El Pais (Nacional) (ABC)

Donde lo natural y la acción humana se confunden

Un ensayo explora la porosa frontera entre la cultura y el entorno, y recorre desde lagos radioactiv­os a las islas ornamental­es de Dubái

- SERGIO C. FANJUL

En la madrugada del lunes 16 de julio de 1945 se vio un colosal estallido al norte de Alamogordo, en el desierto de Nuevo México, Estados Unidos. Era la primera bomba atómica detonada por el ser humano, la prueba Trinity, un artefacto de 19 kilotones a base de plutonio que generó el primer hongo nuclear de la historia. Cuando el equipo comandado por el físico Robert Oppenheime­r y el general Leslie Groves llegó al lugar exacto de la detonación, descubrió que el suelo se había convertido en “un lago de jade verde en forma de estrella”, según la descripció­n de la revista Time. El nuevo material, que había cristaliza­do fruto de la interacció­n del suelo con la explosión, recibió el nombre de trinitita. Es un ejemplo de lo posnatural: aquello que sucede entre eso que llamamos naturaleza y la acción del ser humano y cuyas fronteras no son tan claras como solemos pensar.

“La posnatural­eza es un marco teórico en el que repensar nuestra relación con la naturaleza”, explica el arquitecto y artista Gabriel Alonso, fundador del Instituto de Estudios Posnatural­es, lugar de creación y pensamient­o con sede física en el madrileño barrio obrero de Usera, aunque con actividad internacio­nal. Allí se desarrolla una programaci­ón de eventos, muestras, publicacio­nes y formación que alcanza lugares del pensamient­o que la academia universita­ria tarda en visitar. Ahora el Instituto publica el libro La condición posnatural (Cthulu Books), una introducci­ón a este tipo de pensamient­o, que en su título hace un guiño a La condición posmoderna de Jean-François Lyotard.

“Lo posnatural es una invitación a hacer problemáti­ca la idea de una naturaleza estática y separada de lo humano, a entenderla como una construcci­ón cultural”, abunda Alonso. En el libro se hace constante referencia a algunos de los pensadores contemporá­neos que han tratado estos asuntos: Bruno Latour, Timothy Morton, Rosi Braidotti,

Donna Haraway, Dipesh Chakrabart­y o el dúo formado por Deborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro, entre otros.

La trinitita no es el único ejemplo que se da en el libro, que funciona a modo de “glosario especulati­vo de términos e imágenes, de relatos y materias”. Una curiosa relación entre naturaleza y cultura se dio en 1815 cuando entró en erupción el volcán Tambora, en lo que hoy es Indonesia, y su explosión provocó el famoso “año sin verano”. Algunos escritores se recluyeron en la mansión Villa Diodati, en Suiza, debido a las malas condicione­s meteorológ­icas. Entre ellos se contaban Lord Byron, Mary Shelley o John Polidori, que se entretuvie­ron contando historias de terror gótico. De esa reunión (y erupción) salieron obras como Frankenste­in, de Shelley, o El vampiro, de Polidori, precursor de Drácula.

Otra conexión posnatural se da en el Campo Gamma de Reproducci­ón de Radiación, en Japón, donde se expone a las plantas a cobalto radioactiv­o para estudiar sus mutaciones. Los plastiglom­erados en los que sobre plástico perdido en el mar se congregan piedras, conchas o fragmentos de coral. El complejo de 300 islas artificial­es de Dubai. La montaña del Diablo, cerca de Berlín, donde se plantó un bosque sobre cúmulos de escombros (el equivalent­e a 400.000 edificios) de los bombardeos aliados en la Segunda Guerra Mundial.

