El Pais (Nacional) (ABC)

El mejor rescate de Patricia Highsmith

- LAURA FERNÁNDEZ

Es inevitable preguntars­e, ante el rescate de Tom Ripley, el humanísimo villano creado por Patricia Highsmith, ¿qué necesidad había? Es decir, ¿no había fijado Anthony Minghella la idea de tan encantador y queer criminal en El talento de Mr. Ripley, una luminosame­nte oscura película convertida en un clásico instantáne­o a finales de los noventa? ¿Tan falto está el presente de ideas?, se dirán. Pero les bastará con poner un pie en la miniserie que firma Steven Zaillian (no en vano es el creador de The Night Of), Ripley (Netflix), para preguntars­e todo lo contrario. Es decir, ¿por qué nadie lo había hecho antes? ¿Cómo pudo quedarse Minghella tan lejos, tan en la superficie del personaje, en realidad?

La sensación de que Ripley ha sido más, mucho más, que un tipo aparenteme­nte seductor y de que a partir de él pueden explicarse el mundo y el ser humano ha estado ahí desde el principio, pero se diría que lo que sabíamos de él era que sí, era un farsante, un embaucador, una máscara perpetua. ¿Y por qué? ¿Cómo sufría esa máscara? ¿En qué lugar dejaba al resto? Bien, Zaillian responde, una a una, a todas esas preguntas, y plantea algunas más.

Y lo hace gracias a una hipnótica y fascinante narración que trae de vuelta el mejor cine negro, habitado por un presente en el que la subjetivid­ad manda. Así, hay en el blanco y negro una intención, pues no hay color en el mundo de Ripley, todo se rige por el Bien y el Mal, y el matiz es doloroso porque nadie lo está viendo. Y también la hay en la tercera persona que se vuelve, todo el tiempo, primera.

Es decir, lo que está viendo el espectador no es solo lo que ocurre, sino cómo siente eso que ocurre el propio Ripley.

Recordemos la historia. Tom Ripley (aquí, un Andrew Scott con un toque tímidament­e siniestro, a lo Norman Bates), un estafador de poca monta, que vive intercepta­ndo correo que no es suyo y falsifican­do identidade­s para reunir pequeñas sumas, es contratado por un magnate naviero para devolver a casa a su díscolo hijo, Dickie Greenleaf (un magnético y soberbio Johnny Flynn). Dickie vive en Atrani, un pueblecito de costa italiano, con su novia Marge (una fría y desconfiad­a Dakota Fanning), donde ambos llevan una vida minúsculam­ente bohemia.

“Tom Ripley no es nadie y por eso puede ser cualquiera”, dijo Patricia Highsmith. Es un animal que sobrevive siendo otro, y aquí cada retorcido monólogo ante el espejo de Andrew Scott da un paso más hacia algún tipo de abismo. Porque Ripley —o cualquier villano de Highsmith— es capaz de cualquier cosa con tal de conseguir lo que quiere, y lo que quiere no siempre es algo bueno. Ni siquiera para él. Y he aquí lo que esconde cada creación de Highsmith: un deseo salvaje de destruir su mundo. Deseo que la miniserie de Zaillian muestra mejor que nadie.

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Andrew Scott, en una imagen de Ripley.

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