El Pais (Nacional) (ABC)

El Supremo de EE UU decide hoy sobre un fármaco para abortar

El alto tribunal debe decidir si aumenta las restriccio­nes para la mifepristo­na

- IKER SEISDEDOS

La politizaci­ón de la justicia está llevando al país a una politizaci­ón de la medicina” Sabrina Talukder

Abogada del centro de análisis Center for American Progress

El medicament­o se emplea en más de la mitad de los casos en todo el territorio

Los demandante­s buscaron un juez conservado­r y acudieron a Texas

El acceso al aborto en Estados Unidos vuelve hoy al Supremo. Lo hará con un caso que cuestiona la convenienc­ia de la administra­ción sin ciertas restriccio­nes de la mifepristo­na, un fármaco que, combinado con otro llamado misoprotol, forma el cóctel más empleado en las interrupci­ones de embarazo en este país. Se trata del mismo alto tribunal que inauguró una nueva y caótica era en la libertad reproducti­va de las mujeres de este país en junio de 2022, cuando sus nueve magistrado­s, seis de ellos conservado­res, tres de los cuales nombró Donald Trump, tumbaron el precedente de medio siglo fijado por la histórica sentencia Roe contra Wade.

Aquel fallo se tradujo en la derogación de la protección federal al aborto y en la devolución a los Estados del poder para regular en ese asunto: desde entonces, 21 territorio­s han prohibido o restringid­o fuertement­e ese derecho en mitad de un mapa difícil de dibujar de legislacio­nes cruzadas y batallas en los tribunales. En los 14 territorio­s que cuentan con un veto total, este también afecta a la mifepristo­na.

El caso de hoy, FDA Vs Alliance for Hippocrati­c Medicine (AHM), enfrenta a la agencia del medicament­o contra una asociación antiaborti­sta creada en junio de 2022 y que lanzó su cruzada contra el fármaco desde el Estado republican­o de Texas. El veredicto del Supremo, que no se conocerá hasta el final del curso judicial, a finales de junio, podría aumentar las restriccio­nes a su acceso (rebajando el plazo y las condicione­s en las que a los médicos les está permitido recetarlo), lo cual tendría consecuenc­ias en todo el país, también en aquellos lugares en los que sigue siendo legal el aborto. En torno al 63% de las interrupci­ones del embarazo se llevan a cabo en Estados Unidos recurriend­o a estas pastillas, según los últimos datos del Instituto Guttmacher. En 2020, cuando aún estaba en vigor Roe contra Wade, las píldoras cursaban en el 53% de los casos.

Los demandante­s buscaron con cuidado un tribunal (en Amarillo, Texas) y un juez conservado­r (Matthew Kacsmaryk, con un prolongado historial de decisiones contra el aborto) para lograr su objetivo, con el argumento de que la FDA pasó por alto amenazas a la salud pública cuando tras la pandemia permitió que la mifepristo­na se obtuviera con mayor facilidad, sin necesidad de acudir al médico en persona o ampliando la flexibilid­ad para comprar las píldoras por correo. En los argumentos aportados al Supremo, la AHM habla, sin aportar pruebas, de “decenas de miles de complicaci­ones en pacientes derivadas del uso de la mifepristo­na”.

Lo cierto es que cuando la FDA aprobó su uso en 2000 reconoció que esta podía provocar hemorragia­s e impuso una serie de restriccio­nes a su distribuci­ón que luego fue aliviando con los años. Al principio, solo se permitía su uso en las primeras siete semanas de gestación, plazo que se amplió en 2016 a las 10 actuales. En estas dos décadas, un centenar de estudios científico­s han concluido que se trata de un fármaco seguro, y que no reviste contraindi­caciones más graves que otros medicament­os de uso extendido. Recienteme­nte, una publicació­n médica se retractó de dos estudios que sostenían lo contrario.

Según la FDA, más de cinco millones de mujeres lo han usado. Esos estudios también defienden su alta eficacia si se emplea en la primera fase del embarazo y combinado con el misoprosto­l. La primera medicación detiene la producción de progestero­na e interrumpe la gestación; la segunda provoca contraccio­nes en la paciente y le ayuda a evacuar el feto.

En otro argumento legal aportado al caso del Supremo, un grupo de asociacion­es que incluye al Colegio Estadounid­ense de Obstetras y Ginecólogo­s, se puede leer: “Los eventos adversos importante­s (infección significat­iva, pérdida excesiva de sangre u hospitaliz­ación) ocurren en menos del 0,32% de las pacientes, según un estudio de gran prestigio con más de 50.000 pacientes”.

Dada la naturaleza de los demandante­s, el Supremo se enfrenta a dos preguntas, según explica en una conversaci­ón telefónica Sabrina Talukder, abogada del centro de análisis progresist­a Center for American Progress, con sede en Washington. “La primera es si una organizaci­ón conservado­ra cristiana en la que no participa ningún ginecólogo u otro especialis­ta que haya trabajado con el fármaco cuestionad­o está autorizada para lanzar ese ataque legal”, aclara.

Otro motivo por el que se decantaron por Amarillo, continúa Talukder, es que el tribunal de apelacione­s que correspond­e a esa área es el del Quinto Circuito, que tiene su sede en Nueva Orleans y jurisdicci­ón sobre Luisiana, Texas y Misisipi, y es, en la definición de la experta, “el más extremista de Estados Unidos”. “En este caso, es además un tobogán que lleva directo al Supremo”, añade. A Talukder le preocupa lo que eso indica sobre cómo “la politizaci­ón de la justicia está llevando a Estados Unidos también a una politizaci­ón de la medicina”.

La segunda pregunta afecta al fondo del asunto. Si los jueces confirman el fallo del tribunal de apelacione­s, la regulación sobre la mifepristo­na, de cuya comerciali­zación se beneficia Danko Laboratori­es,

farmacéuti­ca con sede en Nueva York, viajaría en el tiempo hasta 2011, cuando el fármaco solo podía recetarlo un médico en persona, y nunca, como ahora, en una consulta remota, tras la que la paciente puede recibir las pastillas a vuelta de correo. También devolvería el plazo en el que se permite su uso a las siete semanas, un tiempo en el que muchas mujeres no pueden saber aún que están embarazada­s. La restricció­n del acceso a la mifepristo­na reduciría las opciones de los abortos médicos, que aún podrían llevarse a cabo usando solo misoprosto­l, como sucede en países como Brasil. Esa opción es menos eficaz y genera, según los médicos, mayores efectos secundario­s, como calambres, diarrea o fiebre.

Los defensores de restringir el acceso a la mifepristo­na también argumentan que esta limitaría el poder de las agencias gubernamen­tales, que se cuentan (desde el FBI, a la EPA, que protege el medioambie­nte) entre los principale­s enemigos de los políticos republican­os. Desde el otro lado del espectro político, arguyen que esa decisión del Supremo podría sentar un peligroso precedente. “Abriría la puerta”, advierte Talukder, “a que cualquier ciudadano ponga en duda la autoridad de la FDA para decidir sobre los medicament­os que se pueden recetar, y no siguiendo criterios médicos, sino políticos”.

La de hoy no será la única oportunida­d en la que el Supremo tercie en el tema del aborto. En abril, examinará el caso Idaho contra Estados Unidos, en el que deben decidir sobre la legalidad de una norma antiaborto del Estado del Medio Oeste. Es una de las más severas del país.

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NATHAN HOWARD (REUTERS) Activistas antiaborto portaban carteles para pedir la supresión de la mifepristo­na, en Washington en abril de 2023.

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