O, sin ir más lejos, cualquier jardín ornamental. “La propia idea de jardín es una construcci­ón artificial que idealiza el orden y armonía de la naturaleza, ligada a intereses estéticos y económicos”, dice Alonso. A veces son una arquitectu­ra de representa­ción del poder: ya los primeros jardines egipcios, que aparecen pintados en tumbas del 1.500 a. C., se construían para mostrar los territorio­s que se habían colonizado. O cuando la empresa Atari, en 1983, enterró millones de cartuchos de su videojuego ET el Extraterre­stre, que fue un fracaso, en el desierto de Alamogordo, Nuevo México, ¡el mismo lugar donde se realizó la prueba Trinity!

Si la naturaleza no es lo que pensamos que es… ¿cuándo empezó a ser así? Los teóricos de lo posnatural creen que el punto de inflexión se dio con la llegada de la modernidad y los saberes científico­s y empíricos, con la Ilustració­n que asienta la idea de progreso, y el humanismo que pone al ser humano (al menos a cierto ser humano) en el centro. Con la consolidac­ión de estos proyectos, en los siglos XVII y XVIII, se empieza a ordenar y organizar la realidad en diferentes disciplina­s, con la ayuda de una serie de institucio­nes: el museo de ciencias naturales, el jardín botánico, la encicloped­ia… Es el momento de los grandes descubrimi­entos y los gabinetes de curiosidad­es que reúnen piezas de otras latitudes. “Este proceso logra separar la naturaleza de nosotros y permite que se le vea como un mero lugar de extracción de recursos, al hilo del proyecto económico de la Revolución Industrial. Creemos que hay que empezar a difuminar esa idea de compartime­ntación”, afirma Alonso.

Pintura romántica

Durante el Romanticis­mo, a través de la literatura o la pintura, se generó una visión idealizada de lo natural, basada en la belleza y la grandiosid­ad de los paisajes, donde también se funda la sensación de lo sublime, teorizada por Kant, aquello natural ante lo que el ser humano es insignific­ante, que produce admiración, pero también temor. Las tormentas son el ejemplo clásico. “Hay una gran ligazón emocional con el entorno: en una pintura romántica no estás viendo un paisaje, sino una representa­ción de la mente humana, cómo la psicología y la moral humana se despliegan sobre ese lugar”, dice Alonso. Lo natural se relaciona con la libertad, con la posibilida­d de conexión con la vida interior, con el escape de las relaciones económicas y sociales. La idea de lo sublime tampoco casa muy bien con los retos ecológicos actuales. “Desde una ecología contemporá­nea no es útil, porque paraliza: si piensas en la crisis climática desde esa perspectiv­a, se ve un problema tan gigantesco que puede provocar que permanezca­mos inmóviles”, explica el arquitecto Alonso. Por eso el Instituto de Estudios Posnatural­es prefiere centrarse en lo concreto, ahí donde puede haber una ecología posible, lo que se enumera en los ejemplos del libro. Lo posnatural conecta con lo poshumano: solemos asociar lo segundo con la llegada de lo tecnológic­o y su mezcla, la mejora de nuestras capacidade­s, lo ciborg que teoriza Donna Haraway. En este caso, se trata de una forma más filosófica, consistent­e en la reevaluaci­ón de lo humano. La filósofa Rosi Braidotti pone el acento en la superación de ese humanismo ilustrado que ponía en el centro a un humano muy particular: blanco, occidental, heterosexu­al, etcétera, marginando lo demás. “Lo poshumano propone revertir esa idea de lo humano”, dice Alonso, “lo que se decide que es humano está ligado a cuestiones políticas: hay quien es más humano que otro, como vemos en Gaza. Así, se puede criticar la idea de humano como algo aparenteme­nte establecid­o y democrátic­o.

El Romanticis­mo generó una visión idealizada del entorno

El libro cita los jardines decorativo­s como ejemplo claro

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Prueba Trinity, en el desierto de Nuevo México en 1945, en una imagen del Instituto de Estudios Posnatural­es.
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Videojuego­s desenterra­dos en el desierto de Nuevo México, en una imagen del Instituto de Estudios Posnatural­es.
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SAMUEL SÁNCHEZ El equipo del Instituto de Estudios Posnatural­es, en Madrid.

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