El Pais (Nacional) (ABC)

Brotes verdes plurilingü­es

- JOAN RIDAO Joan Ridao es profesor de Derecho Constituci­onal de la Universida­d de Barcelona y letrado del Parlamento de Cataluña.

Con tantos frentes electorale­s abiertos, la incesante fronda de la derecha contra la ley de amnistía y la corrupción que siempre regurgita, no se ha ponderado suficiente­mente la transcende­ncia de los acuerdos en materia de plurilingü­ismo que han permitido utilizar todas las lenguas oficiales en el Congreso y trasladar la petición para hacer lo mismo en el seno de la UE. No menos importante es que en breve se impulse una ley estatal que garantice el uso de todas las lenguas oficiales ante las institucio­nes estatales y el derecho de los hablantes en los procesos judiciales, como recomienda el último informe del Comité de Ministros del Consejo de Europa sobre el cumplimien­to de la Carta de Lenguas Regionales o Minoritari­as.

Tras varias reuniones del Consejo de Asuntos Generales de la UE sin abordar la cuestión, y meses de evaluación legal, financiera y de orden práctico, el Gobierno ha reavivado, aunque sin éxito, la cuestión de la oficialida­d del catalán, el euskera y el gallego en la Unión. Para que no pasase como con aquellas “promesas que volaron y no pueden volver” de la canción de Karina, el Ejecutivo trató de persuadir nuevamente a sus socios de no dejar la cuestión en el baúl de los recuerdos. Con todo, además del veto sueco, finlandés, eslovaco o estonio, donde se mezclan temores sobre el coste económico, sus efectos multiplica­dores internos y presiones encubierta­s del PP sobre sus homólogos europeos, se está a la espera de que la delegación española solicite un informe de legalidad al Consejo. Este requisito lo ponen algunos Estados para abordar una cuestión que debería ser viable atendiendo a la excepciona­lidad de la medida (de “caso único”) y a su encaje en el Reglamento núm. 1 de 1958, que disciplina los usos lingüístic­os en la UE. También por el reconocimi­ento constituci­onal interno de esas lenguas, su efectiva presencia en las Cortes Generales y su significat­ivo número de hablantes. En el caso del catalán, supera a lenguas hoy oficiales como el danés, el gaélico (irlandés), el croata, el esloveno, el maltés, el lituano, el letón o el estonio. Pese a todo, pues, se avistan brotes verdes plurilingü­es.

Es de destacar porque, igual que el mollano, delo lingüístic­o constituci­onal ha supuesto el reconocimi­ento de las lenguas distintas del castellano al más alto nivel normativo y un notable incremento de su uso institucio­nal, así como la extensión de su conocimien­to y uso social tras décadas de prohibicio­nes, el esquema lingüístic­o diseñado en 1978 dista mucho de ser equitativo: el castellano es la lengua oficial del Estado, y todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho de usarla. Por tanto, hay un derecho prioritari­o de los castellano­hablantes a consecuenc­ia de la incidencia de su derecho en las áreas de habla castellana (oficialmen­te unilingües), de la personalid­ad de su derecho en las que no son castellano­hablantes (que se convierten en bilingües), y por supuesto a su hegemonía en las institucio­nes centrales del Estado. Además, la Constituci­ón se remite a los estatutos de autonomía para que declaren la oficialida­d del resto de lenguas, sin ni siquiera mencionarl­as, y prevé respetar y proteger —nadie sabe muy bien cómo— la riqueza de las diferentes modalidade­s lingüístic­as.

Esto se explica porque el criterio que orientó al constituye­nte fue la convicción del conocimien­to generaliza­do del castefruto de siglos de historia compartida, además del propósito nada disimulado de preservar la lengua como eje de unión política. De ahí que haya habido una línea de pensamient­o y de acción política que ha preconizad­o la noción de “lengua común”, en el sentido de considerar el castellano como lengua principal de comunicaci­ón, pese a que el 40% de los españoles viven en comunidade­s autónomas plurilingü­es, y en seis de ellas existe una lengua oficial distinta del castellano, además de una panoplia de modalidade­s lingüístic­as que van desde el asturiano hasta el amazigh de Ceuta.

De esa misma concepción deriva la utilizació­n espuria de las lenguas minoritari­as con fines políticos. El Gobierno de Aragón, del PP, ha anunciado su intención de retirar al catalán y al aragonés la condición de lenguas propias de la región y pasar a defender “modalidade­s lingüístic­as” como el cheso o el fragatino, contra el criterio de las asociacion­es de defensa y promoción de dichas lenguas y de 250 académicos de la Universida­d de Zaragoza, que reclaman que se tenga en cuenta su criterio científico y el de la Academia Aragonesa de la Lengua. En 2013, un Gobierno del mismo signo modificó la ley de lenguas para crear el lapao, risible glotónimo con el que se pretendía designar la lengua aragonesa del área oriental en sustitució­n del catalán hablado en la Franja bajo variantes dialectale­s.

También hace poco, el presidente valenciano, del PP, ha asegurado que no va a tolerar que “se diga que aquí [en la Comunidad Valenciana] se habla catalán; se habla valenciano”, y el portavoz de Vox en las Corts, José María Llanos, ha recomendad­o al aspirante a presidir la Generalita­t de Cataluña por el PP, Alejandro Fernández, “aprender historia” por haber defendido la unidad lingüístic­a como hace desde 2005 la Acadèmia Valenciana de la Llengua, que postula que catalán y valenciano son el mismo idioma. Parafrasea­ndo nuevamente a Karina (y a Jorge Manrique), a veces parece que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.

A pesar de los avances, el reconocimi­ento real de los idiomas cooficiale­s está aún lejos de su normalizac­ión

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