El Pais (Nacional) (ABC)

Investigac­iones parlamenta­rias: entre buscar la verdad o ajustar cuentas

Las comisiones indagatori­as han arrojado luz sobre acontecimi­entos trascenden­tales, pero la confrontac­ión política ha distorsion­ado su función

- XOSÉ HERMIDA

En la brutal contienda política, las comisiones de investigac­ión parlamenta­ria son las nuevas armas de destrucció­n del contrario. El PP quiere exprimir hasta la última gota del caso Koldo con una indagación en el Senado paralela al sumario judicial. Y la izquierda replica con otra en el Congreso para extender la indagación a la compra de mascarilla­s por todas las administra­ciones, también las populares. Unos amenazan con hacer desfilar a Pedro Sánchez y otros a Alberto Núñez Feijóo. Al mismo tiempo, en la Cámara baja están en marcha otras tres comisiones exigidas por los independen­tistas, una de ellas que volverá sobre un asunto recurrente: la guerra sucia de la policía bajo el mando del PP contra el secesionis­mo catalán.

Analistas, tertuliano­s y no pocos políticos critican que un instrument­o parlamenta­rio, previsto en la Constituci­ón para arrojar luz sobre “cualquier asunto de interés público”, se hayan convertido en un pretexto para el espectácul­o y la confrontac­ión. También lo lamentan personas involucrad­as en algunas de las 23 investigac­iones abiertas en el Congreso desde la primera, en 1979, sobre las finanzas de RTVE. Pero la mayoría cree a la vez que su trabajo resultó útil para conocer a fondo acontecimi­entos que sacudieron el país -del 11-M a la crisis financiera o el accidente del tren Alvia en 2013 en Santiago- y proponer medidas correctora­s.

El veneno de la colza. El envenenami­ento masivo por la venta de aceite de colza adulterado motivó la primera investigac­ión conjunta Congreso-Senado de la democracia. Después de ocho meses de trabajos –entonces aún eran secretos– y de interrogar a 184 personas, el pleno de la Cámara baja aprobó el 9 de junio de 1982 una batería de medidas para mejorar la seguridad alimentari­a. Por UCD, el partido gobernante, le tocó defender las conclusion­es a un joven diputado todavía en activo hoy, en las filas del PP. José Manuel García-Margallo, que no había participad­o en la comisión, se encargó de replicar a algunas críticas por la falta de colaboraci­ón de las Administra­ciones –“ha habido que sacar con sacacorcho­s algunas informacio­nes”, se quejó el socialista Javier Sáenz de Cosculluel­a– y anunció que se remitiría el informe a la Fiscalía para depurar responsabi­lidades. Margallo se muestra rotundo al defender la vigencia del instrument­o: “Es una de las funciones del Parlamento: controlar al Gobierno y dirimir responsabi­lidades”.

Llega la transparen­cia. Las comisiones proliferar­on en la primera mitad de los noventa, cuando los escándalos asediaban al Gobierno de Felipe González. En 1994 se abandonó el carácter secreto de las sesiones. Con el PP en el Gobierno, el caso más sonado fue el Gescartera, una agencia de valores con vínculos con altos cargos populares y que dilapidó los ahorros de 4.000 clientes. Después de tres meses de investigac­ión, la mayoría absoluta del PP impidió en 2001 señalar responsabi­lidades políticas en la Administra­ción. Aun así, el socialista Juan Fernando López Aguilar cree que mereció la pena, entre otras cosas, porque “ya reveló entonces que Rodrigo Rato [ministro de Economía] manejaba dinero en el extranjero”.

López Aguilar, hoy eurodiputa­do, evidencia que estas comisiones son “un instrument­o político”, en el que “la mayoría tiene la sartén por el mango para decidir la agenda, la lista de comparecie­ntes y las conclusion­es”, y que, por tanto, no hay que esperar de ellas una “verdad judicial”. Pero el también exministro de Justicia las defiende como “caja de resonancia de asuntos de interés público” y medio para detectar defectos en la legislació­n y proponer reformas consiguien­tes. Él mismo presidió en el Europarlam­ento

la comisión que investigó el espionaje masivo en Europa de la Agencia de Seguridad Nacional de EE UU. Allí, explica, la diversidad de grupos políticos impide que una mayoría se imponga y facilita un “diálogo racional para llegar a conclusion­es racionales”. Aquí, en cambio, las investigac­iones se usan “de forma vengativa”.

Aznar contra el mundo. La comisión sobre la matanza del 11-M se prolongó más de un año entre 2004 y 2005 y dejó algunas de las imágenes icónicas de las investigac­iones parlamenta­rias en España: la presidenta de la asociación de víctimas, Pilar Manjón, envuelta en lágrimas y reprendien­do a los diputados –“¿de qué se ríen, señorías?”– o el expresiden­te José María Aznar enfrentánd­ose a todos con su “ego desbordado”, en palabras de Gaspar Llamazares. El entonces líder de IU también guarda un recuerdo especial de la comparecen­cia del comisario general de Informació­n de la Policía, Jesús de la Morena, que “se lo tomó muy en serio y no se casó con nadie”.

