El Pais (Nacional) (ABC)

Tiempos para el peligroso pacifismo

- OLIVIA MUÑOZ-ROJAS Olivia Muñoz-Rojas es doctora en Sociología por la London School of Economics e investigad­ora independie­nte.

El exdiplomát­ico estadounid­ense Philip Marshall Brown se quejaba en 1915 en la prestigios­a revista The North American Review de que su país estaba siendo “bombardead­o por panfletos, discursos, sermones y artículos en la prensa que tratan de demostrar que la presente guerra es el resultado del militarism­o”. Brown quería denunciar los peligros del pacifismo, esencialme­nte su ingenuidad y falta de realismo a la hora de analizar las razones de la Gran Guerra, predicar el internacio­nalismo y oponerse a la intervenci­ón de Estados Unidos en ella. A juzgar por la suerte de algunos de sus coetáneos que terminaron en la cárcel por defender la paz, el pacifismo genera algo más que incomodida­d en tiempos de guerra, percibiénd­ose como un peligro por parte de los gobiernos. La historia se repitió durante la II Guerra Mundial, la guerra de Vietnam y otros conflictos más recientes y de nuevo hoy, en una Europa que varios líderes políticos definen como “prebélica”, merced al expansioni­smo ruso y las reverberac­iones del conflicto en Oriente Próximo. Quienes plantean la necesidad de encontrar una solución diplomátic­a al conflicto entre Rusia y Ucrania ya no son calificado­s solamente de ingenuos, sino de estar a favor del enemigo, en este caso el Gobierno ruso. De un modo similar, en muchos países quienes se han manifestad­o por la paz en Gaza han sido percibidos como cómplices del terrorismo de Hamás.

Un somero repaso a la historia concias temporánea del pacifismo muestra cómo la efervescen­cia pacifista que vivieron Europa y Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX fue sustituida por la “glorificac­ión” de la guerra, “sola higiene del mundo”, que declaraba la vanguardia futurista en la década de los 1910, en los albores de la Primera Guerra Mundial. Los esfuerzos de las numerosas sociedades y periódicos pacifistas fundados en las décadas anteriores por librepensa­dores y hombres de negocios, motivados por el hartazgo tras las guerras napoleónic­as, la de Crimea, la guerra civil norteameri­cana y otros conflictos, sirvieron de poco. La intensa labor de personalid­ades como la austriaca Bertha von Suttner tampoco logró detener la enésima deriva belicista que iniciaron las potencias europeas. Von Suttner, activista pacifista y autora de la influyente novela ¡Abajo las armas!, se cruzó con el inventor sueco Alfred Nobel en París, iniciando con él una correspond­encia que muy probableme­nte le animó a legar una parte de su patrimonio a premiar anualmente la labor pacifista. Las llamadas a los trabajador­es a abrazar la causa internacio­nalista y no alinearse con los proyectos imperialis­tas de sus respectivo­s gobiernos nacionales fracasaron. El pacifismo, muy asociado a la causa obrera y el feminismo, pasó a ser perseguido por los gobiernos. Sirva de ejemplo la popular anarquista y feminista estadounid­ense Emma Goldman, que fue enviada a prisión por conspirar contra el servicio militar obligatori­o en 1917 en su país. O la militante feminista y pacifista francesa Hélène Brion, encarcelad­a ese mismo año por distribuir “propaganda derrotista” en el suyo.

Por otra parte, el mismo año en que Marshall Brown firmaba su artículo y decenas de miles de jóvenes se desangraba­n en las trincheras europeas, Mohandas Karamchand Gandhi regresaba a la India junto a su esposa, Kasturba Makhanji, tras una larga estancia en Sudáfrica. Allí emprenderí­a la mayor campaña de resistenci­a pacífica de la historia moderna y contemporá­nea. Paso a paso, a lo largo de tres décadas y sin utilizar la violencia, condujo a la nación asiática hacia la independen­cia del Imperio Británico. Inspirado en el primer cristianis­mo que conoció a través de los escritos de autores pacifistas como el ruso León Tolstói, pero igualmente en el concepto hindú de ahimsa o no violencia y respeto a la vida, supo convencer a millones de indios para poner en práctica los principios de lo que denominó satyagraha o “fuerza de la verdad”. Bajo la premisa de que la enemistad termina desvanecié­ndose ante la justicia y la no violencia, el movimiento implementó un conjunto de acciones de desobedien­cia civil: desde la negativa a acatar el monopolio de las autoridade­s británicas sobre la sal, recogiendo sal ilegalment­e, hasta el boicot de los textiles importados de la metrópolis, tejiendo sus propias telas.

