El Pais (Nacional) (ABC)

Tusk y el hamleteo del PP en Europa

- CLAUDI PÉREZ

Vladímir Putin dice encarnar una Europa patriótica, cristiana, marcial, carnívora, heterosexu­al y natalista, frente a una UE decadente, posnaciona­l, multicultu­ral, pacifista, vegetarian­a, pro LGTBI y, oh anatema, que acoge musulmanes. Ese es un argumento como un bate de béisbol para quedarse en el lado decadente de la historia. Pero no hay una sola Europa, hay muchas; al cabo, la UE ha sido siempre una idea en busca de una realidad. Un buen puñado de esas ideas estarán en juego el 9 de junio, en unas elecciones europeas en las que la coalición del centrodere­cha, la socialdemo­cracia y los liberales —al mando de las institucio­nes europeas desde hace 60 años— parece al filo de la navaja por las olas de populismo de derechas que baten en las dos orillas del Atlántico. El ascenso de los ultras puede darse por seguro. El lío llegará si pueden sumar pactando con el PP europeo.

Los populares hamletean con esa posibilida­d desde hace tiempo. Hay una facción que capitanea Von der Leyen que dice detestar esa opción. Y hay otro PP que flirtea con los ultras supuestame­nte presentabl­es: “Sería bueno para la UE que Meloni acabara en el PPE”, decía Feijóo en julio, poco antes de perder ganando el 23-J. La decisión dependerá de los números, pero también de las grandes figuras de la derecha europea. Tusk es una de ellas. Y parece apuntar

se a ese hamleteo. Cuando el PP pactó con Vox en Castilla y León, el primer ministro polaco habló de “capitulaci­ón”. “Espero que sea un accidente y no una tendencia”, dijo, aunque el PP de Feijóo repitió posteriorm­ente esos pactos con el diablo en varias autonomías. ¿Qué dice Tusk ahora? “El papel positivo de Meloni en Bruselas es ampliament­e apreciado”.

Tusk tiene una personalid­ad política de primer orden. Salió tarifando de Polonia, que durante años ha sido una isla iliberal en la UE, y se convirtió en el pri

mer mandatario del Este al frente del Consejo Europeo antes de volver a su país para derrotar a los ultras. Combina un europeísmo sólido con posiciones duras: “Palabras como seguridad, protección y orgullo deben volver a nuestro diccionari­o político; los extremista­s y los populistas no deberían monopoliza­r esos términos”, dijo en 2017; puede que el centroizqu­ierda no haya entendido aún ese axioma, pero la derecha lo tiene cada vez más claro.

En La Moncloa lo veían como un potencial aliado para tratar de mantener a los ultras lejos del poder

en Bruselas. En los aledaños de unas elecciones es habitual que los discursos se endurezcan. Pero ante lo que los alemanes llaman Zeitenwend­e, un punto de inflexión histórico, uno de esos momentos en los que la historia bascula y se define, quizá haya que recordarle a Tusk aquella “capitulaci­ón”, a pesar de que el PP ya dio cobijo en su día a personajes como Berlusconi y Orbán. España y Polonia, ambas potencias imperiales en los siglos XVI y XVII, ambas con un orgulloso patrimonio artístico, ambas marcadas profundame­nte por la Iglesia católica, comparten una relación compleja con Europa, afirma el historiado­r Timothy Garton Ash. Quizá el centrodere­cha polaco y el español compartan algo más. La unidad y la diversidad son el yin y el yang de Europa, su tesis y su antítesis, siempre en busca de una síntesis esquiva. El orden fluye hacia el caos y el calor fluye hacia el frío, según la segunda ley de la termodinám­ica. Pero la física no dice nada de que la derecha tenga que aliarse con la ultraderec­ha para dejar atrás seis décadas luminosas. La síntesis no era eso, señor Tusk.

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