El Pais (Nacional) (ABC)

La apatía de los rusos

- JOSÉ ANDRÉS ROJO

Desde que Putin invadió Ucrania hace más de dos años, poco se sabe de lo que piensan, ni tampoco de lo que sienten, los rusos. Dan ganas de mirar por el ojo de la cerradura para acercarse a sus afanes cotidianos: si cuidan las plantas en sus casas, cómo se aman, cuánto tiempo ven la televisión o el móvil, si salen mucho, si los jóvenes estudian o si tienen curiosidad, si sigue siendo verdad aquello de que le dan al vodka con firmeza, perseveran­cia, dedicación y oficio. Hace poco, casi el 90% de los rusos votó de nuevo por Putin. ¿Quiere decir esto que están contentos, que celebran lo que su Gobierno está haciendo en Ucrania, o que se dejan llevar por la propaganda? ¿Son acaso ignorantes o ingenuos o fanáticos o se han creído el mensaje de que van a volver a recuperar el imperio para nadar de un día para otro en la abundancia? “¿Qué es lo que une al conjunto de Rusias, qué es lo que salva al país de la descomposi­ción?”, se pregunta el cardiólogo y escritor Maxim Ósipov en Kilómetro 101 (Libros del Asteroide). Y se responde: “En los peores momentos uno piensa: solo la inercia”.

Ósipov ha reunido en este libro distintas historias, o bocetos si se prefiere, o recuerdos —su salida en 2022 de Moscú después de que Rusia invadiera Ucrania, por ejemplo—, que permiten asomarse a un rincón cualquiera de ese inmenso país. Estuvo trabajando en Tarusa, donde lo hizo hace años también su bisabuelo después de abandonar los campos de trabajo. No podía vivir, como les ocurría a todos los prisionero­s tras cumplir su condena, dentro de un radio de menos de 100 kilómetros de la capital y las grandes ciudades, así que se instaló en esa localidad —“fue creada por gente que viene de fuera”, explica Ósipov— que está a esa distancia aproximada de Moscú.

Hay un momento en que Ósipov se refiere a la gente de N. (trasunto de Tarusa) y habla de “las señoras (…), los veraneante­s, los extranjero­s, los tayikos (‘Jefe, ¿tiene algún trabajo para mí?’), los pintores, los empresario­s, la intelectua­lidad técnica local”… Vaya, los tayikos forman ya parte del paisaje, buscan curro, no deben tenerlo fácil. Como les ocurre a los moros, a los sudacas y a los subsaharia­nos en España. Al parecer los cuatro sospechoso­s de entrar con armas de asalto el viernes pasado en una sala de conciertos del centro comercial Crocus City, en la periferia de Moscú, son originario­s de Tayikistán. Dispararon a cuantos encontraro­n en su camino, que estaban allí simplement­e para pasar un rato agradable, acudían al concierto de un grupo de rock progresivo, Picnic. Mataron a más de 140 personas e hirieron a más de 150.

El salvaje atentado lo reivindicó el Estado Islámico, así que habría que ir quitando del relato ese calificati­vo de tayikos porque solo sirve para confundir. Los asesinos son fanáticos fundamenta­listas cargados de ideología y de furia, odio y resentimie­nto. ¿Y los rusos, qué piensan los rusos de tanta violencia gratuita y devastador­a? Como médico, Ósipov explica cómo llegaban a N. muchos que habían sido operados de manera negligente en otros hospitales. “Ellos mismos ven que se han sometido a un riesgo inútil, que su estado no ha mejorado, pero tampoco creen que algo así pueda ser posible, como tampoco las personas en los años treinta y siguientes creían que podían encerrarla­s o fusilarlas porque sí, por nada, ‘para cumplir con las cuotas”. Así son las dictaduras y lo que dejan es indolencia, una falsa nostalgia por un pasado glorioso, abulia, apatía.

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