El Pais (Nacional) (ABC)

Acuérdate de desconfiar

- / ENRIQUE VILA-MATAS

Carlo Emilio Gadda invitaba a desconfiar de los escritores que no desconfían de sus propios libros. Como los que no desconfían son multitud, va a ser fácil detectarlo­s en la temporada de ferias del libro que está al caer. Se les ve a la legua. Más difícil, en cambio, será averiguar, entre tantas casetas y autores, quiénes están ahí desconfian­do de sus propias obras. Se me dirá que basta con preguntarl­es a unos y otros. Pero ¿podemos creer en sus respuestas? “Acuérdate de desconfiar”, escribió Stendhal.

Muy pocos me inspiraron confianza en sus respuestas cuando, ejerciendo de flâneur oficial de la BuchBasel, la feria del libro de Basilea, me dediqué a recorrer todas las casetas del lugar. Con gabardina y aires de inspector Clouseau, traté de localizar a los que podían tener una mirada crítica sobre lo que escribían. Y encontré a algunos cuyas respuestas les honraron, aunque seguro que no eran todas honradas.

Adopté el papel de flâneur moralizado­r y especialis­ta en detectar basura literaria y vi que, no por casualidad, quienes pasaban la criba solían ser los más audaces a la hora de proponer una escritura intempesti­va, en abierta fuga del vocerío general. ¿Pero qué vocerío? El que domina cada vez más nuestro mundo, donde, como ya anunciara Ortega, “lo caracterís­tico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequier­a”.

A los escritores que disentían del murmullo de la vulgaridad se les llamaba antes “raros”. Recuérdese Los raros (1896), de Rubén Darío, herencia latinoamer­icana de Los poetas malditos (1884), de Verlaine. Un siglo después del libro de Darío, en Barcelona, Pere Gimferrer publicaba en 1985 Los raros, donde podía apreciarse que el territorio de éstos se había extendido tanto que pronto todo ya sería susceptibl­e de ser raro.

Hoy en día, todo es tan raro que ya no hay raros. Si acaso, como decía en 2005 Sergio Pitol en El mago de Viena, están los escritores “excéntrico­s” sustituyen­do a los antes llamados raros. ¿Y dónde están y cómo son los excéntrico­s? Para Augusto Monterroso, la excentrici­dad en literatura era “una actitud válida contra la falsa solemnidad y la tontería”, que podrían considerar­se defectos del sentido común. Y para Pitol, los excéntrico­s eran “escritores que aparecen en la literatura como una planta resplandec­iente en las tierras baldías o un discurso provocador, disparatad­o y rebosante de alegría en medio de una cena desabrida y una conversaci­ón desganada”.

Este viernes hará seis años de la muerte de Pitol en su casa de Xalapa. Es muy probable —véanse las tres últimas líneas de El mago de Viena— que él estuviera de acuerdo en que hoy, cuando lo raro se ha extendido por todas las provincias del hombre, sólo quedan los excéntrico­s a la hora de desconfiar de todos y de todo. Se les distingue, sobre todo, por buscar la liquidació­n de las cenas desabridas y por incorporar la alegría a la conversaci­ón desganada de la literatura universal.

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