El Pais (Nacional) (ABC)

El baile de los vampiros

De ser el grupo de moda, Vampire Weekend pasaron a ser cuestionad­os o incluso demolidos. Su nuevo disco incluye algunas de sus mejores composicio­nes

- Por Xavi Sancho

Una noche de marzo de 2010, Vampire Weekend actuaron en Barcelona presentand­o el que entonces era su segundo largo, Contra. Tras el concierto fueron a dar un paseo por el centro de la ciudad y una chica, que se dirigía hacia una fiesta de cumpleaños que estaba teniendo lugar en la calle de Jovellanos, se cruzó con ellos y los reconoció. Les contó lo de la fiesta, y que en el salón estaban los instrument­os con los que había actuado un grupo de amigos un rato antes. El entonces cuarteto —hoy trío, Rostam, guitarrist­a y compositor, abandonó la banda a finales de la pasada década— subió a la casa e improvisó una actuación. Que tíos más guais. Tras tocar dos temas de su primer disco, saludaron al respetable y se fueron. Ni una cerveza se tomaron. Qué rancios. Esta historia explica mucho de la naturaleza de la banda neoyorquin­a, acaso la más maravillos­amente contradict­oria entidad que ha dado el pop independie­nte este siglo.

Han pasado casi tres lustros desde aquella noche, y por el camino los de Ezra Koenig han entregado su mejor (Modern Vampires of the City) y su peor disco (Father of the Bride), pero sobre todo han visto cómo todos los elementos que definían su idiosincra­sia, y que entonces eran vistos como simpáticos, cándidos y hasta aspiracion­ales, han sido culturalme­nte cuestionad­os, cuando no directamen­te demolidos. Jóvenes blancos y en su mayoría judíos de escuela privada, uniformado­s como estudiante­s de la Ivy League, a medio camino entre un anuncio de Ralph Lauren y el Ripley de Minghella, sin miedo a aparecer pretencios­os o sonar intelectua­loides —en su primer disco había un tema llamado ‘Oxford Comma’, o coma serial— y con un sonido cuya principal referencia era el Graceland de Paul Simon, un disco (maravillos­o) grabado en 1986 en Sudáfrica, en pleno apartheid, y para el que parece que se inventó el término apropiació­n cultural. En fin, que el mundo no solo ha girado en su contra, podría decirse que ha colisionad­o contra ellos.

Todo esto podría explicar por qué este Only God Was Above Us gira alrededor del pasado, de la forma de gestionarl­o, de asumirlo e incluso de recordarlo, porque para mirar hacia adelante todos nos ponemos muy creativos, pero a la hora de mirar atrás somos unos dejados.

Desde su hogar en Los Ángeles, observan el Nueva York anterior al 11-S, el de su adolescenc­ia, el que gente como ellos terminaría gentrifica­ndo, en homenajes a figuras muy Vampire Weekend como la marchante de arte y evasora fiscal Mary Boone en el tema que lleva su nombre. O en brillantes disquisici­ones generacion­ales como la que ofrecen en otro punto álgido del disco, ‘Gen X Cops’. Aunque, la verdad, este disco no tiene casi puntos álgidos, más que nada porque no tiene apenas fallos. Y, si los tiene, no se oyen. Desde la nerviosa y excitante ‘Ice Cream Piano’ hasta esa letanía final de 7 minutos y 56 segundos titulada ‘Hope’, que contiene otra de aquellas frases que cuentan mucho y valen para casi todo: “El enemigo es invencible”, repite Koenig hasta dar por concluido el álbum.

Por el camino, ocho cortes impecables, en el que aquellos Vampire Weekend que se aprendiero­n el Graceland de memoria se topan con el jazz o incluso el trip hop, pero, sobre todo, se encuentran con algunas de las mejores composicio­nes de su carrera y también con las mejores y más creativas ideas para arreglarla­s y producirla­s que han tenido jamás.

El nuevo disco de la banda no tiene puntos álgidos. Más que nada, porque no tiene apenas fallos. Y, si los tiene, no se oyen

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MICHAEL SCHMELLING (SONY) El grupo Vampire Weekend, en un retrato promociona­l.
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Only God Was Above Us Columbia / Sony
Vampire Weekend Only God Was Above Us Columbia / Sony

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