La fragancia española que se subió al ascensor del lujo
La empresa familiar de perfumería y cosmética sueña con codearse con las grandes corporaciones como LVMH y L’Oréal
En las postrimerías del siglo pasado, los cuatro hermanos de la segunda generación Puig asumieron que había llegado el momento de ceder el testigo a sus 14 hijos. Pero antes, les invitaron a que hicieran una proyección de cómo creían que debía ser el grupo una década después. Es probable que alguno de ellos visualizase la posibilidad de salir a Bolsa, una operación que últimamente han negado en repetidas ocasiones.
Puig poco se parece a aquella compañía fundada en 1914 que importaba cosméticos de Francia y el Reino Unido. O a la que a partir de 1940 encontró una oportunidad en la autarquía de Franco a través de su Agua Lavanda, su primera colonia propia y su primer gran éxito comercial.
Hoy se ha convertido en un grupo mundial de perfumería y cosmética que sueña con codearse con LVMH y L’Oréal. Los beneficios han sido un continuo en su historia, con la excepción de 2020, y con este atractivo prevé asegurar la confianza de inversores y acabar con un tabú que marca el camino de muchas empresas familiares: el de abrir el capital y la gestión a externos.
La empresa se ha ido poniendo guapa para hoy. Se reestructuró con la creación de tres divisiones, integrando sus participaciones dermatológicas (como Isdin) para dotarse de mayor volumen, y ganar atractivo ante potenciales inversores. Todo con la meta de acelerar sus negocios dedicados a los perfumes de lujo (donde controla el 10% del mercado mundial) y la cosmética. El último paso lo dio hace menos de un año, al convertir Jorba Perfumes en su matriz, con lo que sumó sillones para consejeros independientes.
Pero hay una cosa que no cambia. El relato de la salida a Bolsa de Puig reside sobre algo que, con la excepción de Agua Lavanda Puig, ha sido un continuo. Se trata de la adquisición de enseñas que le permiten tener mayor proyección para crecer, como Charlotte Tilbury, Kama Ayurveda, Loto del Sur y Byredo. Los recursos necesarios han salido de la capacidad de generar caja y de la deuda, que supera por poco los 1.000 millones.
Esas compañías son las nuevas apuestas para seguir creciendo en el lujo. Rompieron ese muro en el que no estaban en 1968 cuando apostaron por producir los perfumes de Paco Rabanne, y la completaron en 1988 con Carolina Herrera. Esas dos enseñas, u otras como Jean Paul Gaultier o Nina Ricci forman parte de la hoja de ruta: financian las adquisiciones, y los planes pasan porque sean marcas franquicia con facturaciones de más de 1.000 millones anuales.
La incógnita está en saber quién acabará decidiendo la llegada de las nuevas enseñas una vez se confirme la nueva estructura. Con el salto al parqué hay una cuestión indeleble: la familia Puig tendrá una mayoría muy clara y sus derechos políticos serán muy superiores a los de los nuevos inversores. El presidente Marc Puig cumplirá los 65 en tres años y entonces, previsiblemente, se abrirá otro pastel.