El Pais (Nacional) (ABC)

No a la venganza infinita

- JUAN FERNANDO LÓPEZ AGUILAR Juan Fernando López Aguilar es eurodiputa­do por el PSOE, exministro de Justicia y presidente de la Comisión de Libertades, Justicia e Interior del Parlamento Europeo.

No more blood! Enough!” (¡no más sangre! ¡Basta!), proclamó Isaac Rabin al firmar los Acuerdos de Oslo (1993). En 1995, el primer ministro laborista moría asesinado por un ultranacio­nalista judío. Trágicamen­te encallaba la oportunida­d más lograda de poner fin al conflicto que envenena Oriente Próximo y desafía la paz mundial, y cuyas raíces se remontan a inicios del siglo XX, antes de la primera guerra árabe-israelí (1948). Seguirían muchas: 1967, 1973, 1982, sucesivas intifadas, y esta ofensiva en Gaza, cuyo doloroso balance de muertes de civiles inocentes —tantas niñas y niños— crece pavorosame­nte desde el ataque terrorista de Hamás, el pasado 7 de octubre.

Las institucio­nes de la ONU y la UE condenaron sin reservas tan criminal incursión, exigiendo la inmediata e incondicio­nal liberación de rehenes. Pero ante la devastació­n causada por la reacción de Netanyahu —expuesta como nunca antes al escrutinio público—, han invocado igualmente el respeto del Derecho que rige incluso en la guerra y en la legítima defensa bajo sujeción a las reglas de proporcion­alidad que previenen represalia­s indiscrimi­nadas y bloqueos que condenen a la entera población al hambre, enfermedad­es y desesperac­ión. Tal consternac­ión explica que, finalmente, el Consejo de Seguridad —con la abstención de EE UU— adoptase su Resolución reclamando el alto el fuego y un espacio para el cauce a la ayuda humanitari­a que freque ne la actual agonía de asfixia e inanición, previa a la reparación del sufrimient­o y la destrucció­n.

Tras tantas ocasiones perdidas, errores acumulados e intransige­ncias cruzadas, nada será suficiente si, además, no se abordan las condicione­s necesarias para el reconocimi­ento del derecho palestino a su Estado en la región largamente torturada por un determinis­mo intergener­acional que la condena al miedo, la violencia y el horror, aceptando compartirl­a con Israel, inexorable, con su historia irreversib­le de Estado reconocido. Está ahí para quedarse: tiene derecho a existir y a la seguridad frente a cualquier amenaza.

Pero harán falta dos Estados. Un sólido acervo de resolucion­es de la ONU ampara las esperanzas palestinas de disponer del suyo. Tras el encadenami­ento de crisis bélicas, catástrofe­s (nakba) y cronificac­ión de un drama que el solo paso del tiempo no disuelve ni resuelve —por contra, lo recrudece—, ¿hay alguien dispuesto a dar un paso que promueva, con coraje, pasar de las palabras a los hechos moviendo el tablero de un orden internacio­nal cuestionad­o, sea por su obsolescen­cia, sea por su impotencia ante fuerzas que lo quiebran? Moral y políticame­nte, la respuesta, imperativa, valora la iniciativa del Gobierno de España y liderada por el presidente Sánchez, con un empeño global insólito en nuestra diplomacia. De ahí el coraje de aumentar su contribuci­ón a la UNRWA y los apoyos cosechados —comenzando por Noruega— en su gira para concertar voluntades y designios con que, este mismo año, España y otros reconozcan el Estado palestino junto a quienes en la UE ya apostaron por ello. No puede demorarse más la responsabi­lidad colectiva en aportar la esperanza de que Palestina será un actor reconocibl­e con asiento en la Asamblea de las Naciones Unidas. Con voz en una conferenci­a internacio­nal de paz que, con la Liga Árabe, lo haga viable, convencien­do a quienes aún persisten en denegar a Israel su aspiración de vivir sin temor a la agresión de milicias hostiles, escaladas expansivas y represalia­s desde Irán.

El establecim­iento de un Estado bajo la ANP, comprometi­do con la ley, las fronteras de Israel y la erradicaci­ón de todo terrorismo, en un territorio habitable uniendo Gaza y Cisjordani­a por un corredor practicabl­e, será, por último, la base —y, a futuro, garantía— de esa “paz justa y duradera” y del “¡no más sangre!” del que se dolió Rabin hasta costarle una vida distinguid­a con el Nobel. Una paz aún pendiente para la humanidad en la que, de una vez, coexistan palestinos e israelíes. Y la sola alternativ­a a la espiral del resentimie­nto y la venganza infinita.

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