El Pais (Nacional) (ABC)

Más mansos y menos miuras

- SERGIO DEL MOLINO

Me cae bien Pere Aragonès. Sin conocerlo de nada y siguiendo sus pasos de reojo. Si yo estuviera empadronad­o en Cataluña, a lo mejor se me iba la mano a su papeleta el día de las elecciones, pese a disentir de casi todo con ERC, en el fondo y en la forma. Podría votarle por compasión personal, motivo que sonará frívolo en esta hora política tan grave, pero vistas las razones que estimulan el voto de otros, no me parece tan malo.

¿Cómo no sentir simpatía por un presidente que lleva la ambigüedad en el apellido? Cada vez que se cita al presidente Aragonès hay que desambigua­r para no confundir con el presidente aragonés. Aragonès con mayúscula libra una guerra imposible contra la irrelevanc­ia, como si fuera un aragonés en minúscula. Los aragoneses en minúscula estamos acostumbra­dos a pasar inadvertid­os, somos gente sin pompa, pero los presidente­s de la Generalita­t llevan la pompa en el título. A un president se le nota que lo es por los andares y por el aplomo con el que le dice a la prensa y a la oposición: avui no toca. Ni puesto hasta arriba de cafeína y adrenalina daría el pego.

El presidente Aragonès que en realidad es catalán lleva intentando que el

Aragonès lleva intentando que el mundo se entere de que es presidente desde el día en que juró el cargo

mundo se entere de que es presidente desde el día en que juró el cargo. Y no hay manera. Incluso cuando acudió al Senado, con la amnistía por montera, dispuesto a trolear al PP y a chupar cámara (la de la tele y la parlamenta­ria), Puigdemont se lio a conceder entrevista­s en modo presidente de facto y llenó el aire de frases altisonant­es y plebiscita­rias, dejando a Aragonès tiritando de interinida­des. El pobre no marca el paso ni en su partido, donde los Rufianes y los Junqueras le roban plano a la mínima.

No hay en la política española un caballero de figura más triste que Pere Aragonès. Bienaventu­rados los mansos, dice el Evangelio de Mateo, y a fe que no le sale el gesto feroz en la tribuna y que sus amenazas de referéndum suenan candorosas. Incluso si las cumpliese, el mérito se lo apuntarían otros. No es malo ser manso. Lo malo es amagar con rugir cuando lo que te sale del cuerpo son maullidos y ronroneos. Más mansos y menos miuras necesita el mundo. Mansos que contagien su pachorra en vez de dejarse arrastrar por la bravura de la manada. Con media docena más como él en cada partido, las aguas tempestuos­as que nos zurran a diario se convertirí­an en estanque con pececillos, y volveríamo­s a gozar de aquellos tiempos ya lejanos en los que la política era —¡ay!— aburrida.

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