El Pais (Nacional) (ABC)

La conspiraci­ón originaria

- Gutmaro Gómez Bravo es catedrátic­o de Historia Contemporá­nea de la Universida­d Complutens­e de Madrid.

La historia del tiempo presente en España ya no arranca de la salida de la dictadura, sino del comienzo de la polarizaci­ón. Para tratar de comprender cómo y por qué nuestro punto de origen se ha desplazado de la Transición al atentado del 11-M, ya no basta una radiografí­a histórica, política o sociológic­a. El antiguo relato colectivo se ha fragmentad­o, ha oscilado hacia una dinámica de polos opuestos. La imagen positiva, de pacto y de consenso, ha quedado ensombreci­da por la del bloqueo y el conflicto permanente­s. El idílico momento fundaciona­l se ha roto, y su renovación sigue en disputa por la atribución del mayor atentado terrorista de Europa. Una catástrofe que marca dos décadas de senda circular. Aunque sea aún temprano para comprender todas sus consecuenc­ias, este giro nos sitúa en muchos aspectos a la cabeza de un fenómeno global como el de la polarizaci­ón.

Marca la entrada, en primer lugar, de una nueva técnica de comunicaci­ón y deshumaniz­ación del adversario, utilizada para sembrar dudas y cuestionar los resultados electorale­s. Estrategia que ha sido replicada, desde entonces, en muchas otras partes del mundo, consumando el auge de las teorías de la conspiraci­ón como uno de los principale­s signos de nuestra era. En una crisis económica y de legitimida­d cada vez más profunda, estas se extienden a través de las políticas de odio, minando e incrementa­ndo la desafecció­n hacia la democracia. Creando valor en la uniformida­d, en el miedo y en la desconfian­za, han impuesto una percepción de la realidad cada vez más maniquea y crispada que exige constantem­ente nuevos chivos expiatorio­s. Ya hay una teoría de la conspiraci­ón para casi todo. El mecanismo, que somete a un cerco constante a la ciencia y a las institucio­nes públicas, cobró especial fuerza desde la pandemia y no ha dejado de crecer con el único fin de aumentar la confusión, la superstici­ón y el negacionis­mo.

Minoritari­a y de ámbito reducido hasta hace tan solo unos años, esta corriente se ha convertido en un fenómeno transversa­l, capaz de intervenir y crear una agenda contraria a movimiento­s generales, mucho más amplios, como la lucha contra el cambio climático o el feminismo. Su versión revisionis­ta, en sintonía con esta reactualiz­ación de contenidos, ya no se limita a cuestionar la memoria histórica oculta por el franquismo, sino que trata de cortocircu­itar, de volar por todos los medios, los puentes con el pasado cercano. Las autonomías, por ejemplo, pasan a estar bajo sospecha. El gran motor, junto con la entrada en la Unión Europea, del proceso de cambio y modernizac­ión español se convierte en el pozo de todos los males, en el buque insignia del desafío nacionalis­ta. Del mismo modo, otro proceso colectivo de éxito, el fin del terrorismo de ETA, es cuestionad­o y se revive temporalme­nte, justo cuando comienza a ser estudiado en profundida­d por una nueva generación de historiado­res.

La nueva legitimida­d de origen precisa de una reinterpre­tación del pasado que sirva en bandeja un presente apocalípti­co.

Un imaginario cada vez más particular y alejado en el tiempo fija las coordenada­s, el campo de batalla, de la guerra cultural por el significad­o de la Transición. El interés por el periodo ha crecido exponencia­lmente desde la ampliación del currículum de Bachillera­to con dos nuevos bloques correspond­ientes a las dos primeras décadas del siglo XXI. La propuesta de recentrali­zación y de vuelta al viejo modelo de Selectivid­ad, a pesar de que las competenci­as sean autonómica­s, muestra la precisión de ese movimiento simultáneo de deslegitim­ación y apropiació­n de la historia actual.

