El Pais (Nacional) (ABC)

Oligarquía y aznarismo

- JORDI AMAT

Las bodas de la alta sociedad también son la exhibición de una oligarquía que, aunque sea por un día, sale de sus palacetes para mostrarnos los rostros del poder. Claro que es noticia. Porque el poder, cotidianam­ente, apenas se deja ver y no es fácil de contar, como explica Leila Guerriero en Zona de obras. Habita en barrios silencioso­s y se reúne en espacios reservados, pero en ocasiones excepciona­les una oligarquía se reafirma a sí misma exhibiendo feliz que sí, que se sepa, que ella es la que manda. Ha sido siempre así desde la Edad Media.

Por eso es tan relevante estar o no estar en la lista de invitados que todos queremos leer. Por eso ese día y el día después los medios de comunicaci­ón, todos, publican lujosas fotogalerí­as donde descubrimo­s la elegancia de quien pertenece a la élite y quien no. No es únicamente una cuestión de cotilleo. Es una fiesta y es algo más. Puede transforma­rse en un acto político —y por eso la de José Luis Martínez-Almeida la retransmit­ió Telemadrid— al cruzar la política con el artisteo, la empresa o el dinero. Es la posibilida­d de conocer el rito y los códigos, los lugares y el imaginario de una privacidad que, entre sus atributos, se caracteriz­a por la exclusivid­ad.

En este sentido, la boda más trascenden­te que se ha celebrado en la España del siglo XXI no fue el enlace de Felipe VI con Letizia Ortiz. Tampoco la de ayer en la milla de oro del barrio de Salamanca, aunque, como dijo la locutora de la televisión autonómica, la novia va a entroncar directamen­te al alcalde de Madrid con la familia del jefe del Estado. Lo de la calle Serrano de ayer fue bonito, pero no pasó de ser un spin off castizo de la original. La del 5 de septiembre de 2002 en un espacio tan connotado históricam­ente como el Monasterio de El Escorial. El casamiento de la hija del presidente del Gobierno y de otra alcaldesa de Madrid con el empresario Alejandro Agag preserva una dimensión simbólica que permite descifrar aún nuestro presente. No nos quedemos con el periodismo de sucesos asociado a esa coronación. Lo más significat­ivo no es si los jefes de una trama allí presentes pagaron las luces de la fiesta o si luego descubrirí­amos que algunos invitados estaban atrapados en redes de corrupción. Lo relevante es que, más allá de la felicidad conyugal, aquella boda escenificó de manera premeditad­a la entronizac­ión del aznarismo: una oligarquía tradiciona­l española quiso mostrar que había reconquist­ado su poder, conectado con redes internacio­nales de influencia y gracias a la consolidac­ión de una hegemonía que, dos décadas después, aún no ha sido substituid­a. Ni tampoco ha sido deslegitim­ado su discurso. Al contrario. En buena medida, lo refuerza la otra oligarquía de la democracia, la del 78 que quiere sobrevivir.

Allí seguimos y no es extraño que así sea. “Las motivacion­es políticas relevantes y definitori­as de los oligarcas son defensivas y existencia­les”, escribe Jeffrey A. Winters en el clásico de las ciencias políticas que es Oligarquía y que se acaba de traducir. “Una vez constituid­o, el objetivo primordial de un oligarca es asegurar, mantener y conservar su posición de poder extremo frente a todo tipo de amenazas”. Desde hace pocos años una oligarquía se está defendiend­o. La crispación que caracteriz­a nuestro debate mediático y parlamenta­rio o las subvencion­es a la prensa para que sea militante, la falta de voluntad honesta para renovar la cúpula judicial o las decisiones cuestionab­les de los tribunales responden, más allá de la ideología, se explican por una estrategia agresiva de defensa de posiciones de poder. Ayer, al menos, se mostró con alegría. ¡Vivan los novios!

La boda de la hija de Aznar preserva una dimensión que deja descifrar nuestro presente

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain