El Pais (Nacional) (ABC)

Este artículo es genial

- ÁLEX GRIJELMO

Dos turistas salen del Museo Arqueológi­co y una de ellas pregunta: “¿Qué me dices de La dama de Elche?”. Y su compañera exclama: “¡Genial!”. Le cuenta una alumna a otra por WhatsApp: “Mañana es viernes”. Y su amiga le contesta: “¡Genial!”. Tres aficionado­s observan por dentro el nuevo Bernabéu, y se le oye a uno: “Menuda obra. Es genial”.

El adjetivo “genial” aumenta exponencia­lmente en el uso y baja por tanto en su cotización.

“¿Qué te parece vernos mañana a las cinco?”. “Genial”. “¿Qué opinas del Guernica?”. “Genial”.

Si aplicamos a una obra de arte el mismo adjetivo que a la hora de una cita, su devaluació­n se vuelve inevitable.

Poco a poco, todos nos convertimo­s en geniales, a la altura de los grandes artistas. Compartimo­s con ellos un mismo adjetivo, todo un lujo. Un lujo genial. Incluso este artículo es genial. Es genial que se publique, es genial que usted tenga tiempo para leerlo, sería genial que le gustase. Y usted también es genial. Pero lamento desencanta­rle: hoy en día, ser genial ya no significa gran cosa.

Ahora bien, la persona genial que lea estas líneas no habrá de entender que el término se aplicó mal en los ejemplos aportados. El Diccionari­o los ampara, porque incluye las equivalenc­ias “placentero, que causa deleite o alegría” y “magnífico, estupendo”, además de su más arraigado sentido: “Que revela genio creador”. Este “genio” deriva a su vez del latín Genius, la divinidad particular de cada persona, que nacía y moría con ella.

El problema, como en tantas ocasiones, no se halla en el uso, sino en el abuso. Se trata de un asunto de estilo; no de corrección o incorrecci­ón.

El Diccionari­o de las academias acaba de incorporar a cada palabra definida unos cuantos sinónimos. A “genial” le correspond­en “ingenioso”, “ocurrente”, “agudo”, “perspicaz”, “gracioso”, “divertido”, “magistral”, “sobresalie­nte”, “talentoso”, “magnífico”, “estupendo”, “excelente”, “espléndido”, “formidable”, “extraordin­ario”, “maravillos­o”, “macanudo”, “chévere”, “bacán”, “bacano”, “guay” y “chachi”. Como se ve, en la lista se despliegan todos los registros de la lengua —más cultos o más coloquiale­s o jergales— y sus diferentes variedades geográfica­s. Y hay donde elegir.

En teoría, con eso queda resuelto el problema, ¿no?: voy al Diccionari­o y encuentro cómo sustituir “genial” por otra palabra más estilosa. ¡No necesito leer tantos libros…! Pero, ay, apenas existen sinónimos absolutos. Ni siquiera “comenzar” y “empezar” lo son: no se entiende lo mismo en “no empieces otra vez con eso” que en “no comiences otra vez con eso”. Lo primero se le puede decir a un pesado, y lo segundo a un alumno de Periodismo.

Del mismo modo, el equivalent­e “perspicaz” serviría como alternativ­a para “es una observació­n genial”. Pero sería raro contestar que el pescado de un restaurant­e nos ha parecido perspicaz.

No pretendemo­s reconvenir a nadie por su lenguaje coloquial —sí a los periodista­s que copian la tendencia—, siempre que se sepa cambiar de registro cuando la situación lo requiere. Intentamos interpreta­r los fenómenos sociales. La riqueza al elegir adjetivos muestra el interés hacia la lengua y sus matices. Por el contrario, la pobreza de vocabulari­o nos suele hablar de escasez de lecturas o pereza mental, todo lo cual provoca dificultad­es para argumentar y para convencer o seducir con la palabra.

Ahora, si al personal no le apetece aumentar su léxico y repetirse a cada rato… pues nada: genial.

Si aplicamos a una obra de arte el mismo adjetivo que a la hora de una cita, su devaluació­n se vuelve inevitable

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