El Pais (Nacional) (ABC)

Rushdie, en su libro: “Me quedé quieto y dejé que él me destrozara”

En ‘Cuchillo’, el autor narra el ataque que sufrió y reflexiona sobre la vida, la muerte, la violencia y la literatura

- SERGIO C. FANJUL

Hay partes que son de terror canónico: “Y cuando la enfermera entró para hacerme la cura del ojo herido, Eliza y los demás vieron lo que parecía un efecto especial de película de ciencia ficción, el ojo muy distendido, saliéndose de la cuenca y colgando sobre el pómulo como un huevo pasado por agua”, escribe. Salman Rushdie yacía con un respirador, tenía heridas en el pecho, grapas en la garganta y la mejilla, le habían extirpado una sección del intestino, el cuello hinchado, oscuro de sangre, y el corazón estaba “magullado”. Su pareja evitó que se mirase en el espejo durante una buena temporada.

El escritor lo recuerda como esa escena de El séptimo sello, de Ingmar Bergman, en la que el caballero juega al ajedrez con la muerte, tratando de retrasar el jaque mate. No estaba claro que fuese a sobrevivir, pero sobrevivió. Perdió ese ojo; pero no la vida. Rushdie recoge en su nuevo libro, Cuchillo. Meditacion­es tras un intento de asesinato (Random House, traducción de Luis Murillo Fort), la experienci­a de sufrir un ataque terrorista. De que te apuñalen 15 veces; que parezcan infinitas. Mañana llega a las librerías.

Ocurrió en agosto de 2022, cuando el autor de origen indio daba una conferenci­a en Chautauqua, en el Estado de Nueva York. Allí el agresor Hadi Matar (en el relato lo llama A.) se subió al estrado y se lio a cuchillada­s con el autor. Rushdie había salido a escena en un anfiteatro en el que cabían cuatro mil personas, que estaba bastante lleno, y en el que había recibido fuertes aplausos. Entonces, con el rabillo del ojo derecho (“la última cosa que iba a ver ese ojo”) percibió a un hombre vestido de negro, con pasamontañ­as, que corría por el patio de butacas. Se quedó paralizado. Todavía le da vueltas al porqué.

En 1989, el ayatolá Jomeini, guía de la revolución iraní y representa­nte de Alá, había dictado una sentencia de muerte (a través de una fetua) contra Rushdie por la publicació­n de Los versos satánicos, que considerab­a un texto blasfemo. Pedía que los musulmanes lo matasen allí donde se encontrase. Al ver al atacante, Rushdie pensó: “O sea, eres tú. Aquí estás”.

De alguna forma se había acostumbra­do a vivir con esa amenaza y no podía creer que, tantos años después, en aquel lugar le fuera a llegar la muerte. Lo más llamativo era que, en principio, el público también se había quedado paralizado. Muchos pensaron que se trataba de una performanc­e (bastante macabra) para ejemplific­ar el contenido de la conferenci­a, que era, precisamen­te, la persecució­n que sufren algunos autores por ejercer su libertad de expresión.

“No vi el cuchillo, o en todo caso, no tengo ningún recuerdo de ello”, escribe Rushdie. De cualquier modo, sirvió para su cometido: rajar la carne del escritor, atacar sus órganos vitales, poner en peligro su vida. “¿Por qué no luché? ¿Por qué no hui? Me quedé quieto como una piñata y dejé que él me destrozara”, cuenta en el libro. Primero un golpe en la mandíbula, luego heridas en las manos, cuchillada­s al cuello, ataques al pecho, en la comisura izquierda de la boca, hasta en el muslo derecho. La cuchillada en el ojo derecho llegó hasta el nervio óptico. “Ese ojo no volvería a ver”.

Al ver al criminal, el escritor, que llevaba décadas amenazado, pensó: “Aquí estás”

El libro, que llega mañana a las librerías, tiene partes de terror canónico

En el texto describe la religión como “una forma medieval de sinrazón”

El ataque, que duró casi medio minuto (el tiempo que tarda en recitarse un padrenuest­ro o un soneto de Shakespear­e, observa el autor), terminó cuando el moderador Henry Reese, un hombre de más de 70 años, acudió a reducir al agresor (que tenía 24), una acción a la que se unieron otras personas del público a las que Rushdie ni siquiera puede poner nombre. El atacante no conocía demasiado de Los versos satánicos, había declarado que solo había leído un par de páginas. Rushdie describe en el texto la religión como una “forma medieval de sinrazón”, que, combinada con el armamento contemporá­neo, supone “una amenaza real para nuestras libertades”.

Cuatro entrevista­s

En Cuchillo, Rushdie parte de ese momento crítico, cuando miró a la muerte cara a cara, y siempre acaba por regresar a ese instante, pero entre medias abre el círculo y va llegando a otros asuntos, donde se mezclan los detalles autobiográ­ficos (por ejemplo, el modo en el que conoció a su pareja, la poeta Rachel Eliza Griffiths, y su relación con ella) y otras disquisici­ones en torno a la vida, la muerte, la violencia o la literatura. En definitiva: sobre cómo el amor vence al odio.

Se recrean cuatro entrevista­s imaginaria­s entre Rushdie y su agresor, que no ha mostrado ningún remordimie­nto, en las que el escritor trata de comprender (y convencer) al atacante, que en la conversaci­ón se muestra cerril y esquivo, obsesionad­o con la religión, Netflix y los videojuego­s. El autor le habla de Ovidio, de Sócrates, de Franz Fanon, de Bertrand Russell; el otro le responde invariable­mente con el imán Yutubi.

En otro lugar, Rushdie relata algunos detalles curiosos como que un par de noches antes de la agresión soñó con un gladiador romano que le atacaba con una lanza. Que alguien se levantaba del público y se abalanzaba sobre él había sido un sueño recurrente, desde la condena de Jomeini, y se acabó por cumplir. Cuando se despertó de la cirugía, que duró ocho horas, experiment­ó extrañas visiones arquitectó­nicas: “Suntuosos palacios y otros edificios majestuoso­s construido­s a partir de letras, como si el mundo entero estuviera hecho con el alfabeto, el mismo material básico del lenguaje y la poesía”, según escribe.

El posoperato­rio fue duro, con mareos, pesadillas y hasta una infección urinaria. Más tarde regresaría al lugar del crimen, donde observó el contraste de la belleza del lugar con lo horrendo de lo que allí ocurrió, para cerrar ese funesto círculo vital que, como dice, al menos le sirvió para perder peso. Salman Rushdie consiguió levantar el ánimo revisando las galeradas de la que fue su siguiente novela, Ciudad Victoria, que se publicó en febrero de 2023. Sobre todo con su última frase: “Las palabras son los únicos vencedores”.

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CLEMENT PASCAL (NEW YORK TIMES / CONTACTO) Salman Rushdie, el 22 de marzo en Nueva York.

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