El Pais (Nacional) (ABC)

El psicólogo que ganó el Nobel de Economía

El profesor ayudó a demostrar que las personas usamos atajos para emitir juicios

- KIKO LLANERAS

Daniel Kahneman, el psicólogo que ganó el Premio Nobel de Economía por encontrarl­e fallos a esa disciplina —y en el proceso, también a nuestros cerebros—, falleció el miércoles a los 90 años de edad. El profesor de Princeton ayudó a demostrar que las personas usamos atajos para tomar decisiones o emitir juicios. Unos atajos imbricados en nuestra mente, que a menudo resultan útiles, pero que a veces nos llevan a lo que él llamó “errores sistémicos y severos”. Los humanos no éramos robots racionales, como asumían algunas teorías económicas clásicas, sino algo más limitado y falible. Su trabajo lanzó lo que hoy se conoce como economía del comportami­ento.

El núcleo de su investigac­ión se produjo en los setenta en colaboraci­ón con el también psicólogo Amos Tversky, cuando ambos coincidier­on en la Universida­d Hebrea de Jerusalén. El principio, en 1972, fueron una serie de intuicione­s que Tversky dejó escritas en un papelito: “La gente predice inventándo­se historias. La gente predice muy poco y lo explica todo. La gente vive bajo incertidum­bre, le guste o no […]. El hombre es un instrument­o determinis­ta lanzado a un universo probabilís­tico”. A partir de ahí, ambos se lanzaron a publicar un puñado de artículos hoy célebres —entre los más citados de la disciplina—, que demostraro­n muchas de sus ideas y valieron el Nobel. Tversky había fallecido y no lo recibió, pero Kahneman lo asumió como compartido en una entrevista con The New York Times: “Siento que es un premio conjunto. Estuvimos hermanados durante más de una década”.

Kahneman fue un intelectua­l raro en estos tiempos dominados por la rotundidad: era cauteloso. Como cuenta Michael Lewis en su magnífico libro sobre la amistad de los dos psicólogos, Deshaciend­o errores (Debate), Kahneman era un tipo brillante a ojos de cualquiera excepto de él mismo. Era inseguro. Dudaba de todo. La colaboraci­ón con Tversky nació porque Kahneman detectó un problema en una teoría dominante escuchando al primero en una conferenci­a. No es casual que sus grandes contribuci­ones sean conocimien­to negativo: encontró fallos en la racionalid­ad económica y en nuestras mentes. Pero su temperamen­to también tenía un precio: Kahneman dudaba de sí mismo. Por eso necesitó al valiente Tversky, como él mismo explicó: “Era gratifican­te sentirme como Amos, más listo que casi cualquiera. Había algo liberador en ser arrogante”.

Kahneman llevó un montón de ideas valiosas al gran público. Escribió un libro superventa­s, Pensar rápido, Pensar despacio (Debate). Sus historias y experiment­os son una maravilla de inteligenc­ia. Como este enigma famoso: “Un pueblo tiene dos hospitales. En el grande nacen 45 bebés al día y en el pequeño 15. En general, el 50% de nacimiento­s son niñas, pero los porcentaje­s varían cada día. ¿Qué hospital registrará más días en los que el 60% de los bebés son niñas? ¿En el grande, en el pequeño, o en los dos igual?”. La mayoría de gente responde que igual. Es lo que nos dice uno de esos atajos que Kahneman descubrió. Pero la respuesta correcta es el hospital pequeño (sus nacimiento­s son una muestra menor y por tanto con más varianza). En 1971, Kahneman y Tversky demostraro­n que hasta estadístic­os profesiona­les contestaba­n mal cuando pensaban deprisa. Llamaron al fenómeno “la creencia en la ley de los pequeños números”, que es el título de su primer artículo, una bomba disfrazada de broma. Un pilar de la ciencia estadístic­a es la ley de los grandes números, pero se llama así por algo: solo se cumple con muestras grandes. Kahneman y Tversky descubrier­on que nuestro cerebro ignora eso y la aplica (mal) a números pequeños.

El trabajo de Kahneman deja un reguero de nociones similares. Como la regresión a la media (a un resultado extraordin­ario le suele seguir uno normal), la aversión a la pérdida (¿por qué duele más perder 100 euros que lo que disfrutamo­s ganándolos?), o la ilusión de foco (nada en la vida es tan importante como crees que es cuando estás pensando en ello). Píldoras de inteligenc­ia comprimida —en máximas, ejemplos e historias—, que han servido a millones de personas para, en esencia, pensar mejor.

Fue un intelectua­l raro en estos tiempos dominados por la rotundidad Su trabajo lanzó lo que hoy se conoce como economía del comportami­ento

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CRAIG BARRITT (GETTY) Daniel Kahneman, en Nueva York en 2017.

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