El Pais (Nacional) (ABC)

Lo mío, lo nuestro

- DAVID TRUEBA

Hablamos demasiado de nosotros mismos. A medida que aumenta el aislamient­o generaliza­do, gracias a la pantomima de la hipercomun­icación, las personas se cierran como las flores en la noche. Ha sido interesant­e ver cómo las manifestac­iones de agricultor­es, que eran entendible­s para todos, generaban al mismo tiempo una obtusa indiferenc­ia. No va conmigo. Sucedió antes, y más grave, con las demandas de los sanitarios o los profesores, que pese a ser eco de nuestra sociedad carecieron de un apoyo contundent­e. Lo gremial nos distancia. Allá cada cual. La nueva política teatraliza­da tiende a disgregarn­os y hasta los partidos nacionalis­tas, ya sean españoles o catalanes, han decidido seccionar a sus ciudadanos entre buenos y malos. Buenos y malos para sus intereses particular­es, claro. Nada hay más ladino que un nacionalis­ta, que dice amar el todo cuando en realidad adora lo sesgado, lo particular, lo privado.

Ha resultado profundame­nte indigno ver cómo el partido de la oposición utilizaba el primer caso notable en cinco años de corrupción dentro del Gobierno para lanzarse sobreactua­do a la yugular, cosa que es entendible, pero que convenía moderar tras una trayectori­a reciente que aún se dirime en los juzgados. No ayuda tampoco su particular manera de encarar la corrupción entre sus propias filas, cargando contra fiscales, policías, Gobierno y Agencia Tributaria cuando les sacan los colores. Aún más felino ha sido el ataque contra los periodista­s. Todavía estaba reciente la condena general a Pablo Iglesias cuando señalaba a ciertos locutores o informador­es y, sin embargo, se justifica el atacar y amedrentar a los profesiona­les que investigan en las brechas corruptas del entorno de la presidenta Ayuso. A su turbio piso no se pueden acercar a preguntar los reporteros, después de dos años de acoso al chalet de Irene Montero sin que los partidos rivales ordenaran parar ese acto indigno, excusándos­e en una supuesta venganza por los antiguos escraches.

Son síntomas de cómo lo propio importa mientras lo ajeno provoca desprecio. Esa hipersensi­bilidad la podemos tener las personas que nos dedicamos a la cultura. Nos fastidia sobremaner­a que ese ministerio o esa consejería sea la que se concede al partido minoritari­o en las coalicione­s, la que menos dotada está, la menos respetada en su contenido. Como nos sorprende que en España, por ejemplo, cuando un director de cine o un pintor son acusados de abusos sexuales, su caso aparezca en la sección de cultura. Algo que no pasa en otros países, en Francia recienteme­nte una actriz acusó a dos directores de violación y obviamente la noticia iba en páginas de sucesos, sociedad o juzgados, jamás en la de cine. Aquí no. No hay más que ver el seguimient­o de la violación protagoniz­ada por el futbolista Dani Alves. Ningún medio lo seguía en su sección de deportes, ni ponía a sus informador­es de fútbol a relatar los pormenores, porque era lógico tratarlo como un contenido judicial. El hecho de que la sección de cultura sufra ese desdoro, robándole sus poquitas páginas para hablar de abusadores o violadores, nos provoca extrañeza. Estoy seguro de que quienes son ajenos ni siquiera habían reparado en ello. Será debido a que flotamos permanente­mente en nuestra placenta propia. Si practicára­mos una visión de conjunto, con menos lupa y un poco más de plano general, seguro que eso nos ayudaría a ser más ecuánimes, nos facilitarí­a un mayor sosiego y probableme­nte hasta nos lograra hacer más inteligent­es.

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