Una novela de barrio se escribe como se habla
Daniel Ruiz traza en ‘Mosturito’ un retrato de la desigualdad y el maltrato donde destaca la oralidad en el lenguaje y el humor
Este libro está mal escrito. Este libro está tremendamente mal escrito. Pero es a posta. En Mosturito (Tusquets), cuyo título es la palabra monstruito mal dicha, Daniel Ruiz (Sevilla, 47 años) trata de un crear un lenguaje particular en cuyo seno se levante un mundo único.
Es una mezcla del lenguaje infantil con el acento andaluz y la forma de hablar de los barrios obreros de extrarradio. Porque el protagonista es un niño que vive en un barrio periférico de una ciudad andaluza de los ochenta, tiempo y lugar en el que el autor creció. En Mosturito hay una mezcla de sordidez y humor. “Hay gente que me dice que se ríe con la novela y luego se pregunta: ‘¿Por qué me estoy riendo?”, dice Ruiz.
“Ay mi sielo, dice la Tata. Ay qué tan hecho. Se van a enterar con su puta madre, y tira pa la cocina y yo le digo Tata, tranquila, te se va, te se va. Que no, que los mato, malnacidos hijosputa”, dice un párrafo. Tan mal escrito que hay que insistir mucho para que el procesador de textos no lo corrija.
La oralidad y lo coloquial siempre han interesado al autor, y han tenido su recorrido en la literatura. Cita La naranja mecánica, de Anthony Burgess, donde se crea un lenguaje propio, pero también otras obras donde el habla informal y los diferentes acentos cobran importancia. Por ejemplo, La vida perra de Juanita Narboni, de Ángel Vázquez, o Panza de burro, de Andrea Abreu, que recrea el habla profunda de las islas Canarias.
“Quería plantear la opción más radical: que toda la novela se pudiera construir con una voz, y que la forma fuera al final el fondo”, dice el autor. Se trata de la mirada y la voz de este niño, con escaso respeto por las convenciones ortográficas y sintácticas. Pedro, Periquín, es objeto de burla de sus compañeros por sus condiciones físicas y vive con su tía, la Tata, siempre oliendo a tabaco y bebiendo calimocho, rodeados de los personajes pintorescos de su barriada. Su madre murió por las palizas de su padre, que ahora está preso. Pero los servicios sociales quieren quitar a Pedro de los brazos de la Tata y meterle en un internado. El mosturito encontrará la liberación de la mano de una banda de jóvenes punkis adolescentes, con crestas y pelos de colores.
La oralidad que plantea Ruiz también tiene su interés como rasgo diferencial de un texto en los tiempos en los que las máquinas se han puesto a escribir, y los escritores a temblar. “La gente se lleva las manos a la cabeza con la inteligencia artificial, sin darse cuenta de que llevamos décadas tragándonos tramas de best seller que parecen urdidas por un algoritmo”.
El humor es fundamental en la obra de Ruiz. “Lo cierto es que la seriedad está mejor vista en la literatura española”, dice el escritor. Relata la larga tradición cómica en las letras patrias: del Lazarillo a Cervantes, Quevedo, Valle Inclán… “Hay un problema en la literatura española: durante mucho tiempo fue salvajemente humorística, pero llegó un momento en que se avinagró, a partir de cierto realismo social, y se volvió demasiado seria. Se perdió ese humor español, que muchas veces sale de lo triste”.
Su escritura es reactiva. “Escribo cuando una situación me provoca incomprensión, rabia o indignación”, explica el autor. El interés por los asuntos sociales y de actualidad ha sido, de hecho, una constante en la obra de Ruiz. Por ejemplo, en su novela Amigos para siempre (2021), ajusta cuentas con su generación, la que se acerca ahora peligrosamente a los 50 años. “Somos la generación
posboomer, los últimos en ocupar espacios de poder y que han frenado cualquier tipo de aspiración de las generaciones posteriores. Nuestros padres se partieron el lomo para levantar la sociedad del bienestar, y nosotros la hemos esquilmado y agotado para los que vienen. Hemos envejecido muy mal”, dice el autor.
En El calentamiento global (2019) hace una crítica de las políticas de sostenibilidad ambiental de las empresas, en Todo está bien (2015) aborda los excesos y corrupciones del mundo de la política y La gran ola (2016) hace una vitriólica crítica de la cultura del coaching empresarial. Todas ellas publicadas por Tusquets.
Mosturito es también una oda a aquellos barrios obreros de su infancia, sobre todo en tiempos en los que los centros urbanos
En la obra se lee “Ay mi sielo”, “Te se va” o “pa la cocina”, como dicho por un niño
“Hay gente que se ríe con el libro y luego se pregunta por qué”, apunta
son pasto de la gentrificación y la turistificación. “Los centros históricos se convierten en espacios de cartón piedra y la vida verdadera solo se encuentra en las barriadas donde están los bares de siempre, los parques... donde uno se reconcilia con cierta humanidad que se ha perdido”, explica. La migración ha llegado a los barrios, muchos jóvenes se han ido… “Pero queda un mismo ambiente de supervivencia, como en los ochenta; ahora con peluquerías de los paquistaníes y el troncho de los kebab”.