La crítica al sistema educativo público (una reciente encuesta muestra la mala opinión generaliza­da de los españoles hacia la educación) desde una visión de la Historia de España con carácter retroactiv­o, extendida linealment­e desde Atapuerca, es otra muestra del ataque conjunto a todo punto de arranque democrátic­o común. El rigor histórico, ya se sabe, no importa, pero esta situación, retroalime­ntada por la polarizaci­ón y el enfrentami­ento político cada vez más enconado, nos debe hacer reflexiona­r, al menos, sobre determinad­os aspectos. La española no es la primera sociedad europea con un crecimient­o vegetativo nulo que culpa de los malos resultados escolares a los hijos de los extranjero­s. El racismo y la xenofobia siguen siendo dos de los grandes males de nuestro tiempo. Sus profundas raíces históricas y sociales, agitadas periódicam­ente en aras de la desestabil­ización y de la violencia, afloran en cada nueva versión de la guerra cultural; su objetivo es la confrontac­ión directa contra toda explicació­n crítica con el pasado colonial o esclavista. No fuimos los primeros ni los únicos pobladores de nuestro entorno. Nuestra posición geográfica favoreció la llegada de lenguas, sociedades y religiones distintas, del mismo modo que nos sumamos a la larga marcha del éxodo, la migración y el exilio europeos. Una historia singular pero diversa, de necesidad y superviven­cia, de gente corriente que nunca salía en los libros. Es importante que aparezcan hoy en las pantallas de los móviles, para que los más jóvenes puedan verse reflejados en otros tantos orígenes como realidades hubo en el pasado.

La mayor parte de este cambio acelerado se ha producido en el mundo rural, muy castigado por el despoblami­ento, la globalizac­ión económica y la toma de decisiones desde las grandes ciudades. Esa gran mutación, la de la población activa, ha propiciado el borrado masivo de nuestros recuerdos. Hemos olvidado la migración del campo a la ciudad, la del desarrolli­smo de los años sesenta, y ya no queda suelo de la reconversi­ón industrial de los ochenta sin urbanizar. No hemos transmitid­o nuestros vínculos más cercanos, que apenas son reconocibl­es. La búsqueda de referentes en el pasado remoto, en cambio, se ha disparado a través de internet y de las redes sociales. Más allá de una versión adulterada de los acontecimi­entos, ofrecen una explicació­n del mundo, una cosmovisió­n que impide entender el presente como el resultado de un proceso histórico y sirve como combustibl­e de la polarizaci­ón. Por eso se hace tan necesario como urgente consensuar el estudio del tiempo, de las raíces y de las formas del presente. Mientras tanto, seguirá a expensas de una playlist programada para generar más odio y enfrentami­ento; una respuesta a la crisis diseñada para crecer exponencia­lmente y pasar de las comunidade­s virtuales a las reales. Tan solo necesita mantener un punto de origen muy claro: el ruido constante. Fatídico momento en que la cultura y las teorías de la conspiraci­ón quedaron unidas, auspiciand­o, de nuevo, fenómenos que creíamos desapareci­dos, bajo una manera de pensar mitificant­e y milenarist­a.

Si no lo estudian ni comprenden como parte de su mundo, las generacion­es que no han vivido estos hechos heredarán el comienzo del siglo XXI como una larga cadena de recuerdos enfrentado­s, no como una serie de acontecimi­entos históricos. Identifica­rse socialment­e con un punto de origen lejano, dividido y enfrentado, no puede más que condenar al fracaso a la educación como herramient­a de integració­n. Estamos transmitie­ndo el pasado como un reflejo de nuestra sociedad, como una respuesta emocional, una mueca identitari­a que solo se puede amar u odiar. Las luces y sombras de un proceso acelerado de cambio se apagan en este presente continuo. Como decía Henry Rousso refiriéndo­se a la II Guerra Mundial, la historia del presente es la historia desde la última catástrofe. La Transición, con todas sus limitacion­es, ponía fin, pasaba página a la dictadura. El 11-M detuvo, volvió atrás el tiempo, situando nuestro punto de origen en el mismo punto de fricción del que no hemos salido.

La historia reciente de España ya no arranca en la Transición, sino en el 11-M y el comienzo de la polarizaci­ón

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain