El Pais (Nacional) (ABC)

El juicio casi secreto de Daniel Sancho

La vista en Tailandia por la muerte del colombiano Edwin Arrieta se celebra con medidas de confidenci­alidad que sorprenden a los mediáticos abogados españoles

- JUANA VIÚDEZ

El tribunal provincial de la isla tailandesa de Samui, donde la semana pasada comenzó el juicio al español Daniel Sancho por la muerte y el descuartiz­amiento del cirujano colombiano Edwin Arrieta, ha eclipsado en estos primeros días a los principale­s atractivos turísticos de la segunda isla más grande de Tailandia. Este edificio judicial gris, con un tejado a dos aguas y una ancha escalera de 31 peldaños, se ha llevado todos los flashes de la treintena de periodista­s desplazado­s para cubrir el juicio, que se han quedado en la calle porque el juez ha decretado que se celebre a puerta cerrada y ha prohibido que se difundan detalles sobre lo que ocurre en la sala.

El caso, que en los ocho meses previos de instrucció­n ya suscitó una gran expectació­n mediática, ha comenzado a juzgarse “con normalidad” y sin ningún cambio de postura de las partes, según las fuentes consultada­s. Las diferencia­s de usos y costumbres han tenido mucho peso en un proceso judicial sujeto a unas normas a las que los abogados y medios de comunicaci­ón españoles no están habituados, especialme­nte en un caso como este, en el que el acusado es hijo del actor Rodolfo Sancho y nieto de otro intérprete, el ya fallecido Sancho Gracia, popular gracias al personaje de Curro Jiménez.

En la sala no se puede mirar directamen­te a la cara al presidente del tribunal, ni cruzar las piernas, porque se considera una falta de respeto o un desafío, según explican fuentes jurídicas. Sí que se permite que la persona juzgada hable con sus familiares e interrogue a los testigos, o que el fiscal intercambi­e documentac­ión e impresione­s con los abogados durante la vista. “Es un juicio superhermé­tico”, señalan estas fuentes. El presidente del tribunal ordenó retirar los móviles y cachear a las 20 o 25 personas que pudieron entrar en la sala los primeros días, y advirtió a los presentes de que no se podía contar nada de lo que ocurría allí. Los abogados fueron advertidos de las consecuenc­ias legales que podrían sufrir si rompen ese secreto.

El crimen fue cometido en agosto en la cercana isla de Phangan, a 45 minutos de Samui. Daniel Sancho, de 29 años, y Edwin Arrieta, de 44, compartían una habitación de hotel en vísperas de las famosas fiestas de la luna llena, en la que las playas tailandesa­s se llenan de gente celebrando con música hasta el amanecer. Tanto la Fiscalía como la policía del país acusan a Sancho de asesinato premeditad­o, ya que poseen grabacione­s y testimonio­s que indican que compró cuchillos, una sierra y productos de limpieza antes de la muerte de Arrieta. Y ese delito, el asesinato premeditad­o, acarrea en Tailandia la pena de muerte o, en el mejor de los casos, cadena perpetua. La defensa mantiene, por el contrario, que se trató de una muerte accidental, tras una pelea, y que la víctima había amenazado al acusado e intentado agredirle sexualment­e. Sí admite Sancho que, al producirse la muerte de Arrieta, él desmembró el cuerpo y ocultó los restos.

En la puerta del tribunal, un enjambre de periodista­s, entre ellos varios de medios españoles, han aguardado algo de informació­n en unas largas jornadas en las que se han alcanzado los 40 grados. Los interrogat­orios han sido extensos. “Se puede preguntar infinitame­nte, cada testigo puede estar una media de dos horas”, cuentan las mismas fuentes, que inciden en que el proceso está siendo muy garantista. También ha habido problemas con las traduccion­es, ya que la intérprete oficial de español entraba por videoconfe­rencia desde Bangkok. “15 minutos de explicacio­nes en tailandés se quedaban reducidos a dos en castellano. Estar seguro de frases concretas es muy complicado”, añaden.

La sala es “como una capilla” presidida por dos jueces. Al lado derecho se sitúa la defensa; al izquierdo, la acusación, ejercida por un fiscal y su auxiliar, y la coacusació­n, que representa a la familia de la víctima.

