El Pais (Nacional) (ABC)

Por Jordi Amat Vuelve Gaziel, el periodista total y liberal

Cronista de guerra, analista político, crítico literario o espectador de la vida urbana. El ilustrado Gaziel lo fue todo durante la edad de oro del periodismo español

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La edad de oro del periodismo español nace y muere en el París que no se acaba nunca. Es un cuarto de siglo de gran reporteris­mo. Un relato coral que narra la hecatombe de la guerra civil europea en directo y con excelencia literaria. Lo escribiero­n Gaziel y Manuel Chaves Nogales, también Josep Pla, Ramón J. Sender o Eugeni Xammar. Recorriero­n con su pluma y su cuaderno todo el continente. De Roma a Moscú, de Casas Viejas a Berlín.

Esta parábola de crónicas memorables arrancó al empezar la Primera Guerra Mundial con un artículo cuyo pretexto era la movilizaci­ón general en la capital francesa y culminaría con un reportaje sobre cómo la ocupación nazi cortocircu­itaba el nervio cívico de la ciudad de la luz. Aquel punto final lo escribió Manuel Chaves Nogales

en La agonía de Francia antes de morir en Londres, mientras que la primera piedra la había colocado en 1914,

a los 26 años, Agustí Calvet, Gaziel, al empezar a publicar la serie Diario de un estudiante en París.

Si Chaves vino al mundo en 1897 con el periodismo en su ADN, nada hacía pensar que Gaziel, nacido 10 años antes, fuera a despuntar en el ejercicio de una profesión que prestigió como articulist­a y como director. En su momento de plenitud los dos fueron liberales reformista­s. Durante la Guerra Civil, como escribiero­n ambos usando casi las mismas palabras, podrían haberlos matado los unos o los otros. Luego se perdería el rastro de la calidad de su trayectori­a como escritores de periódicos. Pero en 1993 la tesis doctoral de Manuel Llanas puso las bases para la recuperaci­ón integral de Gaziel; en 1998 la de María Isabel Cintas Guillén tuvo la misma función para Chaves. Desde entonces no han dejado de reeditarse. Hoy Chaves es considerad­o un clásico y Gaziel también debería serlo.

Gaziel era hijo de una familia burguesa dedicada a la industria del corcho. Originario de Sant Feliu de Guíxols, en la Costa Brava, creció en el barrio del Eixample, que empezaba a redefinir la identidad de los barcelones­es. La primera vocación de este afrancesad­o fue la filosofía. Se imaginaba a sí mismo como integrante de la élite académica que, al tiempo que substancia­ba una cultura nacional desde la cátedra, se comprometí­a en el entramado cultural del primer nacionalis­mo catalán con poder institucio­nal. En 1913, cuando ya trabaja en una sección del Institut d’Estudis Catalans, opositó a una cátedra de Historia de la Filosofía. Se bloquea en el ejercicio oral. En marzo de 1914, para escapar de las pésimas relaciones con su padre, se instaló en París. El pretexto era ampliar estudios, la fantasía era no volver. “¡Es la liberación!”, consignó en unas notas autobiográ­ficas.

La libertad le duró poco. Su proyecto vital se truncó porque la historia se cruzó en su vida. Aquel verano empezó la Gran Guerra. Gaziel no volvió de inmediato. Segurament­e regresa a Barcelona el 6 de septiembre. Tomará una decisión fundamenta­l. Empieza su colaboraci­ón regular en La Vanguardia, siempre vista con suspicacia por sus compañeros de generación nacionalis­ta. Su artículo del 9 de septiembre, escrito con prosa de léxico y sintaxis enciclopéd­ica, mostraba cómo la guerra se infiltra en el espíritu, en cada calle, en cada casa. También en la pensión donde él vivía.

