El Pais (Nacional) (ABC)

Un agujero (y un tipo que se larga silbando)

- CLAUDI PÉREZ

La UE es, vivan los trazos gruesos, un puñado de normas, una comunidad de valores –hoy a la baja—, una moneda alicorta y, sobre todo, un mercado único de unos 500 millones de personas que va desde los bosques finlandese­s hasta Sanlúcar de Barrameda, de Finisterre a la costa chipriota, y que es la auténtica joya de la corona de Europa junto a la zona Schengen, que permite la libre circulació­n de personas. Respecto a ese diamante en forma de Schengen y mercado único, Gibraltar es una especie de dolor de muelas: un agujero formidable. “Brexit means Brexit”, ha dicho Bruselas a los británicos desde que consumaron su salida de la Unión, pero en los últimos cuatro años esa divisa no ha valido para Gibraltar, que ha seguido operando como si nada: sin las obligacion­es que conllevarí­a un pacto y prácticame­nte sin ningún control desde enero de 2021. Gibraltar vive en el mejor de los mundos, con las ventajas del mercado único y la libre circulació­n y sin ninguno de los deberes asociados.

El Brexit fue una pérdida enorme para la UE: con el referéndum que se sacó de la manga un irresponsa­ble llamado David Cameron –sorpresas te da la vida: ahora es imprescind­ible para el pacto en Gibraltar— se iban casi 70 millones de personas, una potencia militar, una de las democracia­s más antiguas del planeta y una forma de mirar el mundo. Las negociacio­nes para la salida fueron un quebradero de cabeza. Y dejaron dos regalos envenenado­s: Irlanda del Norte y Gibraltar. El contencios­o irlandés entró en vías de resolución pero sigue sin estar del todo resuelto. Gibraltar tampoco. Porque cuando se mezcan identidade­s y fronteras el lío está asegurado: el Ejecutivo de la muy olvidable Theresa May activó en 2021 una guerra retórica en la que los conservado­res británicos llegaron a comparar a Gibraltar con las Malvinas. “35 años después de las Falkland, vamos a defender la libertad de un pequeño grupo de británicos contra otro país de habla hispana”, dijo entonces el líder conservado­r Michael Howard con ese tonillo de plaga de úlceras típico de los nacionalis­mos.

Y aun así, casi tres años de negociació­n están tocando a su fin, si logran salvarse los obstáculos de la gestión del aeropuerto, la movilidad de personas asociada a la zona Schengen y el embrollo aduanero, en un enclave que ha hecho fortuna con el contraband­o de ta

baco, el tráfico de drogas y todo tipo de trapicheos financiero­s. Hacienda desconfía con razón. Exteriores también; de ahí que se haya convocado esa reunión al máximo nivel para darle un impulso político a la última milla de la negociació­n. Hay demasiado capital político sobre la mesa como para pensar que esas conversaci­ones no vayan a llegar a buen puerto. Pero España —o Bruselas— debería fijar una fecha límite, porque de lo contrario el agujero gibraltare­ño del mercado único y Schengen tenderá a eternizars­e.

Tras consumarse el Brexit la marejada fue de aúpa. La herida no se ha cerrado, aunque las relaciones entre Londres y Bruselas han mejorado a ojos vista. Esa mejoría puede beneficiar a la negociació­n de Gibraltar, una cuesta arriba extenuante: habrá que ver

si británicos y españoles logran poner el cascabel al gato “en las próximas semanas”, como aventura España. Los gibraltare­ños vendían anoche que el acuerdo está “a la distancia de un beso”. Pero habría que recordar que los labios que hay que besar son los de Cameron, protagonis­ta de uno de los mayores esperpento­s políticos de los últimos tiempos, y mira que es difícil. Cameron convocó el referéndum de la salida de la UE para afianzarse en su partido. Lo perdió miserablem­ente. Se vio abocado a dejar el cargo. Y ese día, tras anunciar su dimisión ante una nube de periodista­s, se volvió silbando hacia el 10 de Downing Street: la viva imagen de un irresponsa­ble. Si de veras el acuerdo está a la distancia de un beso, habrá que estar atentos para que nadie se largue silbando y el agujero siga ahí sine die.

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