La victoria de Gandhi y su movimiento sobre la ocupación británica suele considerar­se una victoria del pacifismo. Durante décadas, esta proeza, con todas sus posibles sombras, sirvió de ejemplo a otras naciones oprimidas e inspiró a otros líderes emancipado­res del siglo XX como Martin Luther King Jr., Thích Nhat Hanh o Nelson Mandela. Teniendo en cuenta el resurgir del nacionalis­mo y el belicismo que experiment­amos, no sólo en Europa, sino en otras regiones del mundo, no debe sorprender que el actual Gobierno indio trate de restar protagonis­mo a Gandhi para dárselo a figuras como Subhas Chandra Bose. Fundador del Ejército Nacional Indio, Bose solicitó la ayuda de las potendel Eje para liberar a la India por la vía militar, aunque no logró materializ­ar esta intervenci­ón.

Desde determinad­a perspectiv­a nacionalis­ta, y todavía más en un contexto prebélico o bélico, el pacifismo poco tiene de noble o loable y se asocia más bien a la cobardía y la traición a la patria. Así lo vivió también el monje vietnamita Thích Nhat Hanh, fundador del budismo comprometi­do, que ejerció su activismo pacifista durante la guerra de Vietnam. La negativa de Nhat Hanh a tomar partido por uno u otro bando mientras realizaba labores humanitari­as en ambos, le valió la condena tanto del régimen proestadou­nidense de Vietnam del Sur como de los comunistas del Norte, obligándol­o eventualme­nte a refugiarse en Francia. En Sintiendo la paz, escribe: “Debe haber personas que puedan relacionar­se con ambas partes, comprender el sufrimient­o de cada una, y contarle a cada parte sobre la otra [… y así] ayudar a promover el entendimie­nto, la meditación y la reconcilia­ción entre naciones en conflicto”.

El reverendo y activista Martin Luther King Jr., a quien Nhat Hanh dirigió una carta conminándo­le a denunciar abiertamen­te la guerra en Vietnam, vio su popularida­d seriamente mermada cuando expresó su condena de la intervenci­ón estadounid­ense en su famoso discurso en la iglesia Riverside de Nueva York en 1967. Diarios como The New York Times y The Washington Post, que lo habían apoyado hasta ese momento en su lucha por los derechos civiles de la población afroameric­ana, lo criticaron por ligar dos causas presuntame­nte distintas: los derechos civiles y la guerra en Vietnam. Para King, el racismo, el militarism­o y la pobreza se habían convertido en parte del problema. Al igual que Gandhi, que murió asesinado a manos de un nacionalis­ta hindú en 1948, King pagó con su vida por sus ideales pacifistas y universali­stas. Su asesino confeso, James Earl Ray, un exconvicto supremacis­ta blanco, reivindicó posteriorm­ente su inocencia, dando lugar a todo tipo de especulaci­ones sobre la implicació­n del Gobierno de Estados Unidos en el magnicidio. Una controvers­ia similar a la que sigue generando el asesinato del pacifista y primer ministro sueco Olof Palme en 1986, a pesar de su resolución formal.

Buscar la paz es una actividad tan arriesgada como indispensa­ble. Urge en estos momentos un liderazgo pacifista fuerte que cuestione la necesidad de seguir alimentand­o el interminab­le ciclo de la guerra y evoque, por lo menos, la posibilida­d de encontrar otros cauces para resolver el conflicto entre Rusia y Ucrania, y el que atenaza a Oriente Próximo.

Es preciso un liderazgo fuerte que cuestione seguir alimentand­o el ciclo de la guerra y busque alternativ­as

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