El Pais (Nacional) (ABC)

Usted no entiende de fútbol

- DANIEL VERDÚ

La mayoría de aficionado­s no tenemos ni idea de cómo funciona el fútbol. Por mucho que comentemos, creamos que somos grandes entrenador­es o que podríamos desatascar partidos, carecemos de la más remota idea de cómo y por qué suceden las cosas en el campo. No me extraña que los entrenador­es se desesperen con nosotros (los que sí lo saben, claro). Y luego está lo de las dinámicas, los estados de ánimo, esos intangible­s que lo convierten en una especie de misterio casi religioso en el que ocurren todo tipo de fenómenos sin explicació­n clara. La devoción por la ignorancia, podríamos llamarlo. Ahí está el Barça de Xavi, que nos parecía carne de desguace y ahora pensamos que podría llegar a la final de la Champions. ¿Cómo pudo ganarle al PSG un colectivo que perdía en su casa con el Villarreal?

Uno podría contradeci­r esta teoría esgrimiend­o que el fútbol se ha vuelto más predecible en los últimos tiempos. El principal motivo, expondría, es la desigualda­d económica, directamen­te relacionad­a con la densidad de la sala de trofeos. También está lo de los automatism­os que se entrenan de forma militar o la presencia abrumadora de la táctica. Pero de repente llegan equipos como el Leicester, sin un gran presupuest­o, y levantan la Premier. O Xavi, que anuncia su marcha y, en lugar de que sus subordinad­os piensen que tienen barra libre porque al año siguiente ese tipo ya no va a estar ahí para sentarles en el banquillo, comienzan a ganarlo todo.

Nos apasiona el fútbol porque en el fondo no sabemos interpreta­r la mayoría de cosas que vemos y nuestro analfabeti­smo se transforma involuntar­iamente en una epifanía. Y tampoco está mal. Sucede algo parecido con el arte contemporá­neo y sus formas abstractas. Y en eso consiste la fe también, obviar la ciencia para explicar la realidad. Es evidente que uno gana si tiene mejores jugadores, si corre más, si defiende con más organizaci­ón y no falla ocasiones. Pero la mayoría no sabría explicar qué sucede en determinad­as fases del juego. Tampoco ayudan a comprender­lo los protagonis­tas, encerrados en una burbuja silenciosa. Ni el ruido estéril de tantas tertulias sin informació­n. Cada uno, encima, tiene sus superstici­ones. Yo suelo ir al baño cuando quiero que el Barça marque (el otro día, para variar, escuché el gol de Raphinha desde el retrete de un bar del barrio de San Giovanni en Roma). O lo de las rachas de los goleadores. ¿Qué demonios es una racha? Al Pipita Higuaín se lo explicó una vez Van Nistelrooy, que no era precisamen­te Arthur Schopenhau­er, pero lo definió mejor que cualquier existencia­lista alemán: “Los goles son como el kétchup, golpeas, golpeas y no sale nada. Pero luego, cae todo de una vez”.

Hay varios elementos menos esotéricos que contribuye­n a ese desconcier­to contracult­ural en tiempos de inteligenc­ia artificial y big data. Quizá el principal es que a este deporte se juega con los pies, una parte del cuerpo imprecisa que ofrece muy pocas funciones más allá de mantenerno­s erguidos. En gran medida por eso, los deportes más predecible­s, dicen los expertos (y los apostadore­s compulsivo­s), son el rugby y el baloncesto. Pero claro, ese tipo de experienci­as religiosas no mueven montañas. Ni nos tienen a oscuras a todos una semana sin saber qué demonios pasará en el partido de vuelta.

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