Una cuestión irrelevante en el actual contexto
Los principales partidos españoles pactaron un consenso sobre Palestina hace una década. Con el conflicto de Gaza, el Gobierno quiere acelerar la cuestión. La discrepancia está en cuál es el momento adecuado para dar el paso
Decía José Ortega y Gasset, con relación a los conflictos bélicos, que “mal puede curar la tuberculosis quien la confunda con un resfriado”. Mucho menos con un brindis al sol. Siempre he manifestado que soy partidario de los dos Estados. La paz solo llegará cuando palestinos e israelíes, cada uno en su propio Estado, comprendan que pueden vivir juntos. Lo dije siendo ministro de Asuntos Exteriores de España, en mi comparecencia en el Congreso de los Diputados el 16 de septiembre de 2014, y en la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del 23 de diciembre de 2016. La solución alternativa, un estado binacional que englobase Gaza y Cisjordania, sería contraria a los intereses de Israel, puesto que en el nuevo Estado la población estaría dividida por la mitad y a medio plazo los árabes serían la mayoría, dada su tasa de fertilidad.
La fórmula es menos sencilla de lo que parece, porque lograr un Israel seguro y una Palestina viable requiere resolver problemas identificados desde hace tiempo. Exige que los dos se sienten a negociar materias como la delimitación de fronteras, el regreso de los refugiados palestinos, la proclamación de Jerusalén como capital de ambos Estados y la eliminación de los asentamientos judíos en Cisjordania.
De entrada, habría que aclarar quién representaría a Palestina en esa mesa: ¿el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, que en la práctica solo controla Cisjordania? ¿O Hamás, que ni obedece a la ANP, ni reconoce el derecho a existir de Israel, ni renuncia a la violencia? Lo que no ofrece dudas es el interlocutor de la otra parte: el primer ministro Benjamín Netanyahu, en cuya base electoral tienen mucho peso los colonos establecidos en Cisjordania y cuyo desmantelamiento es imprescindible para crear un estado viable.
Tras los atentados terroristas de Hamás en Israel del 7 de octubre pasado, Netanyahu está absolutamente decidido a acabar con Hamás, desmantelar sus infraestructuras en la franja de Gaza y responder a las agresiones de Irán y sus satélites o asociados (especialmente Hezbolá en el Líbano, los hutíes en el Yemen y las milicias chiíes en Irak y Siria), bombardeando sus instalaciones nucleares e, incluso, si la situación lo exige, utilizando armas atómicas tácticas. Y lo que es más importante: ha declarado públicamente su oposición a negociar con la Autoridad Palestina cuando finalice la actual guerra.
Reconocer Palestina como Estado sería visto como una claudicación ante el terrorismo de Hamás, cuando nunca como ahora han cobrado mayor sentido las palabras de Golda Meir de que “los judíos no tenemos otro lugar a donde ir. Tenemos que pelear”. Por tanto, es ilusorio Israel acepte negociar algo que no fuese rubricado tanto por la ANP como por Hamás, además de estar garantizado por todos los países de la zona, incluyendo Irán.
En cualquier caso, la negociación entre ambas partes sería solo el primer paso, porque los líderes judíos no se fían de que Hamás, Irán y sus satélites estén dispuestos a renunciar, si se dieran las circunstancias, a la destrucción de Israel. La demanda básica, incluso de los israelíes más moderados, es que Israel sea reconocido como un Estado judío, un atributo difícil de aceptar para la mayoría de los musulmanes, porque implica una adhesión religiosa y territorial. Los palestinos, por su parte, no pueden sostener por sí solos el resultado del proceso de paz, a menos que sea respaldado no solo por la tolerancia, sino por el apoyo activo de otros gobiernos regionales y por la comunidad internacional.
Por eso, la situación actual hace irrelevante plantear el reconocimiento de Palestina como Estado, más allá de usarlo como un trampantojo, “los cuadros plásticos”, en palabras de Ortega. Si de verdad queremos avanzar en una solución definitiva al conflicto, sería mucho más eficaz una decisión conjunta de la Unión Europea que indujese a Estados Unidos a seguir sus pasos.