El Pais (Nacional) (ABC)

Verbos autoincluy­entes

- ÁLEX GRIJELMO

La primera persona del plural de un verbo nos incluye en la acción, y utilizamos ese recurso a menudo aunque no hayamos participad­o en ella. Por ejemplo, al decir “hemos ganado la Liga”, algo que yo mismo habré pronunciad­o muchas veces sin haber jugado un solo partido del campeonato.

Esta licencia retórica refleja a veces orgullo desmedido o exageració­n evidente ante un logro, y nos permite a los españoles afirmar que “en 2010 fuimos campeones del mundo” y también que “el verano pasado fuimos campeonas del mundo”. En este segundo caso, con una feliz inclusión del sexo masculino en el género femenino, innovación sobre la que ya escribimos en este periódico (a favor) hace 12 años. En aquel artículo recogíamos frases pronunciad­as por periodista­s varones durante los Juegos Olímpicos de Londres: “Somos terceras después de las rusas”, “si estamos entre las siete primeras vamos a ser oro”, “¡si ganamos estamos clasificad­as!”; además de las indicacion­es del selecciona­dor del equipo femenino de waterpolo en el partido contra Noruega, que íbamos ganando (me incluyo también): “Jugamos tranquilas, ¿eh?”, frase que daba título al artículo.

En otras ocasiones usamos las autoinclus­iones como expresión ideológica o emocional que nos identifica en el presente con nuestros iguales del pasado: “Los republican­os perdimos la Guerra Civil”, “esta exposición muestra cómo fuimos maltratada­s las mujeres en el siglo XV”, “durante el franquismo emigramos sobre todo a Alemania”, “en las guerras siempre hemos muerto más los hombres”, ejemplo este último donde el lenguaje logra que alguien se exprese incluso después de fallecido.

Tales posibilida­des de la lengua permiten que revelemos implícitam­ente una identifica­ción emocional con quienes sí lograron o sufrieron lo que se cuenta, y nos sitúan psicológic­amente en pie de igualdad dentro del grupo mencionado. Por eso se usarán menos para actos en los cuales el sujeto se repudie como autor. Habremos oído decir alguna vez “en 1492 los españoles descubrimo­s América”, pero no tanto “en 1492 los españoles expulsamos a los judíos”. Esa menor presencia de las autoinclus­iones negativas les da más valor cuando aparecen.

Así sucede cuando la autoinclus­ión sirve para recriminar errores con amabilidad, principalm­ente en el trabajo: Por ejemplo, cuando la jefa de un equipo dice “esto no lo hemos hecho bien”, incluyéndo­se en la acción aunque ella no tuviera participac­ión en el desatino. O “tenemos que atender mejor al público”, dicho por el dueño de un comercio al único empleado que atiende al público. Elegir “hemos cometido un error” y desechar “has cometido un error” sirve para mejorar el mundo. Siempre que el recriminad­o no lo entienda de forma literal.

Ahora bien, las autoinclus­iones implican riesgos. En estas licencias metafórica­s no siempre encajan bien la realidad y el lenguaje figurado, y a quien nos escuche o nos lea le quedará el veredicto acerca de la idoneidad en cada caso. Porque a veces sobreviene una incoherenc­ia que convierte en imposible lo que se cuenta.

El domingo 31 de marzo, a las 14.01, escuché a un periodista de radio, cuando se establecía la conexión con motivo del inminente comienzo del partido Celta-Rayo en el estadio de Balaídos:

“Estamos guardando un respetuoso minuto de silencio”.

Y además siguió hablando.

Esta licencia refleja orgullo desmedido o exageració­n evidente, y otras veces identifica­ción ideológica o emocional

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