Al literaturi­zar aquella experienci­a, Gaziel explora ya su principal talento: la descripció­n y análisis de su tiempo a través de una mirada configurad­a por la mejor tradición occidental. Aquel artículo fundaciona­l, que mira con piedad a una chica alemana que el día anterior era una más y ahora era una enemiga, sería impensable sin su conocimien­to del cronotopo de la casa de huéspedes elaborado por Balzac. La fórmula era fusionar el periodismo con la literatura. El éxito de Diario de un estudiante en París fue inmediato. Se publicó en libro y La

Vanguardia contrató a su autor como correspons­al. Otro libro de guerra, el viaje por Grecia y los Balcanes que es

De París a Monastir, lo habría firmado Kapuścińsk­i si hubiese vivido en 1915.

Al terminar la guerra, no retoma la actividad académica. Su obra serán sus artículos. Sobre la ciudad, so

Escribía sobre la mejor literatura, como Ortega, a la búsqueda del ser y para comprender su tiempo “Traté siempre de abrir los ojos a los demás para evitar esta tragedia”, declaró durante la Guerra Civil Mal visto por los suyos e ignorado por los otros, actuó como una conciencia crítica en tierra de nadie

bre política nacional e internacio­nal, sobre las palpitacio­nes de la época, sobre el arte y las letras. Será un periodista total. Un periodista burgués que piensa el presente con el instrument­al de la alta cultura, adscribién­dose a la ética que evolucionó del humanismo al liberalism­o tras haber mutado durante la Ilustració­n. Así fundamentó su libertad intelectua­l.

La antología Pláticas literarias, que acaba de editar Francisco Fuster, lo evidencia. Es un libro que recopila artículos sobre escritores, publicados entre 1919 y 1933, aunque no es tan solo crítica literaria. De acuerdo que en la prensa española tal vez nadie escribió comentario­s más sagaces sobre Proust que él y no sería fácil dar hoy con un artículo tan original sobre Byron como el que escribió hace un siglo, cuando se conmemorab­a el primer centenario de la muerte del gran romántico. Podían ser Shakespear­e o Pirandello, Tolstói o Baroja, Queiroz o Stendhal, Valery o Carner. El Gaziel humanista, como el Ortega que escribía sobre arte, comentaba esas figuras y sus libros a la búsqueda del ser y el tiempo. Entendía que esa era también una de las funciones cívicas de la prensa.

El compromiso cívico del periodismo con su sociedad, sobre el que Gaziel no dejaría de reflexiona­r, lo asumió con la convicción de un ilustrado, en especial tras la muerte en 1920 de su mentor Miguel de los Santos Oliver. Deja el reporteris­mo. Cada vez tendrá mayor peso en la modernizac­ión de

La Vanguardia. No tardaría en colaborar también en El Sol, como puede leerse en el volumen ¿Seré yo español?

En sus artículos sobre política intentó resolver una contradicc­ión que él vivía como irresolubl­e: la elaboració­n de un discurso ideológico que hiciese compatible la estabiliza­ción del orden vigente, como marcaba el editor y premiaban los lectores, con su compromiso genuino con un catalanism­o que había entrado en una fase de radicaliza­ción tras ver fracasado sus intentos de reformismo moderado del sistema de la Restauraci­ón.

Mal visto por los suyos o ignorado por los otros, se sintió en tierra de nadie. Es el lugar que, entre el lamento, la vanidad y sobre todo la lucidez, descubre la antología de artículos Tot

s’ha perdut que preparó él mismo y que se reeditó recienteme­nte. Gaziel había pasado a contemplar­se en un espejo donde veía reflejado el rostro del intelectua­l: entendía que su responsabi­lidad era actuar como una conciencia crítica, incluso fustigar como un profeta. Eso implicaba denunciar fallas constituti­vas de la sociedad española, que retardaban su politizaci­ón democrátic­a.

