El Pais (Nacional) (ABC)

Y los autónomos, ¿qué?

- SARA BERBEL SÁNCHEZ Sara Berbel Sánchez es doctora en Psicología Social.

Autonomía es una bella palabra que evoca independen­cia, toma de decisiones, emprendimi­ento y libertad. Muchas personas se hacen autónomas cansadas de un sistema laboral rígido que las coarta y les impide desarrolla­r sus capacidade­s y potenciali­dades. Otras lo hacen porque el mercado laboral las expulsa debido a su edad o condiciona­miento físico o intelectua­l que no casa con los estrictos —y, a menudo, discrimina­torios— requerimie­ntos de los trabajos asalariado­s: el lecho de Procusto de nuestro mercado de trabajo no perdona.

Otras lo son porque el arte no soporta ningún tipo de cadenas para crear. En todos los casos, ser autónomo implica, en nuestro imaginario, un grado de libertad mayor que no serlo. Sin embargo, las propuestas de mejoras laborales generalmen­te se centran en la mayoría asalariada y relegan a las personas autónomas a un rincón oscuro al que no alcanza la luz del salario mínimo, la reducción de jornada, los días de fiesta o las pagas dobles por Navidad y vacaciones.

En los últimos meses, se habla intensamen­te de una nueva medida que implicaría la reducción de la jornada laboral en nuestro país. Aparece de la mano de los nuevos usos del tiempo que proponen, también, un cambio en las jornadas laborales de cinco días para que se reduzcan a cuatro, y disfrutemo­s de tres días de ocio. Es difícil entender estas propuestas de forma descontext­ualizada. Aunque ya no estemos en la época del socialismo utópico, que concibió jornadas de ocho horas para acabar con la explotació­n industrial, nada nos impide persistir en la utopía. Nuestra sociedad se construye sobre el edificio de los derechos, que responden a nuestros valores, y su evolución da lugar a ampliar los ya existentes o a crear algunos nuevos. El derecho al tiempo es, precisamen­te, uno de nueva generación que ha llegado para garantizar una vida profesiona­l y personal digna a todas las personas trabajador­as.

Sin embargo, para que sea un derecho auténtico, todas las personas deben tener acceso a él. Pero me temo que una ojeada a la vida cotidiana de quienes nos rodean —o, tal vez de nosotros mismos— nos mostrará grandes diferencia­s en cuanto a su disfrute, e incluso tropezarem­os con algún abismo que, a primera vista, parece insalvable.

Los estudios nos dicen que España es el país que tiene los horarios más retrasados de Europa (y de casi todo el mundo). Almorzamos más tarde que nuestros vecinos europeos, cenamos más tarde y dormimos menos que los demás. La mayoría de las personas trabajador­as que han empezado su jornada a las 8.30 la acaban entre las cinco y las seis de la tarde, pero todavía quedan algunos que acaban a las siete, o incluso a las ocho. Sin embargo, si nos asomamos a una ventana indiscreta, veremos que a las nueve hay todavía un 10% de personas que empezaron a trabajar a primera hora de la mañana: son las autónomas. Y no solo eso.

Si un sábado o un domingo observamos a alguien ultimando una entrega, un producto o un trabajo cualquiera, sin duda es autónomo. Si hay una luz en el estudio a las doce de la noche y se oye el teclear furioso del teclado del ordenador, es un autónomo. Si estás de vacaciones y tu pareja se lleva el portátil a la playa o al restaurant­e porque tiene que contestar unos mensajes, es un autónomo. Sin embargo, toda esa dedicación solo se ve compensada con su entusiasmo (mientras dure) o su creativida­d incombusti­ble, porque nadie paga esas horas extras infinitas. Y, además de no tener precio, ¿cómo van a reducirse?

En la época de la tecnología y la inteligenc­ia artificial, los autónomos aumentan, pero están esclavizad­os. Desde 2013 su cifra no ha parado de crecer. Cuando son mujeres, los días se alargan indefinida­mente para albergar una segunda jornada que les permita realizar las tareas domésticas y cuidar a las criaturas o padres mayores. Por eso, las españolas son las mujeres más estresadas de Europa y las que menos duermen.

Todas las pruebas piloto realizadas con la jornada semanal de cuatro días (más tres de ocio) han mostrado beneficios para la salud física —y sobre todo mental— de las personas trabajador­as. Los estudios en Reino Unido, Islandia y Portugal apuntan a menos estrés, menos ansiedad, menos insomnio y más bienestar general. En la balanza habrá que poner su impacto sobre la saturada Administra­ción pública española (que no ha dado tan buenos resultados en las pruebas piloto, especialme­nte en sanidad y educación), sobre la productivi­dad (para la cual habrá que aplicar otras medidas organizati­vas de fuerte calado) y para incluir a colectivos como las personas autónomas. De lo contrario, no será la inteligenc­ia artificial quien destruya nuestros trabajos, sino nuestra propia incapacida­d para otorgarles dignidad. Habrá que utilizar la imaginació­n para proponer medidas innovadora­s que impacten sobre las condicione­s socioeconó­micas de las personas no asalariada­s y hagan realidad el sueño de tantos autónomos de “ser su propio jefe”.

El derecho al tiempo busca garantizar una vida digna a las personas trabajador­as. Pero no a todas

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