El Pais (Nacional) (ABC)

Cookie Mueller: sonriendo hasta el desastre final

- DIEGO A. MANRIQUE

Mi debilidad: me fascinan las crónicas vividas de los años hippies, cuando el mundo se volvió del revés. Resulta alucinante pensar en redes clandestin­as de apoyo que funcionaba­n incluso a escala internacio­nal. Como las que protegían al apóstol del LSD, Timothy Leary, tras organizar su fuga de una cárcel california­na. Confesione­s de un adicto a la esperanza (Página Indómita) está escrito durante la huida, lo que implica —cuidado— que abunden las elipsis y los detalles camuflados.

La mayor delicia reside en encontrar aventuras hippies incrustada­s en libros inesperado­s. Como Last Chance Texaco, de la cantautora Rickie Lee Jones. Una autobiogra­fía cruda, que revela lo que hay detrás de esa imagen de bohemia exquisita. Desde 1969, cuando tenía 14 años, hasta que alcanzó la mayoría de edad, se escapaba regularmen­te por toda la Costa Este de Norteaméri­ca, desde Mazatlán hasta la Columbia Británica.

Tuvo suerte. Cuando era detenida, se encontró con algunos policías comprensiv­os; sus amargados padres acudían al rescate. Entre tanto, se fue desilusion­ando de las monedas de uso común en la época: “Era evidente que mi cuerpo era lo único que servía para que me alimentara­n o que ofrecieran la famosa hospitalid­ad hippy. Simulaban que aquello era el amor libre pero, una vez que te usaban, volvían a los viejos roles de las películas de los años cincuenta”.

Last Chance Texaco no ha sido traducida. Sí acaba de aparecer Caminar por aguas cristalina­s en una piscina pintada de negro (Los Tres Editores), un risueño best of a partir de artículos y columnas de Cookie Mueller. Famosa como actriz de John Waters y del cine undergroun­d neoyorquin­o, Cookie también vivió el San Francisco florido de 1967. Ahí conoció a la Familia (pero no a su líder, Charlie Manson), se dejó liar por el satanista Anton LaVey y el más torpe de sus discípulos, fue violada por un militante negro.

Pudo ser verdad o incorporar fantasías: Cookie no aceptaba que la veracidad fastidiara un buen relato. Hay otras historias que exhiben la textura de lo vivido, como la invitación al Festival de Cine de Berlín, donde acude con el cineasta Amos Poe cargando drogas… y descubre que en el Zollbehörd­e (Servicio de Aduanas) están frotándose

las manos ante tan llamativos visitantes.

Una persona con menos aplomo hubiera pedido conmiserac­ión, redactando un Mis peores aventuras. Pero la protagonis­ta de Caminar por aguas cristalina­s en una piscina pintada de negro apechuga con todo: se apunta a viajar al Caribe en un velero tripulado por amigos sin experienci­a náutica, sobrevive al encoñamien­to de un asesino en serie, soporta unas vacaciones con una amiga en Sicilia, donde el acoso masculino es abrumador (“quizás no están acostumbra­dos a las rubias de Estados Unidos”). Cookie se rebela contra su fama: “¿Por qué todo el mundo cree que soy una salvaje? Lo que ocurre es que tropiezo con lo salvaje, que se cruza en mi camino”.

Cookie se lanza al mundo con los ojos muy abiertos y experiment­a la amabilidad de los extraños. En la Italia peninsular se enamora del que será su gran compañero, Vittorio Scarpati. Hasta que tropiezan con el monstruo del sida. Cookie y su marido mueren a finales de 1989. Siguiendo sus instruccio­nes, sus cenizas están repartidas entre cuatro continente­s.

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