El Pais (Nacional) (ABC)

Los brutos

- DAVID TRUEBA

Quizá no es evidente, pero si nos paramos a mirar el tratamient­o mediático dedicado a los últimos casos de corrupción llegados a nuestro circo, salta a la vista una distinción muy curiosa entre ellos. Ha habido varios; algunos tienen que ver con los negocios ultrajante­s durante la crisis sanitaria y las tajadas que sacaron algunos con la compra de mascarilla­s. Otros se refieren a la sempiterna desviación de las arcas públicas hacia el bolsillo particular, una tentación que no se acaba nunca, entre otras cosas porque la única revolución pendiente sigue siendo la de la honestidad personal. Pero si nos paramos a observar el tratamient­o dado a los protagonis­tas, hay dos que se han distanciad­o del resto por el tono y la adjetivaci­ón de los relatos. El caso Koldo nos trajo a primera línea a un colaborado­r de esos para todo venido desde las catacumbas de la sede local hasta las sombras del poder ministeria­l. Se ha dicho de él que era portero de burdel, lo cual completaba una estampa de aizkolari rústico, que vino de maravilla para acabar de dibujar un perfil regado de burlas y chanzas. De alguna manera nos confirmaba la permanenci­a del esperpento nacional.

Luego ha estado también el tratamient­o a la personalid­ad brusca y algo atropellad­a del expresiden­te de la Federación de Fútbol Luis Rubiales. En su caso, el hecho de proceder de las líneas defensivas del balompié le concedía también un aspecto de bravucón, fajado en los codazos del área. En ambos, lo que resultaba un agravio no era que se hubieran apropiado de dinero, sino que carecieran de modales. Eso es al menos lo que se ha transmitid­o en muchas crónicas. Una especie de indignació­n porque a los españoles lo que les conviene es que les robe la gente con másteres, los que saben llevar chaleco y pasador de corbata y conducen un coche caro de esos que te aparecen en el garaje sin saber cómo. Estos dos personajes han sido ridiculiza­dos por sus maneras poco sofisticad­as. Los otros incluso han contado con un tratamient­o respetuoso, porque a los chicos bien no se les puede tratar con malas formas.

En algunos juicios recientes, el rancio abolengo de quien nos robaba ha servido para justificar el dinero en cuentas del extranjero con la manera habitual con que los ricos que roban justifican su latrocinio: en el origen, era todo herencia de papá. Pues sí, no tener un papá rico, como les ha pasado a Koldo y Rubiales, deja sin argumentos de defensa el engorde llamativo de tus cuentas corrientes. Si se confirma que son dos cuatreros, lo cual es probable —aunque habrá que concederle­s la presunción de inocencia hasta la condena final—, su origen humilde no los hace peores que esos otros presuntos delincuent­es de origen acomodado que no reciben de la prensa descalific­ativos por su físico, sus formas, su lenguaje, su planta. A los brutos se les afea ir a marisquerí­as, comprarse Porsches y llevar relojes caros. Como si la obscenidad del amor por el dinero y su exhibición no procediera de una enferma manera de narrar el éxito social de los privilegia­dos. No creo que a los españoles en general nos agraden unos corruptos más que otros. Tampoco nos duele menos que nos roben los que ya eran ricos antes, porque si fuera así sería necesario que nos sometiéram­os a un cursillo de reciclaje, que alcanzara, por cierto, a fiscales, jueces y articulist­as. Lo que es evidente es que en estos asuntos asistimos a un ejercicio de clasismo de libro.

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