Donde lo natural y la acción humana se confunden
Un ensayo explora la porosa frontera entre la cultura y el entorno, y recorre desde lagos radioactivos a las islas ornamentales de Dubái
En la madrugada del lunes 16 de julio de 1945 se vio un colosal estallido al norte de Alamogordo, en el desierto de Nuevo México, Estados Unidos. Era la primera bomba atómica detonada por el ser humano, la prueba Trinity, un artefacto de 19 kilotones a base de plutonio que generó el primer hongo nuclear de la historia. Cuando el equipo comandado por el físico Robert Oppenheimer y el general Leslie Groves llegó al lugar exacto de la detonación, descubrió que el suelo se había convertido en “un lago de jade verde en forma de estrella”, según la descripción de la revista Time. El nuevo material, que había cristalizado fruto de la interacción del suelo con la explosión, recibió el nombre de trinitita. Es un ejemplo de lo posnatural: aquello que sucede entre eso que llamamos naturaleza y la acción del ser humano y cuyas fronteras no son tan claras como solemos pensar.
“La posnaturaleza es un marco teórico en el que repensar nuestra relación con la naturaleza”, explica el arquitecto y artista Gabriel Alonso, fundador del Instituto de Estudios Posnaturales, lugar de creación y pensamiento con sede física en el madrileño barrio obrero de Usera, aunque con actividad internacional. Allí se desarrolla una programación de eventos, muestras, publicaciones y formación que alcanza lugares del pensamiento que la academia universitaria tarda en visitar. Ahora el Instituto publica el libro La condición posnatural (Cthulu Books), una introducción a este tipo de pensamiento, que en su título hace un guiño a La condición posmoderna de Jean-François Lyotard.
“Lo posnatural es una invitación a hacer problemática la idea de una naturaleza estática y separada de lo humano, a entenderla como una construcción cultural”, abunda Alonso. En el libro se hace constante referencia a algunos de los pensadores contemporáneos que han tratado estos asuntos: Bruno Latour, Timothy Morton, Rosi Braidotti,
Donna Haraway, Dipesh Chakrabarty o el dúo formado por Deborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro, entre otros.
La trinitita no es el único ejemplo que se da en el libro, que funciona a modo de “glosario especulativo de términos e imágenes, de relatos y materias”. Una curiosa relación entre naturaleza y cultura se dio en 1815 cuando entró en erupción el volcán Tambora, en lo que hoy es Indonesia, y su explosión provocó el famoso “año sin verano”. Algunos escritores se recluyeron en la mansión Villa Diodati, en Suiza, debido a las malas condiciones meteorológicas. Entre ellos se contaban Lord Byron, Mary Shelley o John Polidori, que se entretuvieron contando historias de terror gótico. De esa reunión (y erupción) salieron obras como Frankenstein, de Shelley, o El vampiro, de Polidori, precursor de Drácula.
Otra conexión posnatural se da en el Campo Gamma de Reproducción de Radiación, en Japón, donde se expone a las plantas a cobalto radioactivo para estudiar sus mutaciones. Los plastiglomerados en los que sobre plástico perdido en el mar se congregan piedras, conchas o fragmentos de coral. El complejo de 300 islas artificiales de Dubai. La montaña del Diablo, cerca de Berlín, donde se plantó un bosque sobre cúmulos de escombros (el equivalente a 400.000 edificios) de los bombardeos aliados en la Segunda Guerra Mundial.
O, sin ir más lejos, cualquier jardín ornamental. “La propia idea de jardín es una construcción artificial que idealiza el orden y armonía de la naturaleza, ligada a intereses estéticos y económicos”, dice Alonso. A veces son una arquitectura de representación del poder: ya los primeros jardines egipcios, que aparecen pintados en tumbas del 1.500 a. C., se construían para mostrar los territorios que se habían colonizado. O cuando la empresa Atari, en 1983, enterró millones de cartuchos de su videojuego ET el Extraterrestre, que fue un fracaso, en el desierto de Alamogordo, Nuevo México, ¡el mismo lugar donde se realizó la prueba Trinity!
Si la naturaleza no es lo que pensamos que es… ¿cuándo empezó a ser así? Los teóricos de lo posnatural creen que el punto de inflexión se dio con la llegada de la modernidad y los saberes científicos y empíricos, con la Ilustración que asienta la idea de progreso, y el humanismo que pone al ser humano (al menos a cierto ser humano) en el centro. Con la consolidación de estos proyectos, en los siglos XVII y XVIII, se empieza a ordenar y organizar la realidad en diferentes disciplinas, con la ayuda de una serie de instituciones: el museo de ciencias naturales, el jardín botánico, la enciclopedia… Es el momento de los grandes descubrimientos y los gabinetes de curiosidades que reúnen piezas de otras latitudes. “Este proceso logra separar la naturaleza de nosotros y permite que se le vea como un mero lugar de extracción de recursos, al hilo del proyecto económico de la Revolución Industrial. Creemos que hay que empezar a difuminar esa idea de compartimentación”, afirma Alonso.
Pintura romántica
Durante el Romanticismo, a través de la literatura o la pintura, se generó una visión idealizada de lo natural, basada en la belleza y la grandiosidad de los paisajes, donde también se funda la sensación de lo sublime, teorizada por Kant, aquello natural ante lo que el ser humano es insignificante, que produce admiración, pero también temor. Las tormentas son el ejemplo clásico. “Hay una gran ligazón emocional con el entorno: en una pintura romántica no estás viendo un paisaje, sino una representación de la mente humana, cómo la psicología y la moral humana se despliegan sobre ese lugar”, dice Alonso. Lo natural se relaciona con la libertad, con la posibilidad de conexión con la vida interior, con el escape de las relaciones económicas y sociales. La idea de lo sublime tampoco casa muy bien con los retos ecológicos actuales. “Desde una ecología contemporánea no es útil, porque paraliza: si piensas en la crisis climática desde esa perspectiva, se ve un problema tan gigantesco que puede provocar que permanezcamos inmóviles”, explica el arquitecto Alonso. Por eso el Instituto de Estudios Posnaturales prefiere centrarse en lo concreto, ahí donde puede haber una ecología posible, lo que se enumera en los ejemplos del libro. Lo posnatural conecta con lo poshumano: solemos asociar lo segundo con la llegada de lo tecnológico y su mezcla, la mejora de nuestras capacidades, lo ciborg que teoriza Donna Haraway. En este caso, se trata de una forma más filosófica, consistente en la reevaluación de lo humano. La filósofa Rosi Braidotti pone el acento en la superación de ese humanismo ilustrado que ponía en el centro a un humano muy particular: blanco, occidental, heterosexual, etcétera, marginando lo demás. “Lo poshumano propone revertir esa idea de lo humano”, dice Alonso, “lo que se decide que es humano está ligado a cuestiones políticas: hay quien es más humano que otro, como vemos en Gaza. Así, se puede criticar la idea de humano como algo aparentemente establecido y democrático.
El Romanticismo generó una visión idealizada del entorno
El libro cita los jardines decorativos como ejemplo claro