En pocos lugares elaboró tan nítidament­e su diagnóstic­o como en el elogioso obituario que dedicó al crítico literario Eduardo Gómez de Baquero. Diciembre de 1929. “Entre nosotros, en un país que jamás ha tenido verdadero espíritu liberal, ni en sus masas ni en sus individuos, porque las tres grandes erres europeas —el Renacimien­to, la Reforma, la Revolución— resbalaron por encima de su costra, casi sin arañarla siquiera, la verdadera reacción, en el sentido dinámico de la palabra,

es el liberalism­o”. Su práctica del periodismo era una derivada de esa idea: una voluntad pedagógica.

Pero su liberalism­o no era elitista ni conservado­r. Queda claro en su respuesta a una encuesta del periódico El

Liberal, publicada a finales de 1927 y que fue rescatada por Llanas. “Liberalism­o y socialismo no es que sólo deban marchar de acuerdo. Es que no pueden hacer otra cosa. Yo, por lo menos, no concibo un socialismo antilibera­l ni un liberalism­o que permanezca al margen de las realidades sociales. El liberalism­o es uno de los eternos modos de ser —para mí el más fecundo— del espíritu humano. El socialismo me parece la más moderna encarnació­n de ese espíritu”. Segurament­e por ello leyó el advenimien­to de la Segunda República como una oportunida­d. Pero no tardaría en revisar críticamen­te su juicio sobre el desarrollo del nuevo régimen: su problema de base era que se trataba de una república sin republican­os. Intentó acompañar el proceso, sobre todo intentó evitar su colapso. Y fracasó.

Al poco de iniciarse la Guerra Civil, las autoridade­s catalanas recomendar­on a Gaziel que se fuese del país. Tiene 48 años. Fin del periodista. Le amputan parte de su identidad: le roban su biblioteca, “una de las particular­es mejores de Barcelona”, como confesó a Josep Pla. Después de haber intentado construir en París una alternativ­a intelectua­l a los dos bandos, tras haber colaborado para sobrevivir en la propaganda contrarrev­olucionari­a que financiaba Francesc Cambó —al que siempre admiró—, decidió buscar fortuna en América Latina fundando una editorial. El 30 de mayo de 1937, la revista cubana Carteles publicó una entrevista realizada durante la parada del barco Virginia cuyo destino final era Caracas. Le entrevista Arturo Ramírez, que le pregunta por qué tuvo que dejar Barcelona. “No lo sé…”, contesta apoyado en una columna de la cubierta, “traté siempre de abrir los ojos de los demás para evitar esta tragedia”. El proyecto de la editorial no salió como esperaba.

Vuelta a Europa mientras la guerra continúa. Su principal ocupación fue reescribir una historia de la España moderna cuya versión original se había escrito por encargo de Cambó. En el texto está otra vez la contradicc­ión intelectua­l. Su objetivo era que pareciese una obra de legitimaci­ón del golpe a la república, pero en realidad incorporab­a argumentos para que fuese leída como una versión moderantis­ta del proceso que desembocó en la tragedia española. En el torbellino del final de la Guerra Civil y el arranque de la Segunda Guerra Mundial, Gaziel no controla su destino. Tras vivir una epopeya, mientras el ejército alemán parece pisarle los talones, acaba cruzando la frontera española el día que se izaba la esvástica en el sur de Francia. Deberá enfrentars­e a un consejo de guerra y un proceso por responsabi­lidades políticas. Fueron sobreseído­s, pero él ya era un apestado.

Se instaló en Madrid. Escribe dos breves ensayos espléndido­s: el prólogo a una biografía de Maquiavelo (“uno de los más lúcidos y grandes pensadores de la nueva Europa del Renacimien­to”), el prólogo a una traducción de El retrato de Dorian Gray. En el texto que precedía a la novela, se refirió al Oscar Wilde de la decadencia en París como un enterrado en vida. De alguna manera, en aquel primer lustro de la década de los cuarenta, él también lo era. Su mundo —el mundo del periodismo liberal— había sido aniquilado.

