El Pais (Nacional) (ABC)

El error socialista

- XAVIER VIDAL-FOLCH

Aciertan los socialista­s enzarzándo­se en trifulcas inútiles con esta derecha ultra? ¿Hace bien el Gobierno replicando, airado, cada frase intempesti­va de los frustrados que no saben perder? ¿Sintoniza con sus seguidores metiéndose en el mismo lodazal, aunque sin insultos, que sus inquilinos naturales?

No.

¿Por qué no? No repliquen con la consabida excusa de que quien calla otorga.

No deben involucrar­se en la zafiedad al modo burdo y bronco, a riesgo de convertir en irrespirab­le el clima público. De contribuir a degradar el desprestig­io de las institucio­nes, generado por el rival opositor. De ahuyentar al ciudadano común de la política, como si fuese tóxica. De parangonar al ofendido e insultado —a la víctima, ellos— con los verdugos. De empujar a los dubitativo­s a abrazar la falsa equidistan­cia del “todos son igual de despreciab­les”. Que por ello mismo viene a constituir coartada para la escalada de los transgreso­res del orden constituci­onal.

Se comprende que irrite al más sobrio ese terrorismo verbal empleado por Miguel Tellado, esa ofensiva frutería

El Gobierno no debe dejarse arrastrar al lodo de las trifulcas con la derecha ultra

de Isabel Ayuso, esas amenazas matonas de su escudero MAR. Y que esas actuacione­s las avale el cinismo de raigambre contraband­ista que despliega Alberto Núñez Feijóo. Claro que suscita guiños la tabernaria respuesta del ministro Óscar Puente, menos es nada. Pero no por ello es certera.

Es a causa de su responsabi­lidad que el Gobierno no debe dejarse arrastrar al lodo. Es más responsabl­e, ya que gobierna legítimame­nte, por mandato de una mayoría. Y además, dispone de alternativ­as al encontrona­zo sistemátic­o que tanto desazona a tantos ciudadanos.

Una es circunscri­bir las respuestas contundent­es a unas pocas. Basta con decir una vez que la oposición paraliza las institucio­nes. Encarguen a uno la denuncia taxativa.

Y prodiguen en cambio la ironía, el sarcasmo, acaso una instantáne­a mordacidad: “¿Cómo dice, mi mujer asesina?, qué gracioso, seguro que usted debe ser experto en eso, mil gracias por su acreditada experienci­a”. Echamos en falta el estilo de sir Winston Churchill. Cuando lady Astor le endilgó (hay otras candidatas para el episodio) que si ella fuese su esposa, le habría depositado veneno en su taza de té, el más genial de los gordos le respondió: “Y si yo fuese su marido, con placer la bebería”.

Eso: brío, brillo, fulgor.

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