Las palabras son puentes
Este volumen con los versos de Octavio Paz y la narrativa convergente con ellos era necesario. Incluso la actividad como intelectual del Nobel es inconcebible sin su poesía
El reciente volumen de las ediciones conmemorativas de la RAE y la Asale ofrece un acertado itinerario de lectura por los poemas fundamentales de Octavio Paz y por extensos fragmentos de libros y ensayos más o menos convergentes con su obra poética. Al margen de la colección, antecedida por ediciones semejantes de Borges, Neruda, Mistral o Darío, ¿era necesaria otra antología del premio Nobel? Sin duda alguna, no sólo porque afianza la vivacidad de una obra referencial de las letras en cualquier idioma, sino porque ésta había permanecido en un limbo testamentario, lo que impuso recientemente la escasa circulación de muchos libros; si a lo anterior se suma la dilapidación de sus obras completas en España, donde primero se publicaron, y la actual incuria de una institución como el Fondo de Cultura Económica que las reimprimía en México, esta antología cumple en parte con el cometido de descubrirlo a los nuevos lectores. Estos disponen, por fortuna, aunque sólo en España, de una edición de su Obra poética completa (en Galaxia Gutenberg).
Y es que la vocación universalista de la experiencia literaria y la reflexión de Paz, ilustrada y romántica al tiempo, tiene a su poesía como centro irradiador absoluto. Incluso su actividad como intelectual es inconcebible sin ella. La palabra poética, aun si el poeta no se lo propone, afirmó, es siempre disidente. Todo poema verdadero es subversivo porque, como sostuvo Jakobson, “es la deformación voluntaria del habla común a través de una violencia organizada ejercida en su contra”. Recobrar el poema, que para Paz es conocimiento que erotiza las ideas y fija el instante como fusión de los contrarios al abolir la sucesión, encarna en la historia como acto y nos inserta en la verdadera comunidad creadora.
Paz fue un incómodo opositor a los totalitarismos de Estado —de izquierdas o de derechas— y censor de los excesos del capitalismo. Apoyó aquí la causa republicana durante la Guerra Civil, pero no militó en el comunismo, y por su oposición al realismo socialista fue al cabo un discrepante de la izquierda sin abandonarla del todo nunca, y un demócrata que tampoco abrazó el liberalismo. Pero los sucesivos infundios, extremados en la tumultuaria quema en efigie frente a su domicilio por su crítica al autoritarismo de la revolución nicaragüense en 1984 (y ya se ve cómo ésta acabó devorando a sus hijos), obligan a exponer la incesante propaganda que ese dogmatismo agitó con un empeño que sólo se le consagra al disidente. Es sensato entonces que esta vertiente política de su obra, entre las varias que la integran y dada su amplitud, esté ausente de la antología, salvo por fragmentos de El laberinto de la soledad y de su Posdata. Aquella y estos quedan sagazmente encuadrados por Roger Bartra en uno de los dos estudios relevantes para el lector general que acompañan el volumen. El otro, de Luce López-Baralt, que con finura traza la polinización de la poesía de san Juan de la Cruz en la del autor de Blanco, es excepcional.
De las casi 10.000 páginas que comprenden sus obras completas, esta compilación ofrece 550. Se reproducen íntegros poemas mayores, como Piedra de sol, Pasado en claro y Blanco (entorpecido aquí por errores editoriales). Entre lo elegido en prosa, como El mono gramático, no falta ningún libro de los que constituían para Paz —además de la poesía y según dicho propio— su legado: El arco y la lira, Los hijos del limo, Sor Juana Inés de la Cruz y La llama doble. Las 400 páginas restantes comprenden cinco estudios y los complementos de la colección. Sin embargo, para alcanzar la obra de Paz misma, el lector se ve forzado a superar una disforme introducción de 130 páginas que pormenoriza el origen biobibliográfico de cada texto, pero que no razona con suficiencia los criterios de selección. Por su minuciosidad, su lugar era el de un apartado de notas epilogal. Es decir, el antólogo ha puesto la carreta delante de los bueyes. Sorprende este descuido en un escritor y editor sensible como Adolfo Castañón, pues ya había pergeñado un ensayo en el volumen anterior de Mistral y, asimismo, sepultado en esta misma introducción, ofrece un original merodeo crítico por El mono gramático, que habría podido servirse aparte. Pero además esta carreta viene atiborrada de nombres: más de un centenar se enlistan por cortesía en interminables elencos vinculados a Paz. Ello apenas tendría relevancia si no fuera porque en su aparente afán exhaustivo el antologador excluye a varios ineludibles de España, entre ellos, al poeta José Miguel Ullán, al académico Luis María Anson, al pintor Frederic Amat y al escritor Tulio Demicheli, que tanto han hecho o hicieron para la difusión de la obra del poeta aquí: todos ellos también quedan fuera del estudio dedicado a la vertiente de Paz como editor. Al margen de alguna importante omisión en la bibliografía primaria del poeta. En fin, fuego amigo.
“Versos obscuros y estúpidos con algunas expresiones equívocas. Creo, sin embargo, que puede autorizarse por el escaso número de lectores que leerán estos engendros”, escribió un censor español sobre Libertad bajo palabra en 1950. Estas líneas bien podrían haber ido firmadas por algunos de sus otros detractores, que a principios de los noventa denunciaban la “retórica comanche” de la poesía de Paz. Para sus nuevos y deslumbrados lectores, casi sobra decirlo, esta útil antología será su irrebatible desmentido.
Corrientes alternas
Octavio Paz
Lengua Viva, 2024
960 páginas. 17,90 euros