El Pais (Nacional) (ABC)

Irán, Israel y la confusión moral

- EVA ILLOUZ Eva Illouz es socióloga y ensayista. Su último libro publicado en España es La vida emocional del populismo (Katz). Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

La ilusión óptica del pato y el conejo causa un efecto poderoso en la percepción: cuando vemos el pato, no podemos ver el conejo. Es una cosa u otra. Las dos imágenes están insertas la una en la otra, pero es imposible verlas al mismo tiempo. Aunque las imágenes ópticas no son lo mismo que los conceptos y la política, donde sí pueden coexistir una cosa y la contraria, da la impresión de que desde el 7 de octubre estamos todos inmersos en un juego del pato y el conejo: aquel siniestro día, los israelíes fueron víctimas de una matanza cometida con una euforia y una furia aniquilado­ras nada frecuentes. Durante un breve instante, vimos a los israelíes como lo que son: terribleme­nte vulnerable­s a los objetivos genocidas de Hamás, Irán y Hezbolá (que, de hecho, son la misma cosa). Luego vino la respuesta militar, esperada y comprensib­le, llevada a cabo por un Gobierno excepciona­lmente incompeten­te y amoral.

La respuesta militar carecía de toda visión, de cualquier plan real. Por eso no es extraño que, ante la enorme destrucció­n de hogares e infraestru­cturas y de la población civil y la catástrofe humanitari­a, con la consiguien­te situación de hambruna, ahora se juzgue a Israel a través de las inmensas confusione­s semánticas creadas por el antisionis­mo en las últimas décadas: se ha convertido en una entidad genocida. El presidente brasileño Lula recurrió incluso a una analogía indecente, al afirmar que esta desproporc­ionada acción militar era una nueva Shoah, como si un país cuyo territorio sufre un ataque tan brutal no tuviera derecho a reaccionar contra sus atacantes. Una respuesta militar desproporc­ionada es una cosa muy distinta de un genocidio. Y entonces, durante la noche del 13 al 14 de abril, Irán atacó a Israel por primera vez en su historia. Por supuesto que lleva décadas agrediendo de forma implacable a Israel, pero siempre ha sido a través de sus intermedia­rios. Lo nuevo es que el sábado por la noche disparó desde su propio territorio cientos de misiles. El domingo por la mañana nos informaron de que la alianza de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y, sobre todo, Jordania y Arabia Saudí había destruido el 99 % de los misiles. Volvió a aparecer la imagen del Israel invencible y olvidamos que horas antes habíamos estado esperando, angustiado­s, la devastació­n.

Esta fluctuació­n óptica ha ido acompañada de una tremenda confusión semántica, en algunos casos deliberada y en otros provocada por la confusión moral que parece caracteriz­ar nuestra época, sobre todo en numerosos sectores de mi ámbito político, la izquierda. Los ejemplos son abundantes: hay crímenes contra la humanidad que se denominan “resistenci­a anticoloni­al”; a un grupo fundamenta­lista que pretende establecer la sharía en una Palestina vaciada de todos los judíos lo consideran un nuevo Che Guevara antimperia­lista; una respuesta militar legítima, aunque mal dirigida y desproporc­ionada, se tacha de genocidio; a las personas que viven en un país reconocido por la ONU en 1947 se los llama colonos. El hogar nacional de los judíos hoy se considera un proyecto colonial ilegítimo. La seguridad que reivindica­n los israelíes se ha convertido en una exigencia intolerabl­e para la izquierda porque no es capaz de separar la ocupación, que es un desastre político, de la propia existencia de Israel.

Da la impresión de que las palabras se han dislocado de la realidad; y esa dislocació­n crea una confusión inmensa y nos pone muy difícil criticar como es debido al Gobierno israelí, cuando la crítica está enturbiada por tantas tergiversa­ciones y tantos malentendi­dos intenciona­dos. Y existe un peligro todavía mayor: que la izquierda, atrapada en sus categorías simplistas de colonizado­r-colonizado y opresor-oprimido, no comprenda que el ataque a Israel esconde una nueva y amenazante realidad: la alianza entre Irán, Rusia, China y Corea del Norte, cuyo propósito es socavar los valores de Occidente. La miopía y la confusión de la izquierda benefician directamen­te a esas potencias imperialis­tas y antidemocr­áticas.

No estoy sugiriendo dar un cheque en blanco a Israel. Todo lo contrario. Me alegro de que Biden y el mundo en general, con sus presiones, hayan conseguido mitigar la catástrofe humanitari­a de Gaza. La comunidad internacio­nal debe seguir exigiendo en todo momento responsabi­lidades a los israelíes por la forma de dirigir la guerra. Pero también sugiero que hay múltiples realidades que coexisten: el Gobierno mesiánico de Netanyahu quiere seguir una política anexionist­a y colonial y no desea ningún acuerdo político. Pero Hamás e Irán son los equivalent­es más cercanos que tenemos hoy a Hitler por su decidido empeño de erradicar a los judíos. Occidente colonizó grandes partes del mundo, incluido Oriente Próximo, pero eso no significa que otras potencias imperiales no sean mucho más amenazador­as para los avances morales que hemos hecho. Israel puede ser fuerte desde el punto de vista militar, pero también es extraordin­ariamente vulnerable.

Cuando se discute a Israel el derecho a la autodefens­a, cuando se mezcla la ocupación de 1967 con la creación de Israel en 1948 y cuando se celebra el antisemiti­smo aniquilado­r de Hamás, estamos reproducie­ndo el problema judío, negando a los judíos el derecho a existir en paz y seguridad. Necesitamo­s, más que nunca, una inteligenc­ia libre de categorías simplistas y una moral positiva para ayudar a resolver este conflicto que comenzó hace un siglo.

Las palabras se han disociado de la realidad, y eso atrapa a la izquierda en categorías simplistas

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