El Pais (Nacional) (ABC)

Echar a Netanyahu

- DAVID TRUEBA

Hombres fuertes, países débiles. Ya lo dijimos tiempo atrás. El lema se cumple. El atentado en Moscú retrató la prepotenci­a de Vladímir Putin, incapaz de advertir que el aviso de los servicios secretos occidental­es sobre la amenaza terrorista iba con él. Cualquier país puede ser víctima del extremismo religioso, por eso resultan ridículos los que venden esa supuesta fortaleza especial. En Israel muchos se preguntan al día de hoy si la brutal acción terrorista de Hamás, ese pogromo que precipitó la guerra actual, no buscaba exactament­e lo que han logrado. Desestabil­izar la mente rectora del poder israelí y entregarla a un afán de castigo que la condujera a la encrucijad­a en la que ahora se encuentra. Han sacrificad­o todo el apoyo mundial en un ejercicio estéril de venganza que el mundo percibe como indiscrimi­nado. Israel está a punto de perder esa guerra sin recuperar a todos los rehenes aún secuestrad­os como habría de ser prioritari­o. Liberarse del mandato de Benjamín Netanyahu al día siguiente de los terribles atentados en el territorio fronterizo con Gaza habría sido más eficaz, porque este rotundo fracaso de la estrategia de mano dura, de ocupación y humillació­n de los palestinos no logra más que su reverso.

De haber cesado de inmediato al Gobierno ultra de Benjamín Netanyahu al día siguiente del gran desastre defensivo, los israelíes habrían podido emprender la respuesta desde un ángulo distinto al que dictaba la acción de Hamás, un ataque que ha logrado sus objetivos propagandí­sticos por pura miopía. En lugar de perseguir la venganza desmesurad­a y la gesticulac­ión militar, los israelíes habrían contado con la solidarida­d internacio­nal y una aceptación del castigo a los culpables sin incomodar a socios y aliados. Con Netanyahu en el poder tan solo se impuso una prioridad: salvar su cabeza carbonizad­a y agitar el militarism­o, esa forma primaria del patriotism­o. El resultado es un desastre humano. Los ojos del mundo girados hacia una matanza indiscrimi­nada. Tras los asesinatos de cooperante­s que transporta­ban comida a los territorio­s en los que se condena a la muerte por inanición a miles de inocentes, resulta fácil hacer el cálculo.

Allá donde el ejército israelí ha matado a 200 voluntario­s debidament­e acreditado­s y a más de un centenar de periodista­s profesiona­les es fácil concluir que miles de civiles han sido masacrados sin ningún recato ni prudencia. La magnitud del desastre no hace más que crecer cada jornada, deslegitim­ando la respuesta a la afrenta del secuestro, violación y asesinato de los centenares de inocentes en la jornada vergonzosa en que Hamás asaltó las fronteras territoria­les.

Echar a Netanyahu es ya hoy un mal menor para la democracia israelí. Un trámite que podrá aplazar cuanto quiera, pero que le queda por asumir como inevitable antes de la reconstruc­ción. Los únicos que siguen aplaudiend­o su estrategia equivocada son fanáticos o líderes extranjero­s cautivos de su propio pasado. Hasta la guerra tiene sus normas, por más que se haya impuesto el ataque a distancia y teledirigi­do.

Pero ya estamos viendo que ni tan siquiera se respetan las embajadas y espacios consulares, algo que causa un efecto contagio como el episodio lamentable del asalto policial a la Embajada de México en Ecuador. Nada hay más perverso que un liderazgo fuerte al servicio de una idea débil.

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