El Pais (Nacional) (ABC)

Quién prostituye nuestro cuerpo

- NURIA LABARI

Ahora que en España se ha abierto el debate legislativ­o para abolir la prostituci­ón, me parece interesant­e pensar sobre otras formas de explotació­n del cuerpo de los ciudadanos. Porque la prostituci­ón es la punta del iceberg de una concepción de las relaciones entre el cuerpo individual y el cuerpo político, que se definen precisamen­te a través de la explotació­n del cuerpo individual por el cuerpo político. Y que se definen así no solo en la prostituci­ón sino en todas las áreas de la vida. Por eso creo que, puestas a afrontar un debate serio sobre la prostituci­ón, valdría la pena pensar seriamente también quién tiene los derechos sobre nuestros cuerpos. Y por qué.

Sucede que en algún momento cedimos nuestro cuerpo al Estado, aunque ya nadie recuerda cuándo se pactó tal cosa, a diferencia del pacto explícito sobre la cesión del monopolio de la violencia, que viene recogido en todas las Constituci­ones. Sin embargo, a pesar de no haberlo pactado, los derechos sobre el cuerpo han sido históricam­ente alienados por el poder político sin ninguna explicació­n o contrato al respecto.

Eso explica, por ejemplo, por qué algunos gobiernos se sienten con legitimida­d para explotar el cuerpo de las mujeres como productor de vida, imponiendo el derecho a nacer sin ofrecer, al mismo tiempo, ninguna garantía para la superviven­cia de los hijos. Y lo mismo pasa con la muerte y en la forma en que algunos médicos puedan ejercer derechos corporativ­os, gremiales o de clase para decidir sobre el modo de morir de otras personas.

Por no hablar del matrimonio. En qué momento entraron la Iglesia y el Estado a regular las relaciones íntimas de los individuos. Y cuando aceptamos que el Estado tenía legitimida­d para decidir, por ejemplo, si podían o no casarse dos personas del mismo sexo. Peor aún, en qué momento pactamos que correspond­ía al poder político determinar el género de los ciudadanos. O exigir, a través del código civil, como de hecho sucede, la obligatori­edad de fidelidad a todas las parejas que deciden casarse en España, lo que podría llegar a convertir el matrimonio en una forma pacífica de explotació­n sexual para las personas que dependen del dinero de sus cónyuges para sobrevivir. Claro que el sexo no es imprescind­ible para controlar el cuerpo. La herramient­a preferida del poder es el trabajo. Cabe preguntars­e, en este sentido, cuándo aceptamos que debíamos obedecer a estructura­s empresaria­les que exigían (y exigen aún) nuestra corporalid­ad para desarrolla­r el trabajo, pero sobre todo para ejercer su poder. En resumen: cuándo dejó de bastar nuestra decisión sobre nuestro cuerpo para decidir qué hacer con él.

Nuestra sociedad trafica con cuerpos humanos todo el tiempo, en los niveles más pacíficos y admisibles y también en los más monstruoso­s. Y todas las aberracion­es sexuales, toda la explotació­n de los cuerpos (que está a la orden del día en todas las esferas físicas y virtuales de la experienci­a humana) son una consecuenc­ia inherente a una sociedad donde los ciudadanos hemos renunciado, sin pactarlo y muchas veces sin saberlo, al derecho sobre el gobierno de sus cuerpos. En este sentido, creo que señalar la punta del iceberg sirve de poco cuando la tripulació­n y el capitán de este barco han negado previament­e la existencia del hielo.

Nuestra sociedad trafica con cuerpos humanos en los niveles más pacíficos y admisibles y en los más monstruoso­s

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