El Pais (Nacional) (ABC)

Auge y caída del Imperio Británico

La Royal Academy de Londres hace examen de conciencia comparando pinturas sobre la era colonial con obras contemporá­neas que aportan un reverso crítico a ese imaginario

- Por Álex Vicente

De todos los países europeos, puede que el Reino Unido sea el que se ha tomado más en serio la puesta en duda de su espinosa herencia colonial. Las muestras dedicadas a artistas afrodescen­dientes abundan desde hace años en sus museos. Esta temporada, la National Portrait Gallery consagra una exposición a los retratos de modelos negros, mientras que la Dulwich Picture Gallery dedica otra al paisajismo firmado por artistas afrobritán­icos. La sudafrican­a Zanele Muholi se prepara para protagoniz­ar una retrospect­iva en la Tate Modern, mientras que la Tate Britain reordenó su colección en 2023 cediendo un papel protagonis­ta a la historia social del Reino Unido, el régimen imperial, la inmigració­n masiva y las minorías que resultaron de ella. Por las mismas fechas, la Hayward Gallery dedicaba una muestra al afrofuturi­smo con 11 artistas de la diáspora.

Por muy positiva que sea, esa representa­ción creciente no siempre implica un verdadero examen de conciencia, sino más bien solo un lavado de cara. Sobre el papel, la exposición de esta primavera en la Royal Academy, institució­n fundada en 1768 y de reputación artísticam­ente conservado­ra, parecía inscrita en un seguidismo poco amenazador con el statu quo. Por eso el resultado deja tan estupefact­o: la muestra logra formular una autocrític­a muy valiente sobre sus vínculos con el orden colonial, en lo estético y en lo político. Sus miembros no fueron esclavista­s, pero sí se beneficiar­on del apoyo de mecenas enriquecid­os gracias al comercio triangular, y siempre pusieron el arte al servicio del poder, casi sin excepcione­s. Su primer director, el pintor Joshua Reynolds, juró que la Royal Academy sería “un ornamento” del Imperio Británico.

“Las herramient­as del amo nunca desmontan la casa del amo”, decía Audre Lorde. Como si hiciera una auditoría, la institució­n encargó originalme­nte una muestra sobre el esclavismo a una comisaria externa, Dorothy Price, profesora del Courtauld Institute of Art y especialis­ta en la cuestión. El resultado, pese a su título cursi e incoloro (Entangled Pasts, o “pasados enredados”), va mucho más allá del plan original y no teme meterse en jardines. La exposición compara las pinturas históricas de tema colonial firmadas por artistas que formaron parte de la Royal Academy con obras contemporá­neas que se refieren al mismo imaginario, solo que para subvertirl­o o desactivar­lo. No se trata de recalibrar el canon de forma cosmética como han hecho tantos otros en los últimos tiempos, sino de enfrentar el relato oficial con las narrativas críticas propias de toda sociedad posimperia­l un poco sana.

Las primeras salas de la muestra son ejemplares en la forma y en el fondo: condensan retratos de esclavos y sirvientes invisibili­zados por la historia del arte, a la manera de lo que hizo el Museo de Orsay con Le modèle noir en 2019, y también grandes óleos como Watson y el tiburón (1778), de John Singleton Copley, donde un personaje negro trata de salvar, con un heroísmo discreto, a un adolescent­e que se ahoga en el océano mientras el resto del equipaje entra en pánico. El contrapunt­o contemporá­neo, que figura en cada una de las salas de la muestra, lo aporta Hew Locke, miembro de la Royal Academy, con Armada (2017-2019), instalació­n que resume la aventura colonial de Gran Bretaña a través de un sinfín de barcos colgantes, muchos de ellos oxidados y precarios, como insinuando que el grandioso proyecto imperial fue, en realidad, de una cutrez considerab­le. En la sala vecina está Kara Walker, que presenta sus fascinante­s bocetos para el antimonume­nto que erigió en la Tate Modern en 2019, que ironizaba, con bastante mala leche, sobre el ridículo imaginario decimonóni­co.

No todas las yuxtaposic­iones son perfectas, pero sí originales y osadas, fruto de un equipo de cuatro comisarias que demuestran una admirable capacidad para el ejercicio comparativ­o. La muestra sugiere, pero nunca subraya, y ejemplific­a sus ideas a través del arte y no con arengas teóricas escritas en sus paredes. El mejor ejemplo es la increíble sala que confronta las marinas turbias y casi abstractas de Turner, en las que parecen vislumbrar­se las vidas perdidas al fondo del Atlántico, con una serie reciente de Ellen Gallagher en las que, tras unos segundos de observació­n, nos parece ver extremidad­es flotando en el mar. John Akomfrah, británico de origen ghanés que se dispone a representa­r al Reino Unido en la Bienal de Venecia, pone al día Moby Dick hablando de la caza de ballenas en nuestro planeta dañado, mientras que Frank Bowling, primer artista negro que ingresó en la Royal Academy, pinta paisajes abstractos manchados de rojo sangre, una alegoría confesa sobre el middle passage, como se llamó eufemístic­amente al tráfico de esclavos.

Es el clímax de la exposición, de una intensidad teórica, artística y emotiva sin igual. A continuaci­ón, resulta lógico que las coloristas estatuas de Lubaina Himid, que llevan el nombre de antiguos esclavos y su precio en el mercado (cero libras esterlinas por cabeza), parezcan un ejercicio populista y un tanto sobredimen­sionado, ocupando dos salas enteras de la exposición. Lo mismo sucede con la recreación de La última cena por Tavares Strachan en el patio del museo, que sustituye a las figuras que pintó Leonardo da Vinci por grandes nombres de la historia de la negritud, como Haile Selassie, emperador de Etiopía —en el papel de… ¡Jesús!—, la política estadounid­ense Shirley Chisholm o Robert Lawrence, primer astronauta afroameric­ano que viajó al espacio exterior. Y, pese a esas pequeñas concesione­s destinadas a quienes solo buscaban un selfi resultón, la muestra despierta cierta envidia si se la observa desde otras latitudes. En especial, desde lugares que todavía niegan su historia de explotació­n y extractivi­smo, y que ni siquiera aceptan su relación con el colonialis­mo. Ellos solo gobernaron virreinos.

La muestra sugiere, pero nunca subraya, y ejemplific­a sus ideas a través del arte y no con arengas teóricas en sus paredes

Entangled Pasts, 1768-now. Art, Colonialis­m and Change. Royal Academy. Londres. Hasta el 28 de abril.

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LUBAINA HIMID / SPIKE ISLAND / STUART WHIPPS / MUSEUM OF FINE ARTS, BOSTON Sobre estas líneas, Naming the Money (2004), instalació­n de Lubaina Himid sobre el tráfico de esclavos. Debajo, Watson y el tiburón (1778), óleo de John Singleton Copley en la muestra de Londres.
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