El ejército español no ha llevado bien el paso
El historiador Francisco Gracia revisa en ‘Gobernar el caos’ cinco siglos de las Fuerzas Armadas y critica su coste e ineficacia crónica. “Aún no ha resuelto su encaje en la sociedad”, sostiene el autor
¿Qué pasa con el ejército? ¿Por qué hay numerosos españoles que no sienten conexión o identificación con sus Fuerzas Armadas, a diferencia de lo que ocurre en otros países como Reino Unido o Francia? ¿En qué momento se torció la relación? ¿Puede enderezarse? ¿Y qué tipo de ejército ha sido y es el español? ¿Hemos tenido unas buenas Fuerzas Armadas homologables con las de otros países? ¿Qué lecciones podemos extraer de la historia? A estas preguntas trata de responder el historiador Francisco Gracia Alonso (Barcelona, 64 años) en Gobernar el caos (Desperta Ferro, 2024), subtitulado Una historia crítica del Ejército español, un libro de 738 páginas, algunas realmente arduas en su obsesión analítica y cuantificadora, pero que resulta apasionante en lo que tiene de invitación a la reflexión sobre el ejército y por las conclusiones, abiertas a la discusión, que va extrayendo de los fríos datos.
Probablemente nunca se han desmenuzado y radiografiado las Fuerzas Armadas españolas con el esfuerzo de cientifismo, rigor, racionalidad y empeño de neutralidad con que ha querido hacerlo Gracia. Entre las conclusiones a las que llega el investigador destacan que el ejército español “no ha resuelto aún su encaje en la sociedad” y que ha estado lastrado históricamente por “su sobredimensión, su coste excesivo y su ineficacia crónicos”.
Gobernar el caos, señala, nace de un encargo de Desperta Ferro con la idea de realizar “no un análisis desde el punto de vista de las campañas militares sino de la repercusión del ejército en la estructura social”. Gracia dice que era muy consciente del “lío” en el que se metía escribiendo un libro de cariz científico sobre el ejército español susceptible de molestar a derecha y a izquierda, pues Gobernar el caos desmonta varios momentos heroicos icónicos del ejército español (Lepanto, Trafalgar), describe algunos de los episodios más deleznables de los militares durante el franquismo y a la vez cuestiona la tranquilizadora imagen de unas Fuerzas Armadas actuales completamente sometidas al poder político, además de hablar del, a su parecer, injustificable aumento del presupuesto de Defensa. “Mi planteamiento ha sido reunir toda la información para hacer un análisis en base a plantea
“Algunos mandos siguen considerando entre sus funciones influir en el sistema político” Francisco Gracia
mientos técnicos y académicos, no ideológicos ni sesgados, y extraer conclusiones. No he querido hacer un ejercicio de antimilitarismo vacío ni una defensa del ejército”.
En su recorrido histórico, que cubre cinco siglos pero que se centra especialmente en el período que va de la Guerra de Independencia a la actualidad, Gracia detecta un elemento constante: el debate sobre el presupuesto militar. También el progresivo convertirse el ejército “en instrumento de control de la estructura del Estado”. “La cuestión ideológica entronca con la imposición que hace el ejército de demandas económicas”, dice Gracia, que observa en los datos oficiales cómo el gasto militar va adquiriendo una relevancia extraordinaria hasta llegar, por ejemplo, a que a finales del XIX “más del 42% de las cantidades del Estado son gastos militares”, apunta. Y “esta dinámica de petición de aumento, que se repite en el siglo XX y llega hasta nuestros días“, recalca el historiador, “condiciona el propio desarrollo del Estado”.
Curiosamente, el alto gasto militar no significa que España haya tenido históricamente un ejército bien equipado y adiestrado. “El dinero no se gastaba en equipo nuevo, en nueva tecnología y en modernización, sino en sueldos. Uno de los problemas históricos del ejército español ha sido la macrocefalia crónica, el exceso de generales, jefes y oficiales. La mayor partida del gasto militar ha ido a sus pagas, y a mantener una cantidad de recluta que justificara la existencia de tantos mandos. No se ha pensado en términos de eficacia”.
En resumen, Gracia constata que uno de los problemas estructurales históricos del ejército ha sido “que estaba sobredimensionado, y a la vez carecía de lo necesario”. Este ejército sobredimensionado ha sido un lastre para el Estado. Las formas de reclutamiento, en las que las capas sociales altas podían ahorrarse el servicio, enajenaron en su momento a amplios sectores de la sociedad con respecto al ejército. Como lo hizo su uso como fuerza represiva y que el estamento militar actuara “como juez y parte con la posibilidad de encausar a cualquiera que considerara que ofendía a la nación”. “En otros países del entorno no se da una tradición intervencionista militar como en España, donde el ejército históricamente no se ha sometido al poder civil”. Gracia apunta que “sigue existiendo en la sociedad española el recuerdo del ejército vencedor de la Guerra Civil”.
Francisco Gracia puntualiza que se han dado pasos importantes para cambiar la idea social del ejército. “Una de las mejores iniciativas ha sido la creación de la Unidad Militar de Emergencia (UME), que paradójicamente recibió críticas de algunos mandos al considerar que distraía recursos económicos de las unidades de combate”. ¿Se puede llegar a una aceptación plena del ejército en España? “Creo que sí, es una cuestión de tiempo;”. Sin embargo, Gracia deplora que “algunos mandos militares continúan considerando entre sus funciones como colectivo influir en el sistema político para que este se adapte a los valores que consideran propios y determinantes de su concepción de la sociedad española”.
Para Gracia, en todo caso, el ejército ha de mejorar su comunicación. Y señala “fallos incomprensibles de imagen” que significan pasos atrás en la consideración del ejército como una institución cada vez más profesional y apolítica. Como que una bandera de la Legión se denominara hasta hace muy poco Comandante Franco. “Son errores de bulto que hay que evitar”.
A finales del siglo XIX, el 42% de los gastos del Estado eran en armas y soldados El uso como fuerza represiva le restó legitimidad