“Soy buena en lo mío: odio la falsa modestia”
Quedamos a salto de agenda de la entrevistada, cuya vida es últimamente una yincana de trabajo, viajes de promoción de su libro, Ansia, y treguas en casa con su hijo, de siete años. No hace falta romper el hielo. Hace años, escribió un tuit diciendo que en el Vaticano la habían obligado a cubrirse los hombros, pero no llevaba bragas. Una turba de tuiteros, entre ellos yo misma, se lanzaron a afearle las formas. De formas, y fondos, hablamos.
Ya no se mete en charcos en las redes. Las uso para difundir mi trabajo. Como sé lo mal que se pasa cuando te llega un aluvión de mierda, ya no escribo nada personal en ellas.
¿Por qué cree que nos enzarzamos? Porque nos aburrimos, nos gusta un drama. Estamos demasiado excitados, consumimos más información de la que precisamos y, como con la droga, necesitas más. Si tenía 3.000 mensajes, los veía todos.
¿Le afectaban más los buenos o los malos? Me da igual. Igual de malo es leer mil comentarios llamándote puta que otros mil llamándote diosa, porque no soy ni una cosa ni otra.
¿Tiene síndrome de la impostora? No. Creo que tiene que ver con tanta peña mediocre que he visto trabajando a mi alrededor. Pienso: si a ese tío no le da vergüenza hacer eso, por qué la voy a tener yo. Soy buena en lo mío, odio la falsa modestia.
¿Esa seguridad es suya o conquistada? Tengo muchas inseguridades. Solo me muestro segura cuando trabajo. No me gusta mostrarme vulnerable porque ya tenemos muchos referentes femeninos de ese palo. Me sigue mucha gente, y tengo una responsabilidad.
Su protagonista, Natalia, se pincha bótox a chorro. La estética es una forma de tenernos controladas. Hasta yo, que soy una persona humana, caigo en la trampa. He dejado de usar filtros en redes, porque no puede ser que yo, que soy guapa, cuando dejaba de usarlos, veía a un monstruo. Es una locura.
Su novela se titula Ansia.
¿Es ansiosa? Mucho, pero esa ansia la relaciono más con el placer que con el estrés. Soy pasional y, como el sistema nos quiere produciendo todo el rato, lo que me gusta, lo devoro. A Natalia, la protagonista, esa ansia se le va de las manos.
Natalia es infiel, ve porno, usa a los hombres... Pero no encuentra placer. Como no controla su vida, controla su cuerpo. Usa el sexo como instrumento de poder. Aquí y ahora, una tía que hace lo que quiere sexualmente sigue siendo una puta a ojos de mucha gente. Cambian los tiempos, pero es el mismo modelo machista del sexo que cuando yo era joven.
¿Cuánto suyo hay en Natalia? No soy yo, pero tiene cosas de mí. Todos los personajes lo tienen, hasta los más repulsivos. Cuando escribo rebusco en lo más repugnante de mí porque creo que la gente se puede identificar. Todos tenemos sombras.
¿Cuáles son las suyas? Por ejemplo, cuando las madres del cole insultan a Natalia llamándola puta por ser infiel o escribir de su sexualidad, reconozco que yo también lo he hecho. Ahora tengo más conciencia, pero, antes, he insultado a otras por hacer lo que yo. Nosotras también somos machistas: vivimos en el mismo sistema.
Pero usted presume de ser libre. No te creas que muy libre. Ahora que soy madre, me rayo pensando en que los audios y vídeos míos que hay por ahí, como uno del podcast Estirando el chicle donde digo que he ejercitado tanto el suelo pélvico que puedo partir nueces con el coño, puedan usarse para reírse de mi hijo. Eso me trastoca.
¿Eso le pasa a los señores? Por supuesto que no. El honor y la decencia de las familias recaen sobre las mujeres.
¿Qué otras cosas de usted no le gustan? Soy envidiosa.
¿Qué envidia? La gente con dinero y poder. El confort. Para mí la felicidad es que no te toquen los cojones. Mi gran cambio vital fue no tener que pensar en llegar a fin de mes.
Hay quien la llama ordinaria. ¿Le ofende? No. Soy ordinaria en base a lo que se espera de una mujer. Hablo alto, digo tacos, no cruzo las piernas. No hago por caber en el molde que se nos ha impuesto y se bendice.
¿Ese feminismo que “no nos enfrenta”? El feminismo, si no molesta, es marketing.