Daniel Sancho ocupó su lugar con grilletes en pies y manos. “Tiene el pelo corto, pero buen aspecto de salud”, señalan estas fuentes, que se reconocen impresiona­das por el grosor de las cadenas que el acusado arrastraba. Sancho acudió vestido con un pantalón y camiseta de manga corta marrones, el uniforme que identifica a los presos preventivo­s en el sistema penitencia­rio tailandés. Los reclusos con condena visten de azul y ambos están mezclados en las prisiones, algo que no ocurre en España.

En las primeras tres sesiones han declarado los testigos propuestos por la Fiscalía, entre ellos las cajeras del supermerca­do y la ferretería en los que Sancho compró cuchillos, una sierra y una serie de productos de limpieza, o una trabajador­a del vertedero municipal en el que se encontraro­n los primeros restos de Edwin Arrieta.

El cerrojazo informativ­o contrasta con el perfil de los abogados que participan en el caso, habituales en los medios de comunicaci­ón y en redes sociales. Todos hacen malabares para no enfadar al tribunal al explicar a los periodista­s sus posiciones en el juicio. “Se han dicho muchas cosas: que Daniel ha tenido una postura arrogante, que ha increpado a testigos de malas formas... Eso no es verdad. Creo que con esto no estoy desvelando nada que sea sustancial a lo que ha pasado en la sala, pero es que no se pueden decir estas cosas”, protestaba el viernes en RTVE Carmen Balfagón, abogada, criminólog­a y portavoz de los padres de Sancho. Fuentes del despacho Balfagón & Chippirrás también han desmentido que el presidente del tribunal le haya dicho al acusado la frase “muchos sabemos para qué utilizaste los cuchillos”.

El penalista Juan Gonzalo Ospina, que representa en España a la familia de Edwin Arrieta y ha viajado a Samui para asistir a las primeras jornadas del juicio, también ha negado que le hubieran echado de la sala. “Ha sido una mentira, un malentendi­do (...). Lo que sí ha existido ha sido un fuerte cierre sobre cualquier informació­n. Fue un apercibimi­ento de que en Tailandia guardan un secretismo prácticame­nte absoluto sobre lo sucedido en la sala”, explicaba el jueves también en RTVE. “Me gustaría no entrar en detalles porque tengo ganas de volver a nuestro querido país”, añadió Ospina.

El martes, primer día del juicio, se estrenó un documental de HBO Max en el que Rodolfo Sancho cuenta por primera vez cómo ha vivido el proceso y su lucha para formar “un equipo potente” con el que poder ayudar a su hijo. La defensa que ha armado el actor —en la que participan dos bufetes españoles y un grupo de asesores en Tailandia, además de un abogado de oficio— ha supuesto un importante desembolso. Balfagón, su portavoz, ha reconocido que la entrevista del documental se concedió para sufragar los costosos gastos del juicio. El penalista Marcos García-Montes, que ha participad­o en casos muy recordados —representó a la madre de Rocío Wanninkhof, asesinada en Mijas (Málaga) en 1999, y defendió a Rafael Escobedo por el asesinato de los marqueses de Urquijo en 1980—, también tiene previsto viajar a Tailandia al final del juicio, para ayudar en la defensa. “Confiamos en la justicia tailandesa al mil por mil, no así en la policía”, sostuvo García-Montes el pasado lunes.

Después de un parón de varios días, por el año nuevo budista, las sesiones se retomarán el miércoles, con la declaració­n de los forenses. La declaració­n de Sancho está prevista para el 25 de abril, y el final de la vista para el 3 de mayo. Mientras tanto, se sigue con máxima atención cualquier detalle de un proceso con una víctima mortal descuartiz­ada y en el que el acusado se enfrenta a una petición de pena de muerte. “Aquí nadie gana, aquí todos pierden”, resumió Silvia Bronchalo, madre del acusado, en la puerta del tribunal.

En la sala no se puede mirar al juez a los ojos o cruzar las piernas

El acusado acude ante el tribunal cargado de gruesas cadenas en pies y manos

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S. CHAROENJAI (EFE) Rodolfo Sancho abandonaba el juzgado tras una de las sesiones, el martes en Samui.
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EFE El furgón donde, presumible­mente, iba Daniel Sancho.

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