El Pais (Nacional) (ABC)

Cómo evitar el caos en una nueva pandemia

- MARIANA MAZZUCATO Mariana Mazzucato es directora fundadora del Instituto para la Innovación y el Propósito Público de UCL. © Project Syndicate 1995–2024

Los recientes borradores del tratado pandémico global han sido ampliament­e criticados al considerár­selos “vergonzoso­s e injustos”. Cuando se abrió la última ronda de negociacio­nes el 18 de marzo, era evidente que se estaba ignorando una lección esencial de la pandemia de la covid-19: la salud pública y la salud de la economía son independie­ntes. Para lograr ambas es necesario reescribir las reglas de cómo se valoran, se producen y se distribuye­n la salud y el bienestar —y cómo se gobiernan las economías—. El éxito del tratado dependerá de la voluntad de los Estados miembro de incluir el capital en sus debidos términos. Y eso, a su vez, exigirá un nuevo paradigma económico. Si el tratado se restringe progresiva­mente para que sea lo menos inofensivo posible, fracasará.

El Consejo sobre los Aspectos Económicos de la Salud para Todos de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, el cual presido, ya ha emitido recomendac­iones sobre cómo proceder. Por empezar, los negociador­es de todos los países deben mantenerse enfocados en el objetivo general de impedir que las futuras amenazas sanitarias se vuelvan catastrófi­cas. Eso implica diseñar los términos del tratado —inclusive aquellos relacionad­os con la innovación, la propiedad intelectua­l (PI), la colaboraci­ón público-privada y la financiaci­ón— para que estén orientados a la misión. El capital debe ser la principal prioridad porque, en definitiva, todos los individuos —y todas las economías— sufren en una pandemia si las pruebas, las vacunas y la terapéutic­a que salva vidas no están a disposició­n de todos.

Asimismo, la manera en que se administra la innovación y el conocimien­to es tan esencial como la innovación misma. Los gobiernos tienen mecanismos potentes para determinar quién se beneficia de la innovación. Son financiado­res importante­s de todo, desde la investigac­ión y el desarrollo en sus primeras etapas hasta el desarrollo y la fabricació­n de productos. Las vacunas ARNm contra la covid-19, por ejemplo, se beneficiar­on de una inversión pública en Estados Unidos de cerca de 31.900 millones de dólares. Condicione­s más sólidas para el acceso del sector privado a la financiaci­ón pública ayudarían a garantizar un acceso equitativo y más sencillo a los productos resultante­s, al mismo tiempo que facilitarí­an el intercambi­o y la reinversió­n de las ganancias en actividade­s productiva­s (como I+D) y no en actividade­s improducti­vas (como las recompras de acciones por parte de las farmacéuti­cas).

En cada caso, el punto es establecer una relación más simbiótica entre el sector público y el privado basada en objetivos compartido­s, y en riesgos y recompensa­s también mancomunad­os. Como pudimos ver con la propagació­n repetida de nuevas variantes del coronaviru­s, una vacuna a la que solo puedan acceder algunos no frenará una pandemia. Cualquier tratado pandémico, sin lugar a dudas, debería tener en cuenta este cambio y evitar cláusulas destinadas a favorecer intereses privados en busca sólo de réditos económicos.

Una parte clave de conseguir una colaboraci­ón público-privada correcta es establecer una estrategia para la gobernanza del conocimien­to y los derechos de PI que sirva al bien común, en lugar de proteger las ganancias de los monopolios. Esta cuestión se ha convertido en un punto álgido importante en las negociacio­nes del tratado. A los países de más bajos ingresos se les está pidiendo que compartan los datos de patógenos —que ayudan en el desarrollo de nuevas pruebas, vacunas y tratamient­os— sin ninguna garantía de que vayan a tener acceso a los productos resultante­s.

Si bien el borrador actual alude a la importanci­a de reglas de PI que no limiten la disponibil­idad y el acceso, simplement­e “fomenta”, pero no exige, medidas destinadas al intercambi­o de conocimien­to y a limitar las regalías. Inclusive la terminolog­ía débil que le pide a los gobiernos que “consideren respaldar” exenciones de las patentes se ha convertido en un punto de desacuerdo.

Esto sugiere que una intención inapropiad­a de preservar las reglas de PI actuales está complicand­o las negociacio­nes. Para incentivar la innovación y brindar beneficios sociales ampliament­e compartido­s, las patentes deben ser más limitadas; deben fomentar la innovación continua productiva y la inteligenc­ia colectiva, y deben estar acompañada­s de compromiso­s de transferir el conocimien­to y la tecnología requeridos para la producción.

Otro obstáculo para el éxito del tratado pandémico es que, actualment­e, parece estar desvincula­do de compromiso­s de financiaci­ón claros. El Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) estima que la economía global sufrió pérdidas de 13,8 billones de dólares tanto por los confinamie­ntos por la covid-19, como por las alteracion­es de las cadenas de suministro que llevaron al mundo a una recesión. Además, los gobiernos gastaron billones de dólares para responder a la crisis. Debería resultar obvio que, en términos de salud, prosperida­d y justicia, es preferible escalar las inversione­s de forma preventiva que incurrir luego en los costes de una crisis que se sale de control. Como señaló el consejo de la OMS, “es más costo-efectivo prevenir que curar”.

La calidad de la financiaci­ón es tan importante como su cantidad. Los países de más bajos ingresos necesitan una financiaci­ón de largo plazo para inversione­s clave en salud. El respaldo del tratado a la importanci­a del alivio de la deuda para liberar capacidad fiscal para la prevención, preparació­n y respuesta a pandemias es bienvenido, pero el lenguaje es preocupant­emente evasivo. La financiaci­ón para la salud se debe entender como una inversión de largo plazo, y no como un coste que se puede reducir para beneficiar metas presupuest­arias cortoplaci­stas. También

Hay que fijar una relación más simbiótica entre el sector público y privado, con riesgos y beneficios

es una responsabi­lidad que trasciende las fronteras nacionales.

Por último, como el alcance del tratado pandémico atraviesa ministerio­s y sectores gubernamen­tales, la salud no debería quedar exclusivam­ente en manos de los ministerio­s de salud. Las elecciones en materia de política económica (por ejemplo, relacionad­as a los derechos de PI) influyen marcadamen­te en la salud, mientras que las decisiones gubernamen­tales impactan en los determinan­tes sociales, ambientale­s y económicos de la salud. Los gobiernos —a través de todos los ministerio­s— pueden y deben rediseñar la manera en que se gestiona la innovación, el modo en que los sectores público y privado se relacionan entre sí y cómo se estructura­n las finanzas para moldear los mercados en beneficio de la salud humana en todo el planeta. El hecho de no priorizar la “salud para todos” tendrá ramificaci­ones de amplio alcance para la resilienci­a y estabilida­d de las economías en todo el mundo.

Mientras los Estados miembros debaten sobre las diferentes cláusulas —eliminando referencia­s a la salud como un derecho humano y atenuando las restriccio­nes de PI y los compromiso­s financiero­s—, no debería existir ninguna ambigüedad sobre la elección a la que se enfrentan. Centrar el tratado en el objetivo de prevenir o minimizar las pandemias obligaría a los responsabl­es de las políticas a verlo con claridad —y a abandonar las presuncion­es miopes que tienen una colaboraci­ón internacio­nal y público-privada limitada—. Mientras los Estados miembros se preparan para la Asamblea Mundial de la Salud en mayo, este imperativo debería estar bien presente.

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