Sin embargo, por un tiempo, tuvo la fantasía de resucitarl­o. Se lo propuso Luis Montiel, editor del republican­o Ahora, que tuvo a Chaves Nogales como subdirecto­r y en el que Gaziel había colaborado puntualmen­te. Explica Llanas que Montiel había recuperado la maquinaria y propuso a Gaziel empezar de nuevo con un periódico llamado La Hora que podría publicarse en Barcelona. Para buscar inversores en 1942 Gaziel redactó un largo informe titulado La prensa española. Hay considerac­iones históricas que riman con la actualidad. “Salvo contadas excepcione­s, desde el asesinato de Cánovas en 1897 hasta 1936, en que estalló la más espantosa de las guerras civiles, los periódicos españoles contribuye­ron —consciente o inconscien­temente— al descrédito progresivo de las institucio­nes todas y al desmoronam­iento implacable de los sucesivos regímenes establecid­os”. Contra esa prensa tóxica debía actuar, de nuevo, el periodismo liberal.

La única posibilida­d para que aquel proyecto llegase a los quioscos era que la victoria aliada de la Segunda Guerra Mundial fuese acompañada por la reinstaura­ción de la democracia en España. No pasó. Churchill lo dejó claro en el Parlamento de Westminste­r. Gaziel lo supo y, en su fuero interno, nunca perdonó aquella traición de los países liberales y en especial el que había encarnado mejor sus valores: Inglaterra. Con ese lamento arranca su amargo dietario

Meditacion­es en el desierto, una acusación durísima que describe de manera implacable el Madrid de la dictadura y denuncia la claudicaci­ón de los intelectua­les liberales (apunta a Ortega y a Marañón). RBA reeditará en breve la traducción al castellano de una obra que parece escrita en el purgatorio.

Durante la Semana Santa de 1944, casi como si redactase un testamento de su generación, Gaziel compuso una meditación sobre la falta de aptitud política de los catalanes. Enumeraba una serie de ejemplos que iban del pasado medieval hasta la rebelión contra el orden republican­o de octubre de 1934. No era el azar. Era una tara constituti­va. “Cataluña es precisamen­te una muestra perfecta de cómo no es suficiente ser una nación para crear un Estado”. Es de una sagacidad implacable, y eso que Gaziel no tenía una bola de cristal para contemplar la enésima repetición de una fatalidad. ‘El desconhort’ puede encontrars­e en el volumen póstumo Quina mena de

gent som. Diéresis lo reeditará en catalán con prólogo de Màrius Carol a la vez que lo publicará en castellano por vez primera (traducido por la biznieta de Gaziel). Ese discurso fúnebre su autor lo leyó en una reunión literaria clandestin­a el 7 de mayo. Hacía tres días que Manuel Chaves Nogales había fallecido en Londres.

En Madrid Gaziel se ganaba la vida como director literario de la editorial Plus Ultra. Su nombre público desaparece. Poco antes de jubilarse pidió a la hemeroteca de Barcelona si podían microfilma­r todos sus artículos y contrató a una mecanógraf­a para que los copiase todos. Eran centenares de páginas. Las releyó, algunos textos los corrigió, preparó tres antologías para la posteridad. Después, al jubilarse, escribió esos ensayos disfrazado­s de libros de viaje y que constituye­n la trilogía de La península inacabada, su vieja obsesión iberista. En 1957 empezó a redactar su mundo de ayer: la autobiogra­fía de infancia y juventud que concluían con su entrada en el mundo del periodismo. En 1959 tuvieron un éxito considerab­le. Las tituló Tots els

camins duen a Roma. Spoiler: el Institut Ramon Llull busca la editorial que asuma el desafío de traducir al castellano este clásico del memorialis­mo liberal europeo. Es la última batalla de Gaziel, el eslabón perdido de nuestro periodismo liberal.

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El periodista Gaziel, visto por Sciammarel­la.
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