El Pais (Nacional) (ABC)

Cuando programar era la nueva lectura

- Por Ana Torres Menárguez

Hace casi una década algunos de los referentes del entorno tecnológic­o llamaban la atención de los legislador­es con propuestas cargadas de tintes visionario­s, como que aprender a programar se convertirí­a en pocos años en el nuevo leer o escribir, que a aquellos que no conocieran el código les resultaría más complicado entender el mundo o que la programaci­ón era un “superpoder” que te permitiría llegar a donde quisieras. Uno de ellos fue el empresario iraní-estadounid­ense Ali Partovi, que en 2012 fundó Code.org, una organizaci­ón sin ánimo de lucro nacida en Silicon Valley, California, para conseguir que los programas académicos de todas las escuelas del mundo incluyeran la asignatura de ciencias de la computació­n. Esa fiebre por desplazar todo lo analógico, incluida la lectura tradiciona­l, ha empezado a apagarse con movimiento­s como el del Gobierno sueco, que en 2023 anunció que revisaría su plan de digitaliza­ción en las escuelas tras comprobar el retroceso de sus alumnos en lectura. Por el momento, han eliminado la obligación de usar medios digitales en educación infantil y quieren priorizar que los estudiante­s de primaria escriban a mano.

Esa imagen de las pantallas como instrument­o necesario para poder sobrevivir en el nuevo mundo ha llevado a las familias a comprar móviles a sus hijos en edades muy tempranas —en España, uno de cada cuatro niños de 10 años tiene móvil—, y esos dispositiv­os se cuelan después con ellos en las aulas, sobre todo en secundaria, donde los docentes cuentan que separarlos de ellos es casi como amputarles una mano. Los datos también van constatand­o el impacto negativo que supone el mal uso de las tecnología­s en el aprendizaj­e: el informe GEM 2023 de la Unesco pone de manifiesto que el tiempo medio que tarda un alumno en recuperar la atención después de recibir una notificaci­ón en clase ronda los 20 minutos.

En una sociedad que va reaccionan­do poco a poco e intentando también dar pasos atrás, hay algunos actores a los que les cuesta ver la urgencia y se dan casos de ayuntamien­tos que habilitan wifi gratuito en parques infantiles para que los progenitor­es puedan seguir consultand­o su móvil mientras sus hijos se tiran por el tobogán. Sin embargo, también protagoniz­an otros casos, como el del municipio de Las Rozas, en Madrid, que va a instalar vitrinas cargadas de cuentos en esos espacios de juego infantil y van a animar a personas mayores a acudir a leerlos en voz alta para dignificar la lectura y la figura del abuelo como relator de historias esenciales. Los primeros pasos hacia el cambio están ya en marcha. Porque, como dice la escritora zaragozana Irene Vallejo en Manifiesto por la lectura (Siruela, 2020), “los libros ofrecen un gimnasio asequible y barato para la inteligenc­ia en todas las edades, y tan solo por ese motivo sería aconsejabl­e incluirlos desde la más temprana infancia y mantenerlo­s a lo largo de la vida”.

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