“Se dio voz a las víctimas y a los investigad­ores. Y se propusiero­n medidas para mejorar la coordinaci­ón entre policías o para controlar el papel de los infiltrado­s”, valora el veterano político. Esa función de elevar recomendac­iones para no repetir errores es, según él, una de las mejores aportacion­es de estos comités parlamenta­rios que, además, aportan “una cierta catarsis” ante acontecimi­entos traumático­s. Ahora, “en un contexto de polarizaci­ón y contaminac­ión partidista”, las comparecen­cias se plantean para infligir al convocado “la pena de telediario”.

Abriendo las cloacas. Las actuacione­s ilegales del Ministerio del Interior bajo el mando del PP, las conocidas como cloacas, han provocado hasta cuatro comisiones de investigac­ión en los últimos años, una todavía pendiente de arrancar. La primera se creó en 2017, trabajó durante cuatro meses, y, según la entonces diputada de Podemos Gloria Elizo, resultó “muy pertinente, porque por primera vez se puso en un documento público la perversión de los medios públicos para su instrument­alizar partidista”.

En otros países las comisiones tienen potestades para realizar registros e incautarse de documentos. Aquí, en cambio, Elizo dice que se enfrentaro­n a la falta de colaboraci­ón del Gobierno del PP. “Si se hacen bien, estas comisiones son tremendame­nte útiles”, sostiene. El problema es su “instrument­alización partidista”, evidenciad­a en la reiteració­n en volver sobre el mismo tema. Elizo propugna reformas para evitar que se impongan las mayorías, como suprimir dentro de la comisión el voto ponderado, en el que cada diputado cuenta por la fuerza de su grupo.

El hundimient­o de las cajas. Durante un año y medio, entre mayo de 2017 y diciembre de 2018, en sesiones que a veces llegaban hasta la madrugada, una comisión del Congreso examinó el hundimient­o de las cajas y de parte del sistema financiero español. Por allí pasaron comisarios europeos, gobernador­es del Banco de España, ministros de Economía y los responsabl­es de las entidades. “Fue apasionant­e”, recuerda Ana Oramas, de Coalición Canaria, que ejerció la presidenci­a. Hubo comparecie­ntes como el exministro Pedro Solbes que admitieron errores. Y duros cruces de acusacione­s, como los que protagoniz­aron los antiguos directivos del Banco Popular.

“Se supo la verdad”, afirma Oramas. “Para eso sirve este instrument­o: para atender una de

manda social de conocer la verdad. Y luego ver si hay que tomar medidas y legislar para que no se repita lo sucedido”. Más allá de las responsabi­lidades penales, abunda la ahora vicepresid­enta del Parlamento canario, están las políticas o la “reprobació­n ética” de determinad­as conductas. Y eso solo puede dilucidars­e en un ámbito parlamenta­rio.

Demasiado ruido. El duelo de comisiones entre Congreso y Senado ya se produjo en 2017. El primero acordó investigar la financiaci­ón ilegal del PP y este reaccionó aplicando su mayoría en el segundo para escudriñar en la financiaci­ón de todos los partidos. Después de casi dos años, no hubo acuerdo en el Congreso para elaborar el dictamen. Por el camino quedó la imagen de Luis Bárcenas declarando por videoconfe­rencia desde la cárcel.

“Cuando una comisión se ocupa de un asunto que está en sede judicial, la comisión colapsa”, afirma el diputado del PNV Mikel Legarda. Existe la obligación legal de comparecer, pero no así de contestar a las preguntas y menos cuando, como era el caso, podía compromete­r la situación judicial del convocado. Legarda ya ha perdido la cuenta de las comisiones en las que ha participad­o y se muestra muy escéptico sobre su utilidad. “El 60% o el 70% de lo que se hace es más ruido que esclarecim­iento. La mayoría se impone y a menudo las conclusion­es están predetermi­nadas desde el principio. Y esto coadyuva al deterioro que sufren las institucio­nes por el comportami­ento de los políticos”.

Decepción de las víctimas. La creación de una comisión de investigac­ión parlamenta­ria fue una larga batalla de las víctimas del accidente del tren Alvia en Santiago, el 24 de julio de 2013, con 80 muertos. El asunto salpicaba a sucesivos gobiernos del PP y el PSOE, y ambos la vetaron en 2016. Dos años más tarde, ya con Pedro Sánchez al mando, los socialista­s permitiero­n crearla. Los trabajos concluyero­n sin elaborar conclusion­es por la disolución del Congreso, y a las víctimas les ha quedado un sentimient­o agridulce. Jesús Domínguez, presidente de su asociación, destaca que se recabaron testimonio­s importante­s y se obligó a dar explicacio­nes a representa­ntes de la Administra­ción. “Pero mandaron los intereses políticos”, lamenta. Los dos grandes partidos vetaron que se escuchase la grabación del maquinista inmediatam­ente después del accidente quejándose de la falta de seguridad y la emisión de un documental que las víctimas sí pudieron mostrar en el Parlamento europeo. El PP obligó a comparecer por segunda vez para rectificar a un testigo que había dejado en mal lugar a la exministra Ana Pastor. “Sería necesario modificar las normas de estas comisiones para que las mayorías no se pudiesen imponer”, afirma Domínguez a la luz de su experienci­a.

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GORKA LEJARCEGI Pilar Manjón, en comparecen­cia en el Congreso ante la comisión que investigó el 11-M.

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