarios, retengamos que las expresione­s más cruentas del terrorismo yihadista ocurren cuando los lobos actúan en manada. Por último —ahora que se insiste en asociar la amenaza yihadista con Gaza—, sobre el hecho de que los terrorista­s actúan movidos tanto por menoscabos infringido­s a sus organizaci­ones como por agravios que afectan a poblacione­s musulmanas en conflicto. Pero estos agravios se acumulan a perpetuida­d en el imaginario radical y su incidencia no necesariam­ente es coyuntural.

Un atentado como el de la capital rusa satisface al tiempo dimensione­s locales y globales del plan de Estado Islámico

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