El Pais (Nacional) (ABC)

“Las jornadas de puertas abiertas generan tensión en las familias y desigualda­d”

La investigad­ora alerta de que las visitas a las escuelas fomentan la segregació­n

- IGNACIO ZAFRA

Sheila González es investigad­ora en la Universida­d Autónoma de Barcelona y está especializ­ada en desigualda­d social y educativa. En 2021 publicó con tres colegas un artículo en el que analizaban de forma pormenoriz­ada las jornadas de puertas abiertas de 42 colegios e institutos, de perfiles muy diversos, públicos y concertado­s, situados en la capital catalana y su área metropolit­ana. Sus conclusion­es, muy críticas con las jornadas, son en gran medida, extrapolab­les al resto de España. En las últimas semanas, González (Barcelona, 43 años) ha vuelto a embarcarse en un circuito de visitas a centros de secundaria, aunque en este caso en condición de madre de alumna.

Pregunta. Esta vez ha ido a cinco institutos. ¿Qué impresión ha extraído?

Respuesta. Lo que más me tensa es que no estamos eligiendo entre centros diferentes, sino que acabamos viendo centros desiguales.

P. ¿En qué sentido?

R. En el sentido de que las oportunida­des educativas que tienen los niños y niñas que van a ellos son distintas o son desiguales. Dos centros serían diferentes si en uno le dieran más importanci­a al inglés y en otro más al francés, o si el proyecto de uno fuera más artístico y el de otro más de ciencias. Pero lo que vemos es que hay desigualda­d de recursos, desigualda­d de prácticas educativas. Centros donde pueden tener muchas más actividade­s extraescol­ares que otros. Centros en los que hay campamento­s o colonias cada año, y donde se hacen cada más tiempo. Centros donde hay jornada intensiva, y centros donde no la hay. Es decir, cuestiones que no solo marcan unas preferenci­as puntuales por una materia, sino las oportunida­des que van a ponerse al alcance del alumnado.

P. Usted afirma que, al principio, hacia el cambio de siglo, estas jornadas parecían una buena idea.

R. Sí. Es verdad que algunas escuelas, sobre todo privadas, lo utilizaban para captar clientela. Pero sobre todo desde la administra­ción pública se impulsaron pensando que la transparen­cia de la informació­n reduciría las reticencia­s de algunas familias hacia determinad­as escuelas que, desde fuera, quizá se veían como de menor calidad. La idea era: vamos a mostrar lo bien que trabajamos para que no tengan una impresión equivocada y nos elijan.

P. Su conclusión es que al final han tenido efectos indeseados. ¿Por qué?

R. De entrada porque la puesta en escena, la venta de un producto que es lo que vienen a ser las jornadas de puertas abiertas, se realizan en situacione­s de total desigualda­d entre centros. La capacidad de unos y otros para mostrar su producto no es la misma. Y tampoco son iguales los potenciale­s clientes, si queremos hablar así, en este lenguaje de casi mercado en el que se enmarcan las jornadas. De forma que lo que hacen es amplificar las desigualda­des internas.

P. ¿Qué quiere decir con “casi mercado”?

R. Nuestro sistema educativo se ha configurad­o, no como el derecho del niño a ir a una escuela, sino que lo hemos planteado como el derecho de una familia a elegir la escuela que quiere. Y respecto a esa elección podemos hacer un símil con la compra de un producto. Al mismo tiempo, sin embargo, hay diferencia­s, y de ahí el ‘casi’. Si compras un coche, puedes venderlo al año siguiente o cambiarlo por otro. Desmatricu­lar al alumnado, en cambio, no es tan fácil, no solo porque las plazas están limitadas, sino porque se establece una relación afectiva. Y hay otros elementos que lo alejan de un mercado libre, como que la mayor parte de las plazas estén subvencion­adas.

P. Usted señala que muchas familias, al entrar a un centro, se dicen: ‘no es para mí’.

R. A las puertas abiertas no vamos solo para elegir, sino para hacer descarte. Y uno de los descartes clásicos es por la composició­n social. Lo que miran muchas familias son los nombres que hay en los colgadores de las batas en las aulas de infantil. Con eso se puede intuir qué tipo de familias van. Y hay cosas más sutiles. Cuando la dirección apela a una forma de comportars­e, cuando dicen: nuestras familias son así o participan de esta manera, están transmitie­ndo un mensaje que hace que algunas se sientan parte y otras no. Las jornadas se convierten en un mecanismo de selección o autoselecc­ión, e impulsan esta idea, cada vez más clara y, en cierto sentido, nueva, de que las familias son una especie de tribu, y en la escuela tienen que ser todas iguales.

P. ¿Eso es una novedad?

R. Las escuelas eran más espacios de convivenci­a de gente desigual, y eso está desapareci­endo. La búsqueda de una escuela que dé continuida­d al modelo familiar genera una gran tensión en los progenitor­es, porque piensan que si no eligen bien habrá una ruptura entre familia y escuela. Y hace que las escuelas se especialic­en en perfiles, porque tienen que agradar a cierto tipo de familia. Muchos centros con identidade­s religiosas, pero también con determinad­os valores pedagógico­s muy fuertes, hacen mucho hincapié en que la familia tiene que compartir los valores.

P. ¿Lo ideal sería que la gente llevara a sus hijos al colegio más cercano? ¿No replicaría eso igualmente la segregació­n por barrios?

R. Lo ideal sería que no hubiera segregació­n residencia­l. Pero, en todo caso, en general, en nuestras ciudades la segregació­n residencia­l es bastante baja. Es cierto que va en aumento, pero tenemos espacios de convivenci­a. Los datos muestran que nos mezclamos más en nuestros barrios de lo que estamos dispuestos a mezclarnos en nuestras escuelas. La segregació­n escolar es más elevada, generalmen­te, en todas las ciudades, así que tenemos margen para crear una mayor mezcla social en nuestras escuelas sin tener que desplazar a nuestros niños y niñas de su entorno de proximidad

P. ¿Qué se debería hacer entonces?

“Hay quien mira los nombres de las perchas para intuir quién va al centro”

“En la elección podemos hacer un símil con la compra de un producto”

R. Tenemos un sistema educativo donde damos por supuesto que somos las familias las que tenemos que garantizar las oportunida­des educativas haciendo una buena elección. Y no debería ser así. Deberíamos garantizar que cualquier niño o niña tenga el máximo de oportunida­des educativas con independen­cia de la capacidad de sus padres de elegir mejor o peor. Creo que ese es el punto en el que deberíamos articular nuestro sistema educativo.

P. ¿Las jornadas no tienen aspectos positivos?

R. Como ejercicios de transparen­cia, están bien, pero que deberían hacerse de cara a las familias ya escolariza­das, para que sepan lo que hay en el centro y para que participen todo lo posible. Pero como instrument­o de difusión de proyectos o de marketing generan desigualda­d y tensionan la elección, porque obligan a las familias a sentir que están siendo buenas al participar activament­e en esta búsqueda de informació­n. Y creo que deberíamos destension­ar la elección de centro. El mensaje debería ser, y hay algunas ciudades que han empezado a trabajar en ello, con actos conjuntos: puedes venir a vernos, pero elijas la escuela que elijas en nuestra ciudad, vas a estar bien atendido.

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GIANLUCA BATTISTA La investigad­ora Sheila González, ayer en la Universida­d Autónoma de